sábado, 5 de marzo de 2011

EL CONCEPTO DE LIBERTAD: CLAVE PARA DESCUBRIR LA CORDURA DE DON QUIJOTE

 Melquiades Villarreal Castillo
                La escritura es el medio elegido por el genio para mostrarse al común de los mortales.  Sin embargo, es difícil que los verdaderos genios puedan ser entendidos en su tiempo. Así, del mismo modo que hace dos mil años Cristo fue crucificado como un delincuente común, la sociedad lectora condenó a don Quijote a la locura apenas fue conocido en 1605. Han pasado cuatrocientos años desde entonces y todavía no se ha logrado comprender que, aunque es un ser ficticio, es uno de los personajes más extrañamente cuerdos con los que ha contado la humanidad, al grado que llevó a Simón Bolívar, un hombre de múltiples y ricas lecturas,  a atreverse a comparar con él y con Jesucristo como los majaderos más grandes de la historia.
                Con la celebración de los cuatrocientos años de la primera publicación de la historia de las locuras de don Quijote de la Mancha, se conmemora el inicio de una nueva era no solo para la novela, la literatura como tal, sino también para la humanidad, pues este libro ha sido traducido a muchos idiomas; las hazañas de don Quijote han llegado más allá de los linderos de La Mancha, para arribar a las más lejanas tierras. Esto no se da por azar, la obra está diseñada para lograr este fin y, aunque tal vez Cervantes jamás soñó con que tuviera una difusión tan amplia, lo cierto es que la historia alcanzó como lector al propio don Quijote, quien, inclusive, se sintió molesto cuando Avellaneda, en la versión apócrifa de su vida, narra sus hazañas de un modo distinto a la forma como ocurrieron de acuerdo con su atrofiado juicio.
                Es una tarea muy difícil intentar decir algo nuevo de un texto sobre el cual, los ingenios mayores de cada época, durante los últimos siglos, han emitido juicios profundos y certeros. Sin embargo, voy a partir de un hecho real y muy conocido: cada lector hace una lectura individual, por ende diferente, de cada texto.  Es más, en cada lectura,  el lector obtiene una panorámica distinta del mundo presente en el relato.  En lo personal, he leído El Quijote en dos ocasiones; la primera en 1990, cuando apenas obtenía mi título de licenciado en Español en la Universidad de Panamá; la segunda, en Madrid. Después de mi primera lectura, como cualquier bisoño frente a la más insignificante de las artes, comencé a hablar como un experto, a pesar de desconocer las mil posibilidades de lectura expresas en la obra que ahora me han obligado a leer fragmentos de El Quijote, una y otra vez, pues en cada ocasión encuentro nuevas alternativas interpretativas.
                Para descubrir la esencia de cualquier texto, tenemos que irnos a la estructura profunda del mismo. No podemos hacer lecturas superficiales, en las cuales logremos apenas al conocimiento de la historia; es indispensable que nos adentremos en lo abisal del texto para poder captar el mensaje real; así, a manera de ejemplo, me atrevo a asegurar que don Quijote de la Mancha, es un personaje que existe, pues (aunque murió como cualquier ser humano dentro del cosmos del relato cervantino) su ideario perdura y se acrecienta con el devenir de los siglos.  Desde la dimensión en la que se encuentre, don Quijote es capaz de reírse de la supuesta cordura de la mayor parte de los seres humanos, los cuales, lamentablemente, somos casi incapaces de pensar en otra cosa que no seamos nosotros mismos. El egoísmo consuetudinario es, entonces, motivo infinito de risas para don Quijote.
                Creo pertinente comentar mi visión personal sobre algunas de las vivencias del hidalgo manchego para compartirlas, con la esperanza de motivar el ánimo para leer esta obra que es un libro que mueve a la libertar del ser humano, cualidad sobre la que el mismo don Quijote se expresa en los términos siguientes:
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que los hombres dieron los cielos; con ella no puede igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor al que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas del hambre,; porque no la gozaba  con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan de campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo. (Cervantes Saavedra. Don Quijote de la Mancha.  Madrid: Edición del IV Centenario. Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española. 2004.  Págs. 984-985. (II LVIII)
