lunes, 28 de agosto de 2017

LA POÉTICA DE SALVADOR MEDINA BARAHONA

Salvador Medina Barahona –Los Santos, 1974–, es uno de los poetas más significativos del Parnaso panameño actual, en el que ha cosechado las mieles de los más acreditados certámenes poéticos, tales como el premio Ricardo Miró (máximo lauro de la literatura panameña) y el premio Rogelio Sinán que se convoca a nivel centroamericano. 
Se hará un recorrido por la poesía de este vate, quien me ha prodigado una excelente amistad que ha permanecido a lo largo del tiempo.  Este trabajo monográfico lo he denominado recorrido para crear la sensación de un viaje, en el cual los diversos poemarios reflejan las diferentes estaciones del itinerario.  Comenzaré con Mundos de sombra, su primera obra.
            De Mundos de sombra decía yo hace varios años que: “… está influida por su experiencia vital (la de Salvador Medina), claro está relacionada con su rutina de ejecutivo hotelero (labor que realizaba el poeta en la época),  la cual, por su pragmatismo, le ocasiona una desconfianza única en el género humano (cito el poemario):  en este diario oficio de vender cuartos/ (porque soy hotelero, aunque no importe)/ uno se pregunta tantas cosas/ (violando acaso la intimidad de algunos con el pensamiento)… Considero que la concepción que el hablante tiene en torno a la deshumanización del hombre, sobre todo, del hombre genérico que a diario experimenta la vida de hotel, carece de sentido por la rutina permanente generada por la falta de emociones reales, de sentimientos auténticos y de experiencias domésticas.”
La poesía de Salvador Medina desnuda nuevas posibilidades poéticas al desarrollar un embrollo existencial. Presenta diversas denuncias contra la pobreza de la vida y la ruindad ontológica del hombre, tal como se aprecia en el poema Ocho centavos: “Ocho centavos./ Eso valdrá el mundo…/ esa es la medida exacta/  de la tierra/ humanidad pigmea/ que esboza empujones/ y mientes caridad en cada idea.”  La única idea que se me antoja es que ocho es un dígito, los centavos son la mejor unidad monetaria, por lo que el mundo multimillonario en el que vivimos, para el hablante tiene un valor muy pobre, para no decir que nulo.  El valor del mundo es escaso. ¿Por qué? Para esta pregunta si contamos con un cúmulo de innumerables razones: por la pobreza, por la mala distribución de la riqueza, por la deshumanización, por las guerras, por la mortandad de niños inocentes y por la idiotización del ser humano, por la falta de conciencia, que pareciera haber dado al traste con la concepción del futuro, pues da la impresión de que al hombre solo le interesa el presente, entre otras. Luego, el hablante se refiere a una humanidad pigmea, empequeñecida por el egoísmo, por la maldad, que le impide pensar en sus semejantes y en los que están por venir.  Este empequeñecimiento del género al que con orgullo pertenecemos, recordemos que homo sapiens somos los únicos que podemos enorgullecernos de nuestra condición, nos habla de las múltiples debilidades que el ser humano como colectivo y como individuo confronta, pues siempre está pronto a satisfacer sus apetitos, sin importarle las urgencias ajenas.
Sin embargo, sumado a este egoísmo insondable, el hablante se refiere también al temperamento engañoso del hombre que trata de disfrazar sus acciones con las máscaras embaucadoras de la falsa caridad.
Su siguiente obra, Viaje a la península soñada, es un agradable remanso de identificación con Azuero.  Es un poema de tono autobiográfico en el cual el poeta permite ver la luz a la conmoción que le produce el hecho de haber abandonado su provincia para instalarse en la capital del país, donde nunca ha podido identificarse a plenitud, para retornar a su provincia que, como diría Neruda: “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”. Es un poemario, en el que el hablante confronta la nostalgia generada, por no pertenecer ni a su tierra ni a la capital, aunque en sus recuerdos viven a plenitud los detalles esenciales, que escapan de su entorno para materializarse poéticamente a través de las palabras.
Cartas en tiempos de guerra es un texto novedoso, poco acostumbrado en la poesía panameña, pues hay una conjugación de elementos que conllevan a que su polifonía significativa no pueda ser esclarecida en un sola sentada, pues se requiere ser dueño de algunos elementos para lograr la interpretación conveniente.
Los versos tienen una estrecha relación con los hechos del 11 de septiembre de 2001, fecha en que fueron derribadas las torres gemelas del WTC de Nueva York, fecha que marca un antes y después en la interpretación de los conceptos guerra y paz, seguridad y terrorismo. No obstante, el héroe poético, nos esboza ese origen común de todos los seres humanos que nos hace cómplices de la barbarie que nuestros semejantes perpetran en diferentes partes de la tierra: 
“Vengo de la misma fauna de mortales.
de la misma tribu, y
lo que hoy te avanza,
lo que hoy se sumerge en ti como en un túnel,
es como el fuego que fue principio y
puede ser el final.”
Las condiciones, aunque percibidas desde una óptica nefasta, evidencian una luz en el túnel, pues al final nos ofrece un decálogo para ensayar la paz, cimentado en la fortaleza con que se practica la guerra y que cobra plena vigencia en los momentos en que vivimos:
“Uno:  Ten presente esto:
los ojos y los dientes del mundo
se perdieron.
Las bocas y los ojos se cerraron
en la muerte.
por lo tanto, saca el “ojo por ojo,
diente por diente” de tu historia.”
Es decir, en el momento en que la venganza desaparezca de la mente del hombre, la humanidad habrá comenzado a enrumbar sus pasos por los caminos de la paz.
 La hora de tu olvido, hermosa elegía a la muerte de su padre, es una obra divinamente triste que manifiesta la fragilidad y finitud del ser humano que fenece para llenar de sufrimiento a los que ama, es un canto a la impotencia del hijo frente a la muerte de su padre: “¡Escupo esta impotencia,/  estas ganas/ de adherirme/ a tu oscuridad!”  El acto de escupir la impotencia es una clara rebeldía al cinéreo destino del hombre que, tarde que temprano, siempre es absorbido por el abismo de la muerte. Es increíble la forma como cuatro versos son capaces de poseer tan abisal carga semántica, elaborada con tanta pulcritud estética, capaz, de manera irónica de rebelarse contra el destino al tiempo que el héroe lírico se ofrece –cual mártir– a someterse a él, cuando expresa sus ganas de adherirse a la oscuridad en la que se encuentra su progenitor. 
            Luego, nos encontramos con el poema siguiente: “Tal vez/ era tu forma/ de enseñarme/ que viajar/ era vivir/ y vivir,/ la forma/ de perder/ las cosas/ en el rumbo.”  La imagen no puede elaborarse de una manera más cristalina: la vida es un viaje que se termina en cualquier momento, sin importar los sufrimientos que deben experimentar quienes lo continúan. Los versos finales, se me antojan tan decidores, que me parece que no requieren comentarios:
“Aquí donde la tarde fue pasto comido por los cerdos,
he dejado
—desnudo—
mi piel
colgada
 en
tu
esqueleto.”
            El poemario Pasaba yo por los días que le permitió el premio Ricardo Miró –sección poesía–  a Salvador Medina Barahona es un llamado de atención a una sociedad indiferente a su propia destrucción; fue una premonición de la experiencia que vivimos en el año 2015, cuando la corriente del Niño hizo estragos en el país.  La imagen que se exhibe en los siguientes versos refleja la naturaleza de los días sin agua:
“Garzas, colibríes, hálitos, serpientes,
un arca se amotina junto a la frialdad de las piedras.
 Para todos, apenas una gota de rocío.”
Es interesante el hecho de que Medina Brahona hace un llamado a quienes destruyen las fuentes de agua: “Enemigo del agua y de sus cauces,/ ánima aciaga,/ sabrás medir el