Melquiades Villarreal Castillo
Gloria Young es, sin duda
alguna, una mujer muy interesante con ejecutorias trascendentes; sin embargo,
en esta ocasión aunque me referiré a ella, no hablaré de ella como persona,
sino que me enfocaré a desentrañar algunos de los arcanos presentes en su más
reciente obra Nada que ocultar.
La obra está
finamente presentada e ilustrada, pero me referiré solamente a los versos que
campean – aparentemente libres, pero no por ello menos misteriosos – por sus páginas.
La obra se
escinde en cuatro partes, en cada una de las cuales vamos a percibir la
multiplicidad de mundos de la poetisa Gloria Young: Cristal que no se rompe,
puerto de amor, días sin ti y llama de los abrojos titulan cada uno de los
apartados del libro.
En
Vendaval nos encontramos con una
especie de Apocalipsis: “Sin
anuncio previo/ soltó el viento/ una furia de hojarascas/ troncos/ árboles doblados/
como pidiendo perdón,/ arrancados desde las raíces.” El perdón solicitado,
sin duda de ninguna clase, nos motiva a pensar que la causa espeluznante de
nuestra destrucción somos nosotros mismos debido a nuestros pecados y a nuestra
falta de humildad; por ello, cuando los árboles se doblan nos invitan a abandonar
la soberbia que nos aniquila. Otro
detalle importante es que, en medio del fin, encontramos el principio, el
pecado edénico con el cual Adán condenó a la especie: “Vi un árbol desnudo/ de ramas/ y hojas/ avergonzado.” Por ello, el héroe lírico, cual semidiós
percibe el final con el estupor de la impotencia: “Mi garganta quedó atrapada de palabras/ solo el sonido del viento,/ en
mi memoria/ sigilosa/ fulgurante/ como el rayo/ me desgarró la imagen/ del
huerto/ atrapado de vientos/ implacables/ destrozando sus frutos y sus flores.”
Este mundo
destrozado y cantado en el poema encierra a nuestra América mísera y bananera: “La mirada se posó en los tallos de plátano/
postrados en la tierra/ solo faltaban dos semanas para el corte.”
La
segunda parte del poemario, nominada Puerto de Amor nos permite ver, sin
nada que ocultar, al espíritu femenino, libre y liberador en la mayor pureza de
su sustancia: “De noche la tierra fría/
el reflejo de la luna en los cristales/ el mar vaciado en la arena.” Recoge
también, con pericia inspirada, el alma popular de las personas que a diario
pululan por las calles: “En el corazón
del pueblo, los chanceros hacen el día/ y conversan las señoras de los últimos
muertos que entierran/ para conservar las emociones que el más allá inspira.” Pero,
sobre todo, el poemario procura esbozar el corazón de la mujer que ama: “Todos mis deseos se derraman en estos
infinitos mares/ al ritmo de la sangre; de mi sangre vital/ no quiero morir en
otros mares/ sino aquí, entre tus brazos/ bajo tu cuello,/ sobre tu boca.”
Días
sin ti es el nombre de la tercera parte del libro. Notamos en estos versos un aire de
estoicismo, de aceptación de la realidad, pues las cosas están llamadas a ser y no existe forma de evitarlas: “No dejo rastro de lágrimas/ ¿para qué?/ de
todas formas las pipas se harán coco en las palmeras/ y las flores de la reina
se abrirán lastimando la mirada/ con su destello amarillo/ incandescente.” Si
se hace un intento de decodificación cromática de los versos y nos centramos en
el destello amarillo que lastima la mirada y nos remitimos a la definición que
don Sebastián de Covarrubias da a este color, no es necesario brindar mayores
explicaciones: “El amarillo es la color
del amor.” Este sentimiento, no
obstante se presenta en algunas ocasiones doloroso y generador de sufrimientos:
“Yo no quiero una rosa/ encendida/ con espinas que no se
clavan/ a la vida/ para siempre/ no quiero sentir la suavidad de sus pétalos/
sedosos del color/ de la divina sangre.”
La última
parte del libro Llama de abrojos es prosa poética bien elaborada, libre de todo
atavismo gramatical, sustentada en el amor sin reglas, entendido desde la
óptica de los versos de Mario Benedetti: “Si
te quiero es porque eres mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos…”
Finaliza
el libro, con una cosmovisión liberadora a través de la poesía, suma
destructora de toda atadura, lo cual percibimos cuando el héroe lírico
prácticamente grita: “la poesía no duerme…
es un silbido que desata mis manos para no necesitar que me sostengas”
El lector
se encontrará en Nada que ocultar
con una infinidad de mundos por descubrir, mundos que nos describen a todos y
nos permiten comprender a los demás, por lo que su lectura es recomendable a
todo aquel que no le teme a sus propios secretos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario