jueves, 23 de diciembre de 2010

MÚSICA DE LAS ESFERAS: ¿CANCIÓN DE LOS SONIDOS DEL SILENCIO O SINFONÍA DEL AGUA?

Melquiades Villarreal Castillo
Para Silvia, en Navidad.

 
Silvia Fernández-Risco
         Los días previos a la Navidad nos envuelven con las frescas caricias de los vientos del norte para invitarnos a compartir en familia.  Eso es lo usual. Sin embargo, en esta Navidad, sentí una inquietud diferente atraído por el lujurioso amarillo de la portada del cuentario Música en las esferas de Silvia Fernández-Risco…Ese sentimiento pudo más que lo usual y terminé leyendo el texto completo….

            La obra se compone de nueve cuentos, en los cuales pululan personajes cotidianos, los cuales, al ser pintados con la pluma de Silvia cobran una dimensión diferente junto con sus acciones y con su hábitat. Se convierten en fina poesía. Me negué, como siempre lo hago a leer el prólogo, tal y cual hago con cualquier prólogo,  del maestro Ernesto Endara, debido al temor conocido de dejarme influir por una lectura ajena; sin embargo, terminé convencido de que Endara tiene razón en cada una de las apreciaciones expuestas.
            El cuento que hereda el nombre a la colección parte de un referente inusual, pues recuerda que según Pitágoras: “los cuerpos celestes producen sonidos  que al combinarse forman la llamada música de las esferas.” Difícil sería comprender esa afirmación cósmica, si no existiera el amor como acto de carne y espíritu en el cual los cuerpos se asfixian en la muerte placentera del orgasmo.  Por ello, la protagonista que gozó la música de las esferas, nos cuestiona acerca de lo que experimentaba Pitágoras cuando hizo la aseveración citada, insinuando que, simplemente, estaba viviendo un acto de placer de la carne.
            La mujer tiene su misterio y sólo algunos elegidos tienen la capacidad de comprenderlas, de saber decir a sus oídos el exitoso secreto que el Ratón Pérez supo susurrar a oídos de la Cucarachita Mandinga. Por ello, en el relato El Piso cuarenta y siete Yamileth desnuda la voz de la mujer que siente deseos incógnitos de expresar el mundo que vive en ellas. Así, a pesar de que era un ama de casa feliz, porque tiene todo lo material, se deja seducir por un anuncio de periódico en el cual un caballero solicita ver una dama. Es interesante la forma cómo, Yamileth cuando sube al piso, no puede controlarse y toda su libido la impulsa a desvestirse, a sentirse liberada de las ataduras sociales y la llevan a comprender  que nació para eso, entiende que desnuda y anhelante en un elevador es una Yamileth nueva o, lo más sugestivo: que es la más antigua de todas.
            Dilbia y yo es un cuento en el cual afloran dos polos – opuestos y complementarios simultáneamente– la persona perfecta y material en confrontación con la soñadora idealista. Sin embargo, amigo lector, lo más trascendente es que ambas, en el momento final, descubren que su esencia como mujer está impregnada de cuerpo y de sueños.
            La sinfonía del agua la vamos a percibir a plenitud en los relatos Acuática, Danza marina y Agüita de elefante, donde los personajes descubren en el agua la esencia de la vida, pues el líquido forma nuestros cuerpos, nos desinhibe de nuestros temores y funge como combustible capaz de hacer funcionar los motores del amor, sentimiento que nos permite soñar y que, como sugiere Silvia, en singular sinestesia, nos permite escuchar los colores del arcoíris.
            La sonrisa es un cuento que describe la esencia de muchos casos que denuncian los diarios de nuestro país, donde las mujeres son maltratadas. Nos relata la experiencia de Amelia, una mujer perfecta de acuerdo con los convencionalismos sociales, ya que se dedica en cuerpo y alma al marido, tanto así que para celebrar los nueves meses de boda adorna un jarrón con  perfumadas flores, las cuales despiertan sus celos y hacen que le propine una golpiza. Él, claro está, va a la cárcel; a ella, en el hospital le reconstruyen con un tratamiento milagroso su faz y con ella su sonrisa; pero aprende que la misma no debe ser prodigada a todos, sino a quienes se la merecen.
            El trapito de la señora Amelia es el cuento que cierra la colección. Narra los caprichos de una mujer que tiene una obsesión hiperbólica por la limpieza, por lo que imagina animales y bestias donde no los hay, situación que no es comprendida por su doméstica, hasta que – por decisión del esposo– solicita la ayuda de una ambulancia y ve que en el trapito blanco que ella utilizaba para limpiar la más mínima mácula de su hogar, conviven las fieras que todos creían producto de su imaginación, evidenciando la locura del personaje que también puede ser un fruto de la soledad y de la incomprensión.
            Para finalizar, me atrevo a afirmar que Música en las esferas de Silvia Fernández Risco es una obra interesante, en la cual el ritmo interno nos hace danzar el placer de la lectura en cada uno de los relatos.
Peña Blanca de Las Tablas, 23 de diciembre de 2010.

martes, 21 de diciembre de 2010

TEORÍA Y VIGENCIA DEL IDEARIO DEL DOCTOR FRANCISCO CÉSPEDES ALEMÁN EN LA EDUCACIÓN PANAMEÑA

Melquiades Villarreal Castillo
En los días transcurridos del tercer milenio, estamos persuadidos de que la educación es el medio seguro que puede situar al ser humano en capacidad de fomentar a plenitud sus posibilidades, constituyéndose este ingrediente en el acicate de la sociedad convulsionada de nuestro presente histórico.
Nuestro país –casi nadie lo duda– es víctima de un relajamiento educacional surgido como secuela de la pugna de intereses preponderantes entre las distintas jerarquías implicadas, de forma palmaria o reticente, en el sistema educativo.  Ninguna persona pareciera interesarse auténticamente por la educación como sustancia social, cuyos provechos pueden protegernos, con su donaire vigorizante, de la tórrida calidez engendrada por la ceguedad propia de la ignorancia.
Dentro de los linderos de este ambiente, la figura renombrada del Doctor Francisco Céspedes Alemán serpentea como una bandera, pues su existencia y su edificación en el labrantío ilustrativo son argumentos lapidarios de su aptitud e inspiración pedagógica, de su castidad intelectual y de su certidumbre en la obligación humana de legar un mundo mejor para la descendencia que nos perpetuará.
Francisco Céspedes Alemán ve la luz el 2 de enero de 1906, en la ciudad de Las Tablas, provincia de Los Santos, para blandirse como faro refulgente no sólo en el hogar tableño, sino también en el firmamento nacional y en el latinoamericano.
En su pueblo natal, realiza exitosamente sus estudios primarios; los secundarios los efectúa en el Nido de Águilas, el Instituto Nacional, que en aquellos días cumplía la olímpica tarea de fraguar a los hombres y mujeres que, en poco tiempo, debían asir entre sus manos el dogal indicador del norte de la patria.  Francisco Céspedes Alemán es un prototipo inobjetable de nuestra aseveración.  Su trayectoria profesional, desde la ductilidad del magisterio a nivel primario, la escrupulosidad de la Dirección de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena en sus primeros años de instauración, cuando perseguía ejecutar el anhelo de su autor (quien le legara su nombre), de convertirla en el Escorial de América, como en sus cargos desempeñados como asesor del Ministerio de Educación, Presidente de la Comisión Coordinadora de la Educación Nacional, o desde los prestigiosos puestos ejecutados en entidades internacionales en favor de la educación latinoamericana, certificó copiosamente su convicción y su proclividad por la misión desplegada.
El raudal de reconocimientos nacionales e internacionales recibidos, confirman la cuantía y eficacia de la faena de ese tableño raizal que dispensó cada minuto de su fuerza y cada gota de su sudor en ofrenda augusta en provecho de la patria fusionada que en otros tiempos Bolívar soñara.
En el territorio istmeño, el Doctor Francisco Céspedes Alemán fue investido con la medalla Manuel José Hurtado y fue seleccionado entre una pléyade de educadores esclarecidos junto a Melchor Lasso de la Vega, Jeptha B. Duncan, Otilia Arosemena de Tejeira, Octavio Méndez Pereira, Alfredo Cantón, Guillermo Andreve, Manuel José Hurtado,  José Daniel Crespo y Diego  Domínguez Caballero.
En el ámbito internacional, las ejecutorias educativas del doctor Céspedes Alemán también le consienten a sus sienes el solaz del triunfo bien obtenido, esta vez con el Premio Internacional de Educación Andrés Bello.
Asimismo, la nación de Bolívar distinguió a este esclarecido tableño con la Orden Andrés Bello y por último, la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello publicó su ensayo Problemática y tendencia de la educación en la década de los 80, en el compendio Pensamiento Pedagógico de los grandes educadores del Convenio Andrés Bello.
                El itinerario pedagógico del doctor Francisco Céspedes Alemán merece un íntegro examen que nos permita un discernimiento cabal e integrador de más de medio siglo de vida consagrado a la educación panameña y latinoamericana.  Resulta congruente, pues, otear la visión de este educador inconfundible a través de fragmentos de su doctrina que nos admitan avisar sus inagotables perspectivas de prosperidad, no solo para su pueblo natal, Las Tablas; para su provincia de Los Santos; para su país, Panamá; para su patria grande, América Latina, sino que su raciocinio cobra cada día más actualidad en todos los rumbos contemplados por la rosa de los vientos.
El doctor Francisco Céspedes Alemán fue un convencido –en pensamiento y acción– de la exigencia pragmática de una educación científica e histórica.  La óptica científica suministra la aclimatación de la mocedad a todos los perfeccionamientos engendrados por el saber humano permitiendo que el hombre así formado logre una adecuación conveniente a las veleidosas condiciones de una sociedad en innovación incesante; el conocimiento histórico aporta el contorno pertinente, a través de la noción del pasado para avizorar el sendero conducente a elucidar el presente y, por ende, indicar el norte en el continuo bregar hacia el futuro.
Céspedes Alemán advirtió y ofreció opciones tendientes a remediar las fragilidades primordiales del sistema educativo panameño.  Criticó que dicho sistema se viene ensombrece por los vaivenes políticos que estrangulan la determinación general de mejorar; censuró con ahínco el centralismo funesto que impide una panorámica diáfana de las diferencias educativas imperantes a raíz de una unificación de juicio asentada en la capital, incompetente para comprender la realidad interiorana. Denuncia las actuaciones falaces en la educación, pues a pesar de que se habla de una escuela nueva y activa, las aulas de clases continúan siendo templos en los que sólo se escucha la voz monacal del docente.
Con una percepción salomónica, el preclaro educador tableño, señala la urgencia de la descentralización educativa, la cual se logró en nuestro tiempo; mas (por los influjos perjudiciales de la politiquería criolla) la misma se vició por las desaforadas Juntas Regionales, que cuentan con un holgado rosario de denuncias por no seleccionar a los docentes por sus competencias, trayectorias y aptitudes, sino por su afiliación política.  Con un claro dejo de tristeza, el Maestro censura el comportamiento de la mayoría de los docentes panameños, que sólo se unen con la intención de adjudicarse prebendas laborales, descuidando su vocación en la sacra misión que han elegido para desenvolver sus vidas.  Asimismo, el doctor Céspedes Alemán propone separar los elementos involucrados en el sistema educativo:  lo administrativo, lo legal y el mundo del aula.  Su enfoque se proyecta hacia el logro de una armoniosa conveniencia entre las dos columnas reales de la educación: el maestro y el estudiante.  En este sentido, el docente tiene una responsabilidad mayúscula, pues, desde los tiempos en los que el doctor Céspedes desarrolló sus estudios, hasta nuestros días, lamentablemente se continúan enseñando nuevas teorías con procedimientos que no cumplen el papel pedagógico que exige nuestra sociedad.  Señala también que los cambios que requiere la educación panameña van mucho más allá de los simples cosméticos que aplican las diferentes administraciones educativas para diferenciarse de las anteriores… Es necesario establecer cambios profundos, pues la educación no es un producto acabado, sino que se encuentra en permanente evolución.  Esta perspectiva sugiere, en alguna medida, que de una vez por todas se establezcan políticas educativas estatales y no programas personales dependientes de los caprichos de un Ministro que, con la llegada de su sucesor, son arrancados de raíz, incrementando la profundidad del abismo educacional que nos esclaviza.
El doctor Francisco Céspedes Alemán tuvo la ventura de disfrutar de la educación panameña en los albores del siglo pasado, época áurica en la que hombres de la estatura de Belisario Porras pretendieron una nación fulgurante que solo podía ser alcanzada por inteligencias configuradas con erudición en el sagrario de la instrucción perpetua.
La antorcha vital de este hombre sin parangón se extinguió definitivamente el día 19 de octubre de 1997; no obstante, su muerte física, lejos de enmudecer su percepción renovadora, se transmutó en la savia nutricia que ha irradiado en lozanas personalidades que recogen su doctrina y enarbolan en el pináculo de los notables para que su resplandor prosiga cubriendo los derroteros educativos latinoamericanos.
Tras su muerte, para rememorar el Primer Centenario de la República, se planteó loar tangiblemente para el provenir el apelativo de este aureolado perceptor, bautizando con el mismo a la Sede Universitaria de Los Santos de la Universidad de Panamá.  Sin embargo, para consternación de una comunidad halagada por la diligencia emprendida, las personas encargadas de decidir el destino de la misma, rechazaron por mayoría omnímoda la sugerencia, argumentando que desconocían quién era el Doctor Francisco Céspedes Alemán.  ¿Se habrá visto una postura más incongruente para una Universidad, sobre todo para la Universidad de Panamá, que es la conciencia crítica de la nación? ¿Dónde quedó el espíritu investigador?... En el olvido. Se votó empleando como juicio no la convicción.  No obstante, quienes intentaron ensombrecer la figura del Doctor Francisco Céspedes Alemán, solo lograron hacerla florecer rutilante como el sol de verano cuando despierta triunfal del lecho cálido del Uverito.
Peña Blanca de Las Tablas, 18 de octubre de 2002.
Este ensayo ocupó el segundo lugar del
Concurso Francisco Céspedes Alemán, 2002.

