sábado, 7 de julio de 2012

DEL ARTE DE ENSEÑAR A LEER CUENTOS, vs. la didáctica científica de la ficción

     Compartir mesa con tan distinguidos maestros para mí es un honor.  Sin embargo, en el aula, como dicen los españoles: “cada maestrillo con su librillo.”
      Dejo claro que mi intención no consiste en polemizar, sino en anotar mis experiencias como docente.  Para hacer esta afirmación me apoyo en las experiencias vividas en la escuela secundaria (he laborado en cuatro colegios distintos, de provincias distintas) y mi experiencia como docente de la Universidad de Panamá, con la cual he recorrido las provincias de Bocas del Toro, Panamá, Coclé, Los Santos y Veraguas, sin obviar claro está mi participación en la recién creada  Red Nacional de Docentes de Español del Ministerio de Educación.
     Es curioso que la mayoría de los docentes de español (de lengua y literatura, correctores incansables de ortografía y de sintaxis) por no decir que todos creen tener la razón, cosa que no es extraña, si tomamos en cuenta que Descartes ha dicho que la razón es la cosa mejor distribuida del mundo.
      Una de las cosas que no comparto del todo en la enseñanza del cuento, no porque lo crea innecesario, sino porque me parece oportuno hacerlo en su correcta oportunidad es la aplicación de complejos análisis paralelos a la lectura, en la educación básica. El hijo de mi vecina, verbigracia, se acerca a mí la semana pasada, para preguntarme si un narrador era intradiegético o extradiegético, sin saber pronunciar las palabras, sorprendido ante su posible significación, tal vez como diría el Secretario General de las Academias de la Lengua, tan sorprendido como nosotros, cuando escuchamos por primera vez la palabra conquiliólogo.  Y ante el desconocimiento y la ignorancia, muchas veces la reacción del ser humano se resume en un ineludible intento por escapar del tema.
     Lo que ocurre es que muchas veces no enseñamos a nuestros estudiantes a leer cuentos, pretendemos que aprendan a analizarlos. 
     Sin embargo, hay  maestros que nos conducen a leer; y leer es el primer paso para escribir; aunque lamentablemente, consideramos que es al revés, que aprendemos a escribir para poder leer.  Parafraseando a Descartes me atrevo a asegurar entonces que: “Leo luego escribo.” 
      Uno de estos maestros, con una gran experiencia para mí, es Enrique Jaramillo Levi quien viaja a Las Tablas, muchos años hace,  a dictar un taller sobre cómo escribir cuentos, taller de unas cuantas horas que despertó en mí un cataclismo, una necesidad urgente de leer y por qué no de escribir; aunque todavía, años después, no he aprendido a escribir un cuento, sí tuve como resultado un ensayo que me permitió, ese mismo, año, ganar el Concurso Nacional de Literatura Ricardo Miró.
     A lo que me refiero, entonces, es que a los adolescentes de nuestras escuelas secundarias, cuando se les asigna un cuento para leer, paralelo se les anexa un cuestionario con una serie de puntos, que a esa edad resulta, además de innecesario, incomprensible.
     Lo que me hace recordar el cuento de  Ana María Shua que nos contara el gran maestro cubano Rogelio Rodríguez Coronel hace poco:
     "Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio."
     Así, me imagino que se sentirán nuestros estudiantes frente a la horda de términos técnicos novedosos, pronunciados en griego antiguo, los cuales generan una gran confusión y un magno desprecio por la lectura,  solo comparable con la que generan los murales del Día del Idioma, en los cuales se coloca la imagen de un hombre flaco, despeinado y mal dormido (imagen de don Quijote de la Mancha) en medio de un mar de libros, con un letrero asesino contra cualquier intento de lectura:  “Don Quijote se volvió loco de tanto leer.”
    ¿Cómo pretendo yo profesor que un estudiante lea, cuando le demuestro al mismo tiempo que la lectura es un elemento patógeno que produce locura? ¿Cuál estudiante va a querer leer cuando está en juego su cordura?
