Rosario Vargas
Aquella noche fría, en mi habitación se escuchaban los
pasos. Lentamente se acercaba; su charrasquido de dientes me ponía
intranquila. Trataba de levantarme, pero
no podía. A mi mente llegaban sucesos y
situaciones inexplicables. Pensaba: “¿Qué ha de pasarme? ¿Por qué esta
intranquilidad?” Suena el reloj marcando
la media noche… Era justo el momento en el que mi amado Gonzalo había
despertado de la Muerte. Mientras pasaban las horas, más tenebrosa se tornaba
la noche, se escuchaban las ventanas quejarse, caen los vasos en la cocina.
Llora el niño que vive al lado. Me
asombro y me asusto, pues dicen que los niños ven y presienten cosas.
Logro
despertar, corro a la cocina, me lleno de espanto, no veo nada… no hay nadie
que pudiera estar en casa. Todos están
quietos. Parecía que nada hubiera pasado.
Son las dos de la madrugada… A
pesar de que estaba sola en esa casa grande y fría, ya no sentía miedo. Había
comprendido todo.
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