Melquiades Villarreal Castillo
Javier
Medina Bernal obtiene el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró con la obra
Hemos caminado siglos esta madrugada, poemario que es un periplo por el
tiempo, una valoración de la vida, la cual solo tiene significado en la poesía,
en la música; motivo por el que solo los poetas viven a plenitud, libres de los
convencionalismos de una sociedad hipócrita donde todos pecan a sus anchas,
siempre y cuando piensen que no son vistos; eso sí, criticando sin piedad a
quienes son descubiertos, llevando la falsedad a su máxima expresión, creando
así un conglomerado severo al castigar todo lo que sus miembros hacen o por lo
menos desean hacer, estableciendo una norma perversa que nos indica que el
pecado no reside en pecar si no en no saber pecar; que el problema no radica
tanto en decir la verdad como en saber mentir.
Desde el epígrafe, tomado de Emilio
Sánchez Ortiz, percibimos el leit motiv
del texto:
“No debo volver a la calle.
Prohibición terminante. Fuera espera la contaminación. (…)
Debo permanecer dentro,
protegido, en esta ventura infame de la escritura, mi aire y luz. Fuera
de ella, sólo tinieblas.”
La
concatenación es el artilugio empleado por Medina, desde el inicio del libro,
para cautivar al lector, quien, desde los primeros versos es víctima del enmarañamiento
ideoestético; es decir, se siente encadenado y, cual bestia rumbo al matadero,
es obligado por el héroe poético a caminar siglos esta madrugada.
Hace quince años abrí los ojos,
miré por la ventana y vi que estaba
lloviendo.
Entonces cerré los ojos.
Hoy he vuelto a abrirlos y he visto que
sigue lloviendo.
En la calle hay hombres que baten
mezcla;
es decir, combinan cemento
con agua y arena.
Construirán una casa.
Los hombres trabajan
bajo la lluvia.
Es una lluvia flaca.
La lluvia puede ser flaca.
Llueve, pero hace calor.
Cuando llueve siempre hace calor.
Vuelvo a cerrar los ojos.
Si
buscamos un significado al título, entre las múltiples posibilidades,
advertiremos situaciones interesantes; pues al caminar siglos, quien camina no
es un hombre, sino la humanidad prisionera de sus falsedades y convicciones; el
hecho de que sea una madrugada en especial “esta madrugada”, resulta sumamente
existencial, pues recrea la condición actual de la humanidad que se debate
entre la frustración y la esperanza; recordemos que la madrugada es la etapa
terminal de la noche, siendo, de manera simultánea, el nuncio de un nuevo
amanecer.
El
héroe poético desdeña el trabajo, el convencionalismo redentor de una sociedad consumista:
“Yo no mezclo cemento,
no alzo ni un dedo,
no me gusta trabajar.
El trabajo no ennoblece, embrutece,
pienso.”
Frente
al trabajo, el yo poético prefiere la escritura:
“Deseo escribir nombres sobre la arena
de la bahía,
promulgar la verdad que se esconde
tras los colores”
lo que hace ocultándose de la máscara
que caracteriza a los demás, pues como él mismo señala:
“Odiaba la poesía.
Yo no entendía la poesía.
No la entiendo.
Conocí a una mujer
a la que le gustaba que le leyera
poemas
antes y después de los besos
y las caricias.”
Desde
este punto de vista, debemos convenir en que la escritura, aunque para los demás
sea una manifestación del ocio, para el héroe lírico es una forma de trabajar,
de trascender, de hacer algo por los demás; sin embargo, frente al
mercantilismo existencial de nuestro tiempo esta vocación se torna peligrosa;
por ello, aunque se declara lector ávido, busca una puerta de evasión al
confesar su odio hacia la poesía, desdeñándola por su incapacidad de
entenderla; al tiempo que, en los versos siguientes manifiesta la mayor
comprensión sobre el género y es capaz de dictar una clase magistral sobre el
mismo, pues todos sabemos que la consumación del amor es la máxima expresión
ideoestética; de manera irónica los versos citados nos demuestran amor por la
poesía, comprensión plena sobre la poesía, no a través una definición
académica, sino a través de la creación poética.
La
lluvia ocupa un sitial fundamental en el poemario de Javier Medina Bernal, lo
que, de alguna manera, recuerda el origen acuoso del ser humano. Pero la lluvia
a la que se canta en el poema no es a la lluvia refrescante de los trópicos, no
es la lluvia que fecunda los campos, es la vida misma, la cual no tiene
significado alguno sin el trueno
estremecedor; es decir, el elemento que irrumpe con el sosiego, convirtiéndose
en el grano de sal, que nos permite apreciar el sabor del dulce en toda su
magnitud.
La lluvia pronto traerá truenos.
Me encantan los truenos.
Los
truenos, en este caso, cobran un significado diferente; pues además de producir
temores en la mayoría (a sabiendas de que son inofensivos, pues son los rayos
precedentes los realmente mortíferos), permiten saber que estamos vivos, aunque
solo sea para esperar una nueva oportunidad para morir:
Es una lástima, porque, a lo mejor,
con los rayos y los truenos mi cuerpo
podría levantarse
como se levantó Lázaro,
sólo para morir
una segunda vez.
Luego, el héroe poético, sin ningún
tipo de ambages, después de elevarnos con sus versos al cenit de sus caprichos,
nos deja caer sin ningún tipo de amparo en su cruda cosmovisión acerca de la
vida:
Porque yo estoy convencido, aunque
parezca lo contrario, de que la vida no es
otra cosa que tiempo y espacio,
pero no un tiempo y un espacio como lo
entiende la mayoría,
sino un tiempo
y un espacio
sujetos a mis caprichos,
un tiempo y un espacio que yo puedo
moldear y torcer a mi manera.
El
dominio sobre su existencia es una condición humana; no obstante, los humanos,
más flojos que el héroe poético que se declara como tal sin vacilaciones,
prefieren ser conducidos por los demás:
Por ejemplo: ahora estoy aquí en mi
cuarto
y soy un hombre y llueve,
pero al instante siguiente soy aquel
tigre
y me escondo entre el follaje y acecho,
estudio cuál de entre todas es la presa
más fácil y después,
sin llegar siquiera a atacar,
ya no soy el tigre sino la presa,
soy el ciervo, pero no el siervo de
Dios
Los temores son el molde en el cual se
forja la personalidad del héroe lírico, y lo peor es que los mismos son
perdurables:
Alguna vez, de niño, le temí a los
rayos;
en realidad, le temí a muchas cosas
cuando era niño, puesto que mis padres
me heredaron sus miedos;
A
parte de ello, el héroe poético marca la ausencia paterna, una ausencia
determinante en su carácter, su “de mi destino de eterno solitario rodeado de
faldas.”
A
pesar de todo, no pierde su fe en la redención del hombre-sociedad, que
encontrará seguridad, cuando otros construyan su casa, una casa nueva y
apocalíptica, donde la poesía redimirá a la humanidad:
La mirada es un crepúsculo.
La mirada es milagro y nubes
anaranjadas, y rojas, y amarillas.
Después
de todo el recorrido, del cual se han señalado detalles, el héroe lírico, cual si despertara de un sueño, llega al
final de su viaje:
He caminado siglos esta madrugada.
Me he cansado del tiempo y el espacio.
Pego la barbilla a mi pecho, miro el
pozo.
Me sumerjo en él.
Abro la boca. Cierro los ojos.
Silencio.
Creo que ha parado de llover.
Las cosas van naciendo.
Como antes.
Hemos caminado siglos esta madrugada es un
libro múltiple en su candidez, sencillo en sus complicaciones, individual en lo
universal, particular en lo común, rico en imágenes pletóricas de significados,
un reto a la lectura, una invitación a caminar, junto a Javier Medina Bernal, siglos
esta madrugada.
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