domingo, 27 de mayo de 2012

SER CHIRICANO METO:

  BASE SÓLIDA DE LA IDENTIDAD CHIRICANA

  
     El pasado viernes 25 de mayo fui invitado por el gran amigo José Chen Barría a la presentación de su libro Ser chiricano meto, en el auditorio de la UNACHI.
     Viajé con suerte, después de haber cumplido todos los compromisos del día como profesor en la ciudad de Las Tablas.  Tuve un viaje cansón y placentero, pues apenas pude desayunar a las cinco de la tarde
        A las 6:30 p.m llegué a la UNACHI.  Me sentí complacido, al ver la gran cantidad de público que asistía al acto.  Tuve la oportunidad de compartir un rato con el orador de fondo, Dr. Alberto Osorio Osorio, quien hace más de veinte años presentó mi primer libro Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua, cuya autoría compartí con el ya fallecido Gustavo Batista Cedeño y con el Arzobispo Emérito de Panamá, Mons.  José Dimas Cedeño.
     Lo bueno si es breve, es dos veces bueno han dicho desde siempre los españoles.  Esta noche se confirmó esta sentencia.  La licenciada Marta Alvarado Fonger, administró con elegante parsimonia un programa estrictamente elaborado.
     La Orquesta de Cámara de la UNACHI deleitó a los asistentes con el Himno a Chiriquí, con El Himno de la Alegría de Bethoven.  María del Socorro Rovallo nos deleito con el poema Ñatore May de la Alondra Chiricana María Olimpia de Obaldía.  Roger Patiño captó nuestra atención con su proyecto federalista.  El joven Carlos Saldaña hizo un llamado a la juventud para continuar construyendo la chiricanidad que ha recaído sobre sus hombros. Marcelino Guerra dirigió un grupo de estudiantes de publicidad que realizaron tres interesantes videos sobre lo chiricano.
       El Dr.  Alberto Osorio Osorio sentó cátedra.  Necesitó apenas 842 palabras para sinterizar la sustancia misma de ser chiricano, para explicar qué significa ser chiricano y qué es la chiricanidad.  Por la trascendencia del discurso, me permito citar algunas ideas fundamentales:
José Chen Barría
       “La denominación “Chiriquí” o “chiricano” halla sus antecedentes en épocas muy anteriores que se remontan a la colonia hispánica y a la prehistoria aborigen.
     Los conquistadores invasores no hacen más que transcribir fonéticamente la toponimia original tal cual sonaba a sus oídos nada habituados a las lenguas nativas.
    ¡Chiriquí, sonoro y dulce nombre inmemorial!
      El sentimiento no pertenece al ámbito racional que conlleva la universalidad objetivada. Platón expresó que solo hay gnosis de lo universal. Descartes añadió 20 siglos después que la razón es la cosa mejor distribuida del mundo. Pascal hace antítesis con su célebre sentencia: “El corazón tiene sus razones que la razón no comprende”
      Ahora bien, ser o hacerse chiricano se desdobla en un saber de pertenencia a una tierra singular. Especial, irrepetible en la reclinada geografía global de la patria.
     Las progenies que aquí se han sucedido y su multivaria diversidad humana se sienten, dentro y fuera de los límites provinciales, propietarios e hijos de un terreño con atributos ínsitos y palpables:
      a. Feracidad asombrosa,
      b. Sistemas pluvial y fluvial copiosos,
      c. Paisaje estético de deleite
     d. Proliferación de fauna y flora de incontables especies.
     Ya nos lo advertía el estudio geo-morfológico de Morritz Wagner. El maestro alemán afirma sin ampulosidades literarias.
     “Fertilidad paradisíaca y la fisonomía de parque”
   Y añade:
     “Chiriquí es… uno de los países más ricos en agua de toda la tierra”.
      Breve, el sentir de la chiricanidad, llamémoslo así, proviene de un anclaje concreto, real, innegable, ecología gloriosa es su tangible prueba, la tierra que se levanta desde la playa al páramo, de las suaves colinas y sabanas al monte cordillerano de fuego.
      Ser chiricano no estriba en un valor abstruso, en un orgullo sin fundamento.
A lo largo de centurias, cuantos arribaron de distantes latitudes hicieron de Chiriquí su nueva raíz y hogar para sus vástagos.
Dr. Alberto Osorio Osorio
      Un mandato bíblico permite el uso de la tierra y sus pródigos recursos a fin de que la vida se desarrolle.
       Señor de la creación, el chiricano es el señor indiscutible de su Chiriquí.
       Los recientes graves conflictos por la tierra y las aguas nos advierten que utilizarlos nunca equivale a degradarlos y menos destruirlos. Violentar la naturaleza exigirá un proceso de restauración –si sucede- de muchas décadas mientras el hombre se ve privado de las bondades que brinda y que son vitales.
      Somos hijos de un segmento del Istmo, sí, sin estreches regionalistas y con visión y visual de porvenir.
      Somos por los de ayer, los próximos chiricanos serán solo en virtud de nuestro ser y hacer.
      El libro del Eclesiastés es explícito cuando enseña, milenios ha:
     “Una generación va, otra viene, pero la tierra permanece para siempre”
       Ser chiricano es un sentir específico y, al unísono, reclama una actitud de respeto al cuadro natural que no hicimos y al orden social, económico y cultural en constante cambio que es privativa producción nuestra.
      Según he intentado demostrar, ser chiricano es un privilegio y un reto. Lo primero por el microcosmos que nos engendró; lo segundo porque la respuesta que demos a los desafíos del presente depende de nosotros, única y absolutamente de nosotros.
      En idioma filosófico, ser es sustancia, continuidad, rasgo que define.
     Ser chiricano exige, aunque parezca paradójico, continuidad y cambio con sostenibilidad de recursos y bella naturaleza renovable.
     En el lenguaje de la historia los tres tiempos del tiempo son el recuerdo del pretérito, la acción actual y la esperanza del futuro.
     Justamente, en la conjunción del sentimiento regionalista con la realidad natural y antropológica se plasma nuestro mayor timbre de inmodesta altivez. SER CHIRICANO.”
     No podía faltar el poema Soy chiricano de Santiago Anguizola Delgado:

De junquillo flexible mi sombrero,
Roger Patiño
            camisa holgada de cotín listado,
            pantalones de dril fuerte y tostado,
           grueso calzado y cinturón de cuero.

Cabalgo siempre mi corcel ligero
            con el machete del arzón colgado,
           y siempre gran afecto he profesado
           a mi soga y montura de vaquero.

Rudo soy, es verdad, porque han curtido
           mi cuerpo un sol de rutilante llama
Marcelino Guerra
           y el trajín de la hacienda en que he crecido,
           pero en mi pecho un corazón se inflama
           que es todo compasión para el dolido
            y todo amor para mi dulce dama.

Soy poeta, no más, porque este suelo
           donde tranquila se meció mi cuna
           es el florido "Valle de la Luna"
           de verdes campos y estrellado cielo.

Porque aquí he visto florecer mi anhelo
Carlos Saldaña
             y, ¡oh dicha!, aun tengo para mi fortuna
             una madre, amorosa cual ninguna,
            que es el único don de mi consuelo.
             Y cantaré mientras que altivo alumbre
            el esplendente sol desde la cumbre
           del gran Barú hasta el inmenso llano,
            para decirle con orgullo al mundo
            que no en sus glorias mi esperanza fundo,
           que es mi gloria mayor: ser chiricano.

             Finalmente, el autor del libro: José Chen Barría analizó la realidad chiricana desde el presente, pues Chiriquí no es cosa acabada; la chiricanidad está en vías de desarrollo y es compromiso ineludible de cada chiricano seguir mejorando a Chiriquí y profundizando su chiricanidad.
            Ojalá en el resto de las provincias de nuestro país haya gente preocupada por su esencia y comprometida a realizar un trabajo de esta naturaleza, con lo cual se construirá por siempre la casa de la identidad panameña.

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