Lissete E. Lanuza Sáenz. |
“No es
una historia común, su historia. Empieza
en ese momento, a los ocho años, desnuda excepto por unos panties blancos con
diminutas flores rosadas, en el medio de su cuarto. Él, su vecino, estaba pidiéndole prestada una
cosa u otra, el tiempo ha hecho poco importante el recuerdo de qué
exactamente. Ella nunca llegó a
prestárselo. Es más, desde el momento en
que su grito reverberó por toda la casa, ella no volvió a hablarle por más de
veinte años.” (Pág. 28)
Una niña a los ocho años, semidesnuda, es requerida por su
enamorado y, ella asustada grita; él escapa.
No dice nada, pero coloca una gran barrera entre ambos, barrera que él,
enamorado, interpreta de maneras muy diversas:
“Por momentos, en lo
más vanidoso de su juventud, se sintió importante. Si ella se tomaba el trabajo de no hablarle,
de mantenerlo en ascuas, debía ser porque él significaba algo y ella quería
darle una lección.” (Pág. 29);
Sin embargo, el tiempo pasa y no hay ningún viso de
arreglo; por ello, mucho tiempo después, cuando:
“ella anunció su compromiso con otro, en una
extravagante fiesta, que comprendió no solo la magnitud de su error, al pensar
que ya la tenía ganada, sino la terrible y certera verdad de su vida: la iba a
amar para siempre.” (Pág. 30)
El amor, entonces, se torna en leit
motiv del relato; él se marcha lejos, pero la sigue amando; ella fracasa en su
vida matrimonial. Aunque con temas inversos, hay vestigios de la trama de la novela El amor en los tiempos del cólera, sobre todo en el reencuentro,
muchos años después, cuando a través de
un juego de casualidades, sus destinos circulares los pusieron en la misma
condición en la que se separaron muchos años antes; solo que esta vez:
“Él abre
la puerta, y ella está ahí, como hace veinte años, como siempre en sus sueños,
desnuda y esperándolo. Ella lo mira
fijo, y de repente siente deseos de gritar, no para espantarlo, como aquella
vez, sino porque la historia se repite, y a ella le tomó más de veinte años, un
matrimonio fallido y demasiadas lágrimas volver a encontrarse en el lugar donde
debió haber estado siempre, y esta vez, no volver la mirada y esconderse
mientras él fija su mirada en el borde del encaje de sus panties. Esta vez, cuando
cierra la puerta de su cuarto, él todavía se encuentra adentro.” (Pág. 32)
Lectura recomendada:
LANUZA SÁENZ, Lissete. Destinos circulares. Panamá: 9 signos editores. 2010.
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