Melquiades Villarreal Castillo
En los días transcurridos del tercer milenio, estamos persuadidos de que la educación es el medio seguro que puede situar al ser humano en capacidad de fomentar a plenitud sus posibilidades, constituyéndose este ingrediente en el acicate de la sociedad convulsionada de nuestro presente histórico.Nuestro país –casi nadie lo duda– es víctima de un relajamiento educacional surgido como secuela de la pugna de intereses preponderantes entre las distintas jerarquías implicadas, de forma palmaria o reticente, en el sistema educativo. Ninguna persona pareciera interesarse auténticamente por la educación como sustancia social, cuyos provechos pueden protegernos, con su donaire vigorizante, de la tórrida calidez engendrada por la ceguedad propia de la ignorancia.
Dentro de los linderos de este ambiente, la figura renombrada del Doctor Francisco Céspedes Alemán serpentea como una bandera, pues su existencia y su edificación en el labrantío ilustrativo son argumentos lapidarios de su aptitud e inspiración pedagógica, de su castidad intelectual y de su certidumbre en la obligación humana de legar un mundo mejor para la descendencia que nos perpetuará.
Francisco Céspedes Alemán ve la luz el 2 de enero de 1906, en la ciudad de Las Tablas, provincia de Los Santos, para blandirse como faro refulgente no sólo en el hogar tableño, sino también en el firmamento nacional y en el latinoamericano.
En su pueblo natal, realiza exitosamente sus estudios primarios; los secundarios los efectúa en el Nido de Águilas, el Instituto Nacional, que en aquellos días cumplía la olímpica tarea de fraguar a los hombres y mujeres que, en poco tiempo, debían asir entre sus manos el dogal indicador del norte de la patria. Francisco Céspedes Alemán es un prototipo inobjetable de nuestra aseveración. Su trayectoria profesional, desde la ductilidad del magisterio a nivel primario, la escrupulosidad de la Dirección de la Escuela Normal Juan Demóstenes Arosemena en sus primeros años de instauración, cuando perseguía ejecutar el anhelo de su autor (quien le legara su nombre), de convertirla en el Escorial de América, como en sus cargos desempeñados como asesor del Ministerio de Educación, Presidente de la Comisión Coordinadora de la Educación Nacional, o desde los prestigiosos puestos ejecutados en entidades internacionales en favor de la educación latinoamericana, certificó copiosamente su convicción y su proclividad por la misión desplegada.
El raudal de reconocimientos nacionales e internacionales recibidos, confirman la cuantía y eficacia de la faena de ese tableño raizal que dispensó cada minuto de su fuerza y cada gota de su sudor en ofrenda augusta en provecho de la patria fusionada que en otros tiempos Bolívar soñara.
En el territorio istmeño, el Doctor Francisco Céspedes Alemán fue investido con la medalla Manuel José Hurtado y fue seleccionado entre una pléyade de educadores esclarecidos junto a Melchor Lasso de la Vega, Jeptha B. Duncan, Otilia Arosemena de Tejeira, Octavio Méndez Pereira, Alfredo Cantón, Guillermo Andreve, Manuel José Hurtado, José Daniel Crespo y Diego Domínguez Caballero.
En el ámbito internacional, las ejecutorias educativas del doctor Céspedes Alemán también le consienten a sus sienes el solaz del triunfo bien obtenido, esta vez con el Premio Internacional de Educación Andrés Bello.
Asimismo, la nación de Bolívar distinguió a este esclarecido tableño con la Orden Andrés Bello y por último, la Secretaría Ejecutiva del Convenio Andrés Bello publicó su ensayo Problemática y tendencia de la educación en la década de los 80, en el compendio Pensamiento Pedagógico de los grandes educadores del Convenio Andrés Bello.
El itinerario pedagógico del doctor Francisco Céspedes Alemán merece un íntegro examen que nos permita un discernimiento cabal e integrador de más de medio siglo de vida consagrado a la educación panameña y latinoamericana. Resulta congruente, pues, otear la visión de este educador inconfundible a través de fragmentos de su doctrina que nos admitan avisar sus inagotables perspectivas de prosperidad, no solo para su pueblo natal, Las Tablas; para su provincia de Los Santos; para su país, Panamá; para su patria grande, América Latina, sino que su raciocinio cobra cada día más actualidad en todos los rumbos contemplados por la rosa de los vientos.