     El elemento sorpresa juega otro papel muy importante.  Me parece que es el más importante de todos; pues además de captar nuestra atención nos conlleva a querer que el relato termine de otra manera.  De esa forma se aprende a escribir, como lo señalara Mario Vargas Llosa, quien sin temor de ninguna clase afirmó que sus primeros textos no eran más que formas variadas de textos que él había leído, con cuyos finales no había quedado satisfecho.
     Por otro lado, vivimos en un mundo cambiante.  Lo que es útil en un momento ni siquiera sirve como pieza de museo en otro.  Lástima que antes del internet, la información, cualquiera que fuese nos llegaba tan retrasada como la muerte de los papas o reyes europeos: cuando se conocían en América y los americanos comenzaban a llorarlos, el siguiente papa o siguiente rey, también había muerto.
      En el caso de la literatura es igual.  En 1959, Tito Monterroso, publicó su relato El dinosaurio: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” Este relato por mucho tiempo fue considerado como el cuento más corto en lengua española.  Al tener una marca contable de siete palabras, cuando se les asigna a los estudiantes, ellos intentan escribir un cuento más corto.  Sin embargo, muchos docentes no  conocen el relato,  o cuando lo conocen empiezan a afirmar que es el relato más corto en lengua española, es decir se limitan a comentar elementos accesorios, dejando de lado la multiplicidad de significados que cobran siete palabras; además, ya existen, cuentos con menos palabras: ejemplo:   El Emigrante es un microcuento del escritor méxicano Luis Felipe Lomelí. El texto íntegro es el siguiente:
      « ¿Olvida usted algo? -¡Ojalá! »
     O que existe el género de los seísmos (cuentos escritos en seis palabras), género en el que el español Javier Puche ha descollado.  Veamos algunos ejemplos:

Sálvame. Estoy atrapado en el espejo.
El ciempiés se arruinó visitando podólogos.
Tres tristes tigres se suicidaron alternativamente.
Perece el mosquito en una lágrima.
.Para hacer tiempo, fabrica relojes lentamente.
La maté porque me llamó asesino.
El dragón enamorado dice palabras ardientes.
.Titubea por un instante la eternidad.
         Si nos ponemos a desentrañar las estructuras o los fondos de estos relatos, pasaríamos horas sin llegar a conclusión plausible. Sí puedo afirmar, entonces, por experiencia que, ante este tipo de relatos, en el afán de vencer el récord de Monterroso el adolescente (y adolece porque a esa edad le falta capacidad para entender tantas cosas de la lingüística aplicada al texto) lee, pregunta, cuestiona, observa y, la mayor parte de las veces vence a Monterroso, no porque escribe un texto menor a las siete palabras famosas, sino porque escribe más palabras, ya que en su mente han surgido nuevas y más ideas.
      Se ha dicho en mil y una ocasiones que hay que brindar al chico la oportunidad de leer lo que quiere leer y no señalarle las lecturas que les gustan a los maestros.  Esto da buenos resultados ya que para gustos los colores.  Los chicos cuando leen  algo  que  les agrada lo expresan  con  mayor facilidad, con lo que la lectura  de  cuentos  contribuye con las capacidades –competencias como les llaman ahora– de comunicarse tanto de manera escrita como hablada; en otras palabras si se logra que un estudiante lea cuentos, se logra simultáneamente que hable y escriba. Tal vez se despierte su competencia analítica.
      Si tenemos la oportunidad de que esto se logre, podemos entonces poner en práctica los consejos de Enrique Jaramillo Levi quien  en el relato Negocio redondo, inmerso en la obra La agonía de la palabra presenta la siguiente idea, en la cual la palabra cobra dimensiones insospechadas:
      “Por ejemplo, habla en él del cuento mismo que escribes, hazlo mientras lo estás creando. Comienza por poner el título que ya tienes, y en seguida procede con lo primero que se te venga a cabeza, plásmalo en el papel, desarróllalo, dale un cierto perfil. Luego, por asociación de ideas –las palabras siempre llaman a las palabras, las cuales en última instancia representan ideas o al articularse las crean–transcribe todo lo que te nazca, sin depurar, ya habrá tiempo para eso. Y eso haces: escribes y escribes sobre lo mismo que estás escribiendo.”