                La sabiduría popular nos enseña que es muy corta la distancia existente entre el genio y el loco. A mi juicio, ningún hombre loco puede pensar de esta manera. Y es que don Quijote era capaz de las locuras más disparatadas, como aquella de enfrascarse en singular batalla con unos molinos de viento a los que confundió con gigantes, del mismo modo que era dueño de las ideas más brillantes propias de los más sabios filósofos de todos los tiempo, tal  como lo hace con esta visión que, per se, a mi criterio, se transforma en indiscutible motivo para descubrir tan discutida personalidad.
                Para don Quijote, la libertad es uno de los dones más preciados; pero, ¿qué  era la libertad para él?  Acaso ¿era la libertad de elección? A mi juicio sí.  Él, al igual que todos los seres humanos tenemos la oportunidad de elegir entre dos opciones: vivir para nosotros no vivir para los demás. Don Quijote tenía muy claro que la libertad tenía una diáfana relación con la felicidad, la cual solo se produce cuando el ser humano es dueño de sí mismo, cuando no depende de otros. No podemos negar que, en alguna medida, el pensamiento de don Quijote guarda una estrecha relación con el pensamiento cristiano, el cual, en última instancia, enseña que somos dueños de lo que damos y esclavos de lo que conservamos.  Para don Quijote, era más importante, por ser símbolo de libertad, saborear un trozo de pan que solo tuviera que agradecerle al cielo, que cualquier manjar que le comprometiera a devolver favores, puesto que de ese modo quedaba atado. Don Quijote, un claro idealista, prefería la tranquilidad de saberse libre a las comodidades que podían ofrecerle las riquezas que limitaran las aspiraciones de su espíritu altruista. Mario Vargas Llosa nos lo dice de la manera siguiente:
                ¿Qué idea de la libertad se hace don Quijote? La misma que, a partir del siglo XVIII se  harán en Europa los llamados liberales: la libertad es la soberanía de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad. Es decir, lo que varios siglos más tarde, un Isaías Berlín definiría como “libertad negativa”, la de estar libre de interferencias y coacciones para pensar, expresarse y actuar.  Lo que anida en el corazón de esta idea de la libertad es una desconfianza profunda de la autoridad de los desafueros que puede cometer el poder, todo poder.” (Mario Vargas Llosa. Una novela para el siglo XXI. Op. cit.  Pág. XIX)
                No obstante, el discurso en boca de don Quijote no tendría tanto valor significativo, si no tomáramos en cuenta una teoría defendida por tantos teóricos, entre ellos Octavio Paz, cuando coinciden en que la biografía de un autor no tenemos que estudiarla de manera separada a su creación, porque la vida de todo autor está presente en su obra.  Tomando como buena esta afirmación, Vargas Llosa concluye que:
                “Detrás de la frase, y del personaje de ficción que la pronuncia, asoma la silueta del propio Miguel de Cervantes, que sabía muy bien de lo que hablaba.  Los cinco años que pasó cautivo de los moros de Argel, y las tres veces que estuvo en la cárcel de España por deudas y acusaciones de malos manejos cuando era inspector de contribuciones en Andalucía para la Armada, debían de haber aguzado en él, como en pocos, un apetito de libertad, y un horror a la falta de ella, que impregna de autenticidad y fuerza aquella frase y da un particular sesgo libertario a la historia del Ingenioso Hidalgo.” (Vargas Llosa. Ibid. Págs. XVIII y XIX).
                No cabe duda alguna, entonces, que existen diversos y sólidos motivos para decidirnos a descubrir a don Quijote, puesto que existen muchas probabilidades de que la vida del manchego sea una especie de espejo, en la cual podemos analizar nuestras propias existencias: vivimos prisioneros de una gran cantidad de hechos y situaciones que nos encadenan y nos impiden desarrollar una vida sosegada o, por lo menos más placentera, entre los que se destacan, la inseguridad, la falta de fe, la deshumanización generada por la praxis de la aldea global y, sobre todo, muchas veces los humanos de nuestro tiempo tememos a nuestra propia libertad.
Alcalá de Henares, 23 de abril de 2005.

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