El doctor Francisco Céspedes Alemán fue un convencido –en pensamiento y acción– de la exigencia pragmática de una educación científica e histórica. La óptica científica suministra la aclimatación de la mocedad a todos los perfeccionamientos engendrados por el saber humano permitiendo que el hombre así formado logre una adecuación conveniente a las veleidosas condiciones de una sociedad en innovación incesante; el conocimiento histórico aporta el contorno pertinente, a través de la noción del pasado para avizorar el sendero conducente a elucidar el presente y, por ende, indicar el norte en el continuo bregar hacia el futuro.
Céspedes Alemán advirtió y ofreció opciones tendientes a remediar las fragilidades primordiales del sistema educativo panameño. Criticó que dicho sistema se viene ensombrece por los vaivenes políticos que estrangulan la determinación general de mejorar; censuró con ahínco el centralismo funesto que impide una panorámica diáfana de las diferencias educativas imperantes a raíz de una unificación de juicio asentada en la capital, incompetente para comprender la realidad interiorana. Denuncia las actuaciones falaces en la educación, pues a pesar de que se habla de una escuela nueva y activa, las aulas de clases continúan siendo templos en los que sólo se escucha la voz monacal del docente.
Con una percepción salomónica, el preclaro educador tableño, señala la urgencia de la descentralización educativa, la cual se logró en nuestro tiempo; mas (por los influjos perjudiciales de la politiquería criolla) la misma se vició por las desaforadas Juntas Regionales, que cuentan con un holgado rosario de denuncias por no seleccionar a los docentes por sus competencias, trayectorias y aptitudes, sino por su afiliación política. Con un claro dejo de tristeza, el Maestro censura el comportamiento de la mayoría de los docentes panameños, que sólo se unen con la intención de adjudicarse prebendas laborales, descuidando su vocación en la sacra misión que han elegido para desenvolver sus vidas. Asimismo, el doctor Céspedes Alemán propone separar los elementos involucrados en el sistema educativo: lo administrativo, lo legal y el mundo del aula. Su enfoque se proyecta hacia el logro de una armoniosa conveniencia entre las dos columnas reales de la educación: el maestro y el estudiante. En este sentido, el docente tiene una responsabilidad mayúscula, pues, desde los tiempos en los que el doctor Céspedes desarrolló sus estudios, hasta nuestros días, lamentablemente se continúan enseñando nuevas teorías con procedimientos que no cumplen el papel pedagógico que exige nuestra sociedad. Señala también que los cambios que requiere la educación panameña van mucho más allá de los simples cosméticos que aplican las diferentes administraciones educativas para diferenciarse de las anteriores… Es necesario establecer cambios profundos, pues la educación no es un producto acabado, sino que se encuentra en permanente evolución. Esta perspectiva sugiere, en alguna medida, que de una vez por todas se establezcan políticas educativas estatales y no programas personales dependientes de los caprichos de un Ministro que, con la llegada de su sucesor, son arrancados de raíz, incrementando la profundidad del abismo educacional que nos esclaviza.
El doctor Francisco Céspedes Alemán tuvo la ventura de disfrutar de la educación panameña en los albores del siglo pasado, época áurica en la que hombres de la estatura de Belisario Porras pretendieron una nación fulgurante que solo podía ser alcanzada por inteligencias configuradas con erudición en el sagrario de la instrucción perpetua.
La antorcha vital de este hombre sin parangón se extinguió definitivamente el día 19 de octubre de 1997; no obstante, su muerte física, lejos de enmudecer su percepción renovadora, se transmutó en la savia nutricia que ha irradiado en lozanas personalidades que recogen su doctrina y enarbolan en el pináculo de los notables para que su resplandor prosiga cubriendo los derroteros educativos latinoamericanos.
Tras su muerte, para rememorar el Primer Centenario de la República, se planteó loar tangiblemente para el provenir el apelativo de este aureolado perceptor, bautizando con el mismo a la Sede Universitaria de Los Santos de la Universidad de Panamá. Sin embargo, para consternación de una comunidad halagada por la diligencia emprendida, las personas encargadas de decidir el destino de la misma, rechazaron por mayoría omnímoda la sugerencia, argumentando que desconocían quién era el Doctor Francisco Céspedes Alemán. ¿Se habrá visto una postura más incongruente para una Universidad, sobre todo para la Universidad de Panamá, que es la conciencia crítica de la nación? ¿Dónde quedó el espíritu investigador?... En el olvido. Se votó empleando como juicio no la convicción. No obstante, quienes intentaron ensombrecer la figura del Doctor Francisco Céspedes Alemán, solo lograron hacerla florecer rutilante como el sol de verano cuando despierta triunfal del lecho cálido del Uverito.
Peña Blanca de Las Tablas, 18 de octubre de 2002.
Este ensayo ocupó el segundo lugar del
Concurso Francisco Céspedes Alemán, 2002.
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