martes, 14 de diciembre de 2010

ENTRE ZURRONES Y ENJALMAS: UN VIAJE A NUESTRO INTERIOR

Melquiades Villarreal Castillo
La literatura es un arte de gran significado para todos los que creemos en el poder de la palabra para enrumbar nuestras vidas, pues la misma funciona como el instrumento que nos hace humanos en todos los sentidos, porque nos permite comunicarnos con nuestros semejantes.

Portada de la obra.
Tuve la oportunidad de leer la obra Entre zurrones y enjalmas de Luis Barahona González en una sola sentada, por razones muy diversas, siendo la primera de ellas que la obra llegó a mis manos a través de un generoso préstamo de la Profa. Nidia P. de Domínguez; la segunda que me dejé absorber por la lectura, pues la obra supo captar mi atención desde la portada, cuando la sombra de un hombre camina llevando su caballo de diestro, imagen que me retrotrae en el pasado y me ubica en la esencia de mi realidad como campesino tableño. Por ello, la palabra interior en este documento cobra doble valor semántico: por un lado, viajamos al interior de nuestro país; pero al mismo tiempo nos transportamos al interior de nuestra esencia como individuos pertenecientes a un grupo social.
En primera instancia, pensé que estaba frente a un libro de cuentos de los muchos que ven la luz, por un motivo o por otro a través del Diplomado en creación literaria que dicta la Universidad Tecnológica de Panamá.
Como el lector podrá ver, inicié mi lectura prejuiciado. El libro de Barahona es mucho más que sus remembranzas sobre las historias contadas por su abuelo, Eduviges Barahona, en El Carate de Las Tablas, es mucho más que un cuentario salido de los talleres del mencionado diplomado.
Cuando Ricardo Palma publicó sus Tradiciones peruanas fueron muchas las opiniones vertidas sobre las mismas. En primera instancia, la crítica de la época no sabía frente a qué tipo de texto se encontraba y terminó creando un nuevo género narrativo: la tradición, que dicho sea de paso, solo se ajusta a los textos de Palma.
Ing. Luis Barahona González.
(Foto obtenida de Internet).
Así, surge en mí una inquietud: ¿frente a qué tipo de texto me encuentro cuando leo la obra de Luis Barahona González? No tengo una respuesta. En apariencia estamos frente a un conjunto de cuentos; pero la realidad es otra; pues a pesar de la elaboración literaria los relatos, en no pocas ocasiones, se desnudan de la ficción como recurso, para transformarse en elementos testimoniales, de los cuales puedo dar fe de muchos: La tienda de Úrsula González que marcó un hito en el comercio entre los corregimientos de El Carate (lugar de origen del autor), Peña Blanca (mi lugar de nacimiento) y El Cocal; igual ocurre con la mención constante de don Eduviges Barahona (el protagonista de la mayor parte de las historias) y su esposa doña Cirila, a quienes no conocí, pero que, a través de personas que sí se codearon con ellos, encuentro claras evidencias de que el texto no es más que un retrato de los mismos; igual ocurre con otros personajes tales como el curandero Carmen Montenegro, los matarifes Isabel “Chabelo” Villarreal, Carmen Domínguez, Concepción Montenegro, quien aún vive, los comerciantes Pedro Espino y Gregorio “Goyo” Ducasa.
Por otro lado, los relatos, si los pasamos por los tamices de los teóricos como Propp o como Bremond, no cumplen con las reglas etiquetadas al género como cuento; no obstante, Barahona sabe imprimirle otros valores literarios, convirtiéndolos en documentos de valor sociológico por ejemplo, como el duelo que se da entre dos jóvenes (una pobre y uno rico) por el amor de una mujer; o la contienda en el campo de trabajo entre un chico casi imberbe con un hombre hecho y derecho; el patriarcado imperante o la costumbre que tantas secuelas dejó al comer grasas en exceso: alimentos fritos en manteca de res o el arroz siempre acompañado con manteca de puerco, son factores que nos permiten trasladarnos varias décadas atrás en la búsqueda de la intrincada personalidad del campesino santeño.
De igual modo, el texto es un elemento histórico, pues describe hechos documentados, finamente elaborados con recursos que se elevan al cénit de un gusto literario bien cultivado como las alusiones de indicios clásicos griegos, hasta los más desembarazados testimonios lingüísticos de una gente sencilla, sin educación escolarizada, que en nada distan de aquel simple campesino obeso, que acompañó al hidalgo manchego en su tarea de hacer el bien a todo el que lo necesitara.
He dicho en mil y una ocasiones, que Panamá todavía no ha sabido recrear a través de su literatura la esencia del panameño, al modo que La Ilíada y La Odisea recogen la griega; La Eneida, la romana; El poema de mío Cid, la española; o, Don Segundo Sombra, la argentina, tan solo para mencionar algunos casos. No obstante, Entre zurrones y enjalmas, en no pocas ocasiones nos permite establecer comparaciones con obras como Don Segundo Sombra o el Martín Fierro, por la manera de tratar la simplicidad de los grupos campesinos, detallando su profundo amor al trabajo y sus frescos modos de divertirse, pues se saben dueños de una identidad que los hace sentir orgullosos de sí mismos.
Sin embargo, la obra de Barahona recoge la esencia del campesino santeño que vivió antes de la llegada de los medios de comunicación que lo sacaron de su aldea (a través de la escuela, la radio, la televisión y más recientemente la internet), para colocarlo en un mundo global; en el cual los niños en lugar de jugar son víctimas de complicados entretenimientos electrónicos; donde la televisión y la computadora los obligan a pasar horas en soledad, recibiendo cualquier cantidad de información –positiva y negativa– que no tienen cómo procesar ni compartir.
Allí, la obra vuelve a despertar esa curiosidad de la que hablaba Juan Pablo II, a la cual yo me referiré como inquieto duendecillo que fustiga nuestra conciencia para que, a medida que vamos envejeciendo, nos traslademos a la felicidad de los años primeros.
Así, conversaba con Ramiro González, excompañero de juegos de infancia, quien desde España, donde ahora está radicado, lamentaba como los juegos electrónicos y los demás avances tecnológicos, en lugar de mejorar nuestra calidad de vida, nos deshumanizan a través de un egoísmo engreído y consumista, cementerio de aquellas moderadas costumbres de nuestros antepasado, como los abuelos que en las primas noches contaban cuentos a sus nietos, usos que nos encomendaron como herencia y que nosotros, lamentablemente, no hemos sabido continuar para los que nos sucederán en el tiempo y en el espacio.
Ahora bien, mi apreciado lector, me permito reflexionar sobre el título de la obra: Entre zurrones y enjalmas. La portada no puede resultar más decidora, salvo que falta un elemento en la imagen: el niño que fui montado en el caballo llevado de diestro por mi bisabuelo Modesto Vergara, que es el factor que va a decidir mi exégesis al respecto.
Dije al principio que el hombre que lleva el caballo de diestro es un campesino santeño – Eduviges Barahona – sin lugar a dudas y que el caballo es su compañero de faenas. La estructura profunda de la interpretación me conduce por otros derroteros. El campesino de la imagen no es Eduviges Barahona, o, por defecto, aunque sea él, nos encontramos frente a dos posibilidades más: es el hombre que domestica a la bestia y la pone a su servicio (ojalá domesticáramos la tecnología y la utilizáramos para ser mejores personas) o, por el contrario, es aquel niño (el narrador como decimos los técnicos de la crítica, o el autor –Luis Barahona González– como dirían los no entendidos en las complejidades de la crítica literaria), ahora hombre, que escuchó historias contadas por su abuelo como elementos de entretención nocturno, que comprendió a su antecesor como un símbolo del hombre santeño de la época; vivencias que, aunque propias y familiares, ha querido compartir con nosotros a través de un libro.
Por ello, los que nos colocamos Entre zurrones y enjalmas, tenemos el placer de ver la simbiosis hombre-realidad-naturaleza-teconología-humanización desde una perspectiva más elevada, la cual, inclusive, nos facilita una interpretación universalista a través de la lectura, desde la cual podemos percibir el mundo narrado desde la óptica de la objetividad que promete el justo medio entre los elementos involucrados.
Culmino este comentario, que no análisis, recomendando la lectura de la obra de Luis Barahona González, como texto necesario para obtener una mejor visión de nuestra realidad, la cual a mi juicio debe poseer elementos fundamentales como una visión del campesino interiorano, quien de una vida simple evoluciona a la tecnología que lo domestica; una perspectiva de la zona de tránsito que es vital en nuestra historia; sin descartar los componentes indígenas y los otros factores que han incidido (españoles, franceses, chinos, negros, estadounidenses, hebreos, colombianos, etc.) en la conformación de nuestra nacionalidad.
Insisto, pues, montemos el caballo “El Colorao” de don Eduviges Barahona, ahora eternizado en la brevedad del papel a través de la magia de la palabra literaria, y permitamos que Luis Barahona González, nos lleve de diestro en un recorrido por nuestro pasado inmediato que clama por subisistir.
Peña Blanca de Las Tablas, 6 de diciembre de 2010.

REVISTA MAGA N°53: 20 AÑOS SON VEINTE AÑOS...

Melquiades Villarreal Castillo
En medio del bombardeo de la publicidad comercial que nos agobia, todos, en algún momento, hemos escuchado el mensaje de una institución bancaria que reza: “seis meses son seis meses.” Hoy, en una sociedad que manifiesta una indiferencia casi generalizada hacia la cultura, puedo afirmar que me siento orgulloso de presentar ante ustedes la edición N°53 de la REVISTA MAGA, con la cual se conmemoran veinte años de su nacimiento. Ante este hecho, y en tan singular contexto, el cual no tiene precedentes hasta donde tengo conocimiento; nosotros, los que amamos las tontadas del alma, podemos entonar, a una sola voz, un himno de alegría que espero que germine en la conciencia colectiva de la sociedad panameña presente y por venir. Señores, 20 años son veinte años…
En este mismo orden de ideas, debo hacer un reconocimiento a la mente que ha hecho posible esta celebración con fe inquebrantable en las letras panameñas, un soñador. Me refiero a Enrique Jaramillo Levi. Felicidades, Enrique. Has tenido un sueño y has gozado la dicha de ver su cristalización a lo largo de dos décadas.
MAGA, desde sus orígenes, cobijó bajo el calor de su seno muchas quimeras esparcidas en medio de las páginas de sus números iniciales. Muchas de estas utopías se han concretado en realidades significativas en el devenir cultural de nuestro país.
A mi juicio, la materialización más elocuente de estas ilusiones es la aprobación d ela Ley N°14 de 7 de febrero de 2001, mediante la cual se crea el día del escritor panameño y de la escritora panameña. Cabe señalar que este éxito se logra a través de la participación directa de la Universidad Tecnológica de Panamá. En el periodo de gestación de la idea, se pensaba en el 5 de noviembre como fecha perfecta, por coincidir con la fecha de nacimiento de Ricardo Miró; empero, como resultado de la apatía de los gobiernos y de las instituciones estatales que ignoraron durante varios lustros la propuesta, dicha fecha se conmemora el 25 de abril en recordación del natalicio de Rogelio Sinán.
Una cualidad de MAGA, a lo largo de su historia, ha sido su fe en los talentos desconocidos; ha abierto sus páginas a muchos poetas, cuentistas, ensayistas, críticos; en fin, escritores en ciernes que han experimentado en MAGA la delicia de la primera publicación.
La versión N°53 de MAGA no podía ser menos espléndida por lo que amalgama el genio de Cortázar con el talento de nuevos escritores nacionales. En la portada, observamos a través de la mirada triste y esperanzadora del autor de La vuelta al día en ochenta mundos que, desde el pétreo presente de la fotografía, nos remonta al pasado, veinte años atrás cuando (días después de su deceso) en Panamá, se publica el primer número de una revista literaria que heredaría el nombre de uno de los personajes de Rayuela. Nos referimos a la Maga. No obstante, la misma mirada escrutadora se constituye en un hálito de vida y esperanza, como diría Darío, que nos coloca su proa quimérica hacia el futuro.
Cada una de las secciones que componen la revista, son fieles reflejos de la calidad exigida. El segmento dedicado a recordar a Julio Cortázar incluye una completa cronología del autor, lo mismo que dos de sus cuentosDeshora y Cuello de gatito negro y su ensayo: Del cuento breve y sus alrededores, culminando con una reflexión que Rogelio Sinán hace sobre el autor.
En la sección Miscelánea, Enrique Jaramillo Levi nos habla sobre el talento narrativo de Érika Harris. Asimismo, encontramos prosa (cuentos o ensayo) de Carlos Fong, Ana María Camargo, Pedro León Carvajal, Miguel Rico Varadé, Porfirio Sánchez, Otto Raúl González y poemas de Alexander Zánchez.
El lector tiene, además, la oportunidad de apreciar muestras de relatos de tres nuevas cuentistas panameñas: Marisín González, Érica Harris y Marisín Reina. Del mismo modo, se dedica una sección al Premio Nacional de Cuento José María Sánchez, auspiciado por la Universidad Tecnológica de Panamá y que, en su última versión, fue ganado por Eduardo Soto Pimentel.
La sección Taller, acostumbrada en MAGA, contiene textos de Lupita Quirós Athanasiadis, Roberto Reina, Isabel Herrera de Taylor y Enrique Noel M.
En la sección reseñas, en la cual se da cabida a la lectura que se hace sobre diversas obras que ven la luz, encontramos textos críticos interesantes: La mirada oblicua de Ángela Romero Pérez; tributo de la crítica española a la narrativa panameña; de Irina Ardila, A ese y al otro lado del espejo. Resignaciones y huidas en El escapista y demás fugas de Carlos Wynter Melo de Biviana Castro Ramírez y Vida en la palabra, vida en el tiempo, texto crítico sobre la obra del mismo nombre del poeta y ensayista Salvador Medina Barahona, escrito por Juan Antonio Gómez.
He leído muchos ejemplares de MAGA y nunca he encontrado en ella la estructura circular propia de la cosa acabada. El ejemplar que hoy presentamos no se constituye en una excepción y, por ello, en la sección Papeles de la Maga, percibimos la confianza de un mejor futuro para las letras panameñas, una horizontal orientada hacia el porvenir. En esta sección, se nos presenta la realidad prometedora del Diplomado en Creación Literaria, 2003; Enrique Jaramillo Levi nos habla de Señales prometedoras y se anuncian las Bases del Concurso Maga del Cuento Breve.
Como hemos visto, la revista que hoy presentamos es un documento rico e interesante en sus ochenta y cuatro páginas que, quisiera Dios, que sean aprovechadas en su totalidad intencional. Brindemos por estos veinte años y auguremos un mañana prometedor a Maga, a las letras panameñas y a las semillas de escritores que en un día no lejano sabemos que nos colmarán con los frutos de su creatividad.
Instituto Profesional y Técnico de Azuero, 30 de marzo de 2004.
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