     El cuento insisto debe tener el factor sorpresa, como veremos a continuación en el relato concurso de la española Aracelis Estevez:
     “Enhorabuena, ha sido usted seleccionado por ser el primer lector de este relato. Le ha tocado, es el elegido. Esto le convierte en un ser especial, alguien bendecido por la varita de la suerte. Vamos, siga leyendo un poco más, no lo va a dejar ahora. Puede decidir su premio y disfrutarlo en solitario o en compañía. ¿Prefiere viajar o llevarse un fantástico coche? Sólo tiene que llamar al 806898989 y responder a una pregunta. El premio es suyo, le está esperando al otro lado del teléfono. ¿Por qué no deja de leer? ¿Acaso nos está provocando? Sepa que le observamos. Vamos, cobarde indeciso, llame ya. O juega o pierde, así es el juego. ¿A qué espera? Si aún no ha llamado y sigue leyendo es que es usted un inútil, un estúpido. ¿Piensa que no tenemos nada más importante que hacer? Somos una empresa seria, que goza de prestigio, y un mequetrefe como usted no va a arruinar nuestra reputación. Bien, usted lo ha querido, ciertamente es demasiado tarde, no hay nada que hacer. Nadie puede salvarle ya de este inevitable punto final, es el elegido. Esto le convierte en un ser especial, alguien bendecido por la varita de la suerte. Vamos, siga leyendo un poco más, no lo va a dejar ahora. Puede decidir su premio y disfrutarlo en solitario o en compañía. ¿Prefiere viajar o llevarse un fantástico coche? Sólo tiene que llamar al 806898989 y responder a una pregunta. El premio es suyo, le está esperando al otro lado del teléfono. ¿Por qué no deja de leer? ¿Acaso nos está provocando? Sepa que le observamos. Vamos, cobarde indeciso, llame ya. O juega o pierde, así es el juego. ¿A qué espera? Si aún no ha llamado y sigue leyendo es que es usted un inútil, un estúpido. ¿Piensa que no tenemos nada más importante que hacer? Somos una empresa seria, que goza de prestigio, y un mequetrefe como usted no va a arruinar nuestra reputación. Bien, usted lo ha querido, ciertamente es demasiado tarde, no hay nada que hacer. Nadie puede salvarle ya de este inevitable punto final.”
      Debemos detenernos a advertir que en literatura hay que imaginar la imagen. La condición humana no cambia nunca, bajo ningún reinado, bajo ninguna era, bajo ninguna ideología, como escribió Voltaire.  Por eso todos tenemos algo que contar; y la lectura nos ayuda a liberar al demonio que vive en nosotros; a manera de ejemplo, Umberto Eco quería matar un cura y mató a veintidós en la vieja abadía medieval en su novela En nombre de la rosa.
     En un mundo plagado de vicios, el nicaragüense Sergio Ramírez recomienda un solo vicio cuando nos dice: El único vicio legítimo, el único que soy capaz de recomendar a los jóvenes, es el de leer, porque es la única droga cuyo hábito de consumo tiene un poder benéfico. Hay que crear adictos incurables de la lectura, porque sólo a través de la imaginación se gana el sentido de la aventura, del reto por lo desconocido, y se alcanzan mundos nuevos, se asciende a regiones ignoradas, como el propio don Quijote, con Sancho en ancas, subidos a Clavileño, que era un caballo de palo capaz de volar por los cielos con sólo manipular una clavija que tenía en la cabeza. Pero por supuesto, para que un niño o un adolescente adquiera el vicio de la lectura, antes deben adquirirlo los padres y los maestros, con espíritu cómplice. Ser parte con ellos de la conspiración de leer, comportarse como cabecillas de una hermandad de iniciados. Abrirles una puerta al paraíso, donde espera la manzana dorada entre las frondas del árbol del bien y el mal.”
      Luego, sin ninguna duda, nuestros jóvenes estudiantes tendrán la capacidad de entender, de analizar y de comprender la didáctica científica de la ficción.




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