Dr. Eduardo Flores Castro
Catedrático de la Universidad de Panamá
Deseo relatarles una pequeña historia, que de seguro existen muchas parecidas en nuestro país, e incluso mucho más dramáticas. Pero en este caso se trata de un hecho en que estuvo involucrada mi madre, Alicia Castro, en la Zona del Canal, cuando era una adolescente.
Ella nació en la Ciudad de Colón a finales de la década del 20, como fruto del matrimonio de su padre español, quien había llegado, siendo muy joven, para la construcción del Canal y su madre macaraqueña. Transcurrían los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y Alicia era una muchacha que acostumbraba a acompañar a su hermana al Comisariato de Rainbow City en Colón. Su hermana estaba casada con un colonense que laboraba como bombero en la Zona, por lo que según las leyes zonian tenían derecho a comprar en los supermercados que estaban en la zona canalera; que por supuesto, por estar subvencionados por el ejército, sus productos no sólo estaban más baratos que los que vendía el comercio en Panamá, sino más baratos que los que se vendían en los Estados Unidos.
Una mañana, mi madre se encontraba fuera del Comisariato, esperando que su hermana terminara de hacer sus compras, cuando un policía zonian que pasaba, se detuvo frente a ella y le hizo un guiño de ojo. El gringo esperaba que la atractiva joven respondiera su mensaje con una sonrisa o tal vez con un “hello”. Pero a ella no le gustó la actitud del policía y le respondió con una torcida de boca. El policía adelantó unos pasos y luego regresó en donde se encontraba la joven, preguntándole en un español mal hablado: -¿tú que hacer aquí?- A lo que ella le respondió: -estoy esperando a mi hermana que está comprado en el Comi, porque ella tiene derecho-. El policía, subiendo la voz y en un tono que sonaba más bien a venganza le respondió: -¿tú estar haciendo contrabando? A lo que la joven contesta: -no señor, ya le dije que sólo espero a mi hermana, ella está por salir y verá que lo que digo es cierto-. El policía le ripostó de forma prepotente: -acompáñame al juzgado para que aprendas-.
Así, la asustada joven fue conducida a un juzgado zonian, en donde la mayoría de los acusados no entendía muy bien de lo que se le acusaba, por no hablar inglés. Ella observó que la fila de personas conducidas, transcurría muy rápidamente y que la investigación y la sentencia no duraba más de un minuto. A pesar de su nerviosismo, se percató que algunas personas se encontraban en la sala bajo la misma acusación que sobre ella pesaba: “contrabando”, y que el juez se limitaba a leer la acusación y a preguntarle al acusado: “culpable o inocente”. Todos los acusados se declaraban culpables y el juez los condenaba a una multa de algunos dólares.
Al llegar el turno de la joven Alicia, el juez le dice sin quitar, la mirada del documento que reposaba en su pupitre: -acusada de contrabando, ¿culpable o inocente?-, a la que la joven contesta: -inocente-. En este momento el juez levanta la mirada, se quita los lentes y hace un gesto como que no podía creer lo que escuchaba. Y la joven repite, -soy inocente, no he hecho nada y ni he pretendido hacer nada, sólo acompañaba a mi hermana que sí tiene derecho a comprar en el Comisariato-. El juez, no podía admitir que una joven nativa se atreviera a retar las leyes del Canal Zone, y después de pensarlo unos segundos, proclama la sentencia: -Usted es culpable, está expulsada de la Zona del Canal y no tendrá derecho a pisar este territorio el resto de su vida-.
De esta manera, la joven Alicia Castro fue exilada de una parte de su propio territorio. Así me lo relató mi difunta madre y así yo se los cuento para que las presentes y futuras generaciones, no nos olvidemos de cómo eran las cosas cuando una parte de nuestro territorio estaba ocupado por el ejército de los Estados Unidos.
La Estrella / Opinión / 4 de enero de 2014
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