Melquiades Villarreal Castillo
Adán
y Eva, el nombre de un bar, hereda su nombre al primer cuento de la colección Flores oscuras del narrador
nicaragüense Sergio Ramírez.
El
cuento, un verdadero abrebocas que incita al lector a continuar en la lectura
de la colección completa, es un caldo de cultivo, en el cual dos personajes que
comentan –entre cerveza y cerveza– la realidad en que se encuentran (que no es
exclusiva de ellos, sino que es el reflejo de una sociedad en la cual la
pobreza y la necesidad tuercen los principios morales), complaciéndose y
reprochándose mutuamente, en una especie de juego sadomasoquista, que funge
como espejo donde se alumbra la sociedad de Managua en particular y, tal vez la
de América Latina en general.
De
hecho, el hombre del bar evoca el pecado original que persigue a la humanidad,
al hombre y a la mujer, en el símbolo de una manzana que, en el caso del
relato, se encuentra en el letrero de neón que anuncia el bar.
Ahora bien, no
solo encontramos el símbolo de la manzana; pues para entender el cuento en
todas sus posibilidades interpretativas posibles, tendríamos que hacer una
lectura más profunda basada en recursos exegéticos más elaborados que permitan
una interpretación desde perspectivas diversas sobre la condición humana.
Ninguno de los
personajes del relato, es feliz, porque ninguno vive en el país de las
maravillas; tampoco son santos escapados de esferas celestiales, tan solo son
seres humanos con debilidades y fortalezas afectados por situaciones externas
que doblegan sus principios.
Se
sabe que un buen cuento debe atrapar al lector desde la primera frase y, Sergio
Ramírez, demostrando pericia en el arte de contar lo logra en este relato que
comienza diciendo: “Esa tarde de febrero
salió de su casa decidido a tener una
conversación con su Conciencia, y por eso
mismo la invitó a tomar una cerveza.” A pesar de que Conciencia está
escrito con mayúscula, el lector es víctima del engaño por no decir que de la
sorpresa, pues lo que menos se imagina es que el personaje va a hablar con otra
persona; solo conversará con su conciencia.
No obstante,
en seguida nos percatamos de que Conciencia es una mujer a la cual el personaje
le cuenta sus cuitas y sus alegrías.
Conciencia, haciendo gala de su nombre le apoya y le reprende,
comportándose de manera bivalente como el demonio y el ángel que estimulan las
conductas humanas.
Conciencia,
a pesar de su edad (cincuenta años) es hermosa, pero no por naturaleza, sino
por los cuidados que tiene consigo misma, los cuales, sin embargo, no son
suficientes para ocultar su real situación. Esto, sin lugar a dudas, es una
excelente metáfora en la cual Conciencia se comporta como la conciencia de
cualquier persona, en cuanto a que es incapaz de esconder su propia naturaleza a
pesar de los artilugios de los cuales se valga.
Dejo
hasta aquí, este comentario de una lectura primera de este cuento, en espera de
que más lectores, tal vez en la soledad, tal vez en compañía, compartan los
secretos de su conciencia con Conciencia, motivados a descubrir los mundos
inmersos en las Flores oscuras de Sergio Ramírez.
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