UNA TARDE EN EL PARQUE
Marianelis Vargas
González
Me
encontraba sola en casa. Era un día tranquilo. No tenía ánimos para nada, me sentía
triste. Era el momento indicado para
buscarle solución a mis problemas. Decidí alistarme para ir al parque como de
costumbre.
Marianelis Vargas González |
Tomé
mi teléfono, cerré la puerta de mi casa y me dirigí al parque. Cuando estaba
llegando, sentí un alivio maravilloso, estaba lleno de tantas personas, juegos,
árboles enormes y frondosos y lo mejor, lo que más me gustaba, era la enorme
fuente que había en una rueda en el centro del parque, la cual siempre estaba
llena de palomas.
Cuando
estaba caminando hacia una banca, veo a mi
mejor amiga, Verónica, paseando a su perro, quien apenas me vio fue
corriendo a saludarme y me dice:
– Isabel
que bueno verte. ¿Cómo has estado?
– Hola
Verónica, muy bien. De haber sabido que
vendrías al parque me hubiera venido contigo.
He pasado muy sola este día.
– Sí
amiga, tienes razón, yo igual, pero lo importante es que ya estamos juntas.
Replicó Verónica.
– Después
nos sentamos para seguir conversando, ya que teníamos días sin vernos. Mientras hablamos notamos que una anciana iba
a cruzar la calle, pero ningún carro le cedía el paso. De pronto aparece un joven, de buen físico,
tez blanca, cabello oscuro y ojos claros quien ayuda a cruzar la anciana.
Nos pareció de
lo más lindo ese gesto por lo que Verónica dice: “Isabel, mira que joven tan
caballeroso.”
–
Sí amiga eso ya muy poco se ve.
Después de que
el joven ayudó a la anciana a cruzar la calle la llevó hasta una banca para que
se sentara. Se sentó casi delante de nosotras.
Él le ofreció un refresco. La anciana, sonrojada, le dijo, que muchas
gracias, que estaba muy contenta, porque jóvenes como él muy pocos los hay,
mientras él estaba sentado hablando con la anciana, miraba mucho para donde
nosotras, según me decía mi amiga, decidí mirar para comprobarlo y el joven
miró y me sonrió de tal manera que yo también le sonreí. Después el joven se retiró, mi amiga me
empezó a molestar y le dijo:
—
No seas así conmigo, él le hizo solo como un
saludo y yo igual, solamente ¿qué no viste?
—
Me parece
muy raro que sin conocerte te ha mirado y sonreído. Replicó Verónica.
Bruscamente
le cambié el tema, ya eran pasadas las 5
de la tarde, por lo que decidimos irnos a casa.
Nos despedimos y nos dijimos que volveríamos a ver el lunes en el
colegio.
Luego, llegué
a mi casa, ya mis padres habían llegado de un compromiso de trabajo que tenían,
los saludé y mi mamá me sirvió la cena, comí, luego me fui a dormir, para
despertarme temprano, ya que el día siguiente nos íbamos de paseo a la playa en
familia.
Me desperté,
temprano muy entusiasmada por ese viaje en familia. Regresamos en la noche por lo que me sentía
muy agotada, decidí acostarme apenas llegué, pues también debía despertarme
temprano al día siguiente para asistir al colegio.
Llegado el
recreo, mi amiga y yo nos pusimos a conversar.
Caminando por los pasillos de repente iba muy entretenida hablando con
mi amiga y me choqué con un joven y para mi sorpresa era el mismo del parque.
Aún
no lo conocía, pero el momento apropiado para presentarme por el cual me
disculpe con él y me dice:
– No
te preocupes, yo fui el descuidado, solo que al verte me quedé extrañado no
pensé que estudiabas aquí.
– Era
casi imposible, no podía dejar de mirar sus ojos, que eran como la miel, por un
momento me quedé muda. Luego le dije:
– Eh…
pues me pasó igual tampoco sabía que estudiaba en este colegio.
– Ah…
y por cierto me llamo Javier — contestó.
– Mucho
gusto, soy Isabel.
En ese momento
sonó el timbre, me desperté de él, cuando ya me iba con mi amiga. Él me dice:
–
Isabel ¿te parece si nos encontramos hoy en el
parque para conocernos mejor?
–
Está
bien, me parece perfecto, nos encontramos a las cuatro de la tarde. Si puedes,
contesté.
–
En su rostro, apareció una gran sonrisa y me
dice:
–
Claro, allí estaré esperándote.
Después de
salir del colegio me dirigí a mi casa llegué almorcé, me cambié de ropa, hice
las tareas y cuando terminé me senté en
el portal de mi casa a esperar que se llegaran las cuatro de la tarde. Intentaba buscar una explicación y no la
encontraba, sabía porque no dejaba de pensar en él, en sus ojos, en esa mirada tan tierna y, sobre todo, en su sonrisa que era tan hermosa que no me
hacía dudar para pensar en él.
Al ver que ya
se estaba acercando la hora me fui a
alistar, tomé mi teléfono y le dije a mi mamá que iba al parque como de
costumbre.
Al llegar al
parque, le vi de una vez sentado en misma banca donde yo me encontraba el día
que lo vi por primera vez. Caminé hacia
la banca, lo saludé, el me miraba tiernamente, estuvimos hablando, resultó ser
que el cursaba sexto año bachiller en ciencias, tenía diecisiete años, teníamos
muchas cosas en común, era muy divertido y, sobre todo, muy respetuoso,
intercambiamos números telefónicos todo iba muy bien, éramos amigos.
Pasaron las
semanas y nos fuimos encariñando más, era muy atento, detallista etc., nos
seguíamos viendo ya éramos buenos amigos y él siempre estaba allí cuando lo
necesitaba.
Fueron transcurriendo
los meses y mis padres no sabían nada, un día quedamos de vernos en el mismo
lugar y la misma hora de siempre, nos vimos conversamos cuando ya nos íbamos a
despedir; él me tomó de la mano y me dijo:
– Isabel, eres
muy linda, pero quiero que sepas algo que no me he atrevido a decírtelo y
siento por ti desde hace ya unos tres meses.
–
A ver, dime, tranquilo con confianza. Contesté.
–
Tú me gustas mucho y me gustaría saber si
quieres ser mi amiga en especial.
–
Al oír esto me quedé muda, no sabía que decir,
pero le dije:
–
Eres muy buen amigo y lo mejor es que eres
respetuoso y te lo mereces, quiero que sepas que también me gustas, así que sí
acepto ser tu amiga en especial.
Después, al terminar de conversar con él, nos despedimos y nos dirigimos
a nuestras casas.
Camino a mi
casa, iba sonriente, no podía dejar de pensar en él, estaba muy feliz. Cuando llego a mi casa, mis papás no me dicen
una sola palabra, los noté como disgustados, pero nunca me imaginé nada malo.
Me fui
directamente a mi cuarto, después mi mamá me llamó a la sala y me dice:
– Quiero que me expliques todo acerca de
ese amigo tuyo que está en sexto año, pro lo dijo disgustada, muy seria.
– Es
nada más un amigo que nos queremos mucho, no tienen de qué preocuparse.
Contesté.
Pero mi mamá no
me permitía ningún “amiguito” en sus términos y me castigó y me prohibió salir.
Y le comenté a
Javier de todo y él me dijo que no me preocupara, que él entendía. Yo me la pasaba
muy triste y le comen té a mi amiga, sobre todo, pero ella, no me decía nada.
Después, le
rogué a mi mamá que por favor me permitiera verme con Javier y me dijo que no
porque yo solo cursaba el cuarto año en el colegio y solo tenía quince años,
por tanto no me lo permitiría.
Pasaron los
meses y yo sin poder saber y yo sin poder saber mucho de Javier. Logré hablar con mi mamá y me contó todo y quién le había dicho y para mi sorpresa era mi
amiga que al parecer se moría de los celos, que yo tuviera un amigo con quien
charlar.
Después le
presenté a Javier a mis padres, lo conocieron, les cayó muy bien, pero no me
permitieron ser su amiga especial.
Después
mi amigo quiso venir a hablar conmigo y le dijo que porqué había hecho eso y lo
peor que había inventado de más. Ella me
pidió que la perdonara que no quería hacerlo pero se dejó llevar por los celos.
Pasaron
los días, me arreglé con mis papás y con mi amiga, iba de lo mejor en el
colegio, y lo mejor de todo es que Javier seguía enamorándose de mí al igual
que yo de él.
Después
mis papás me permitieron ser su amiga en especial.
Estábamos un
día en el parque conversando de que todo se había solucionado, pasamos toda la
tarde juntos, al despedirnos, me dio un beso en los labios, que fue el más
bonito detalle de su parte, ya que era muy respetuoso.
Éramos
muy felices
juntos, mis papás me dieron la confianza, mi amiga se arrepintió de corazón.
Por
eso, nunca debemos perder la esperanza de que todo puede salir bien.
La
felicidad es como el sol que brilla en todos los amaneceres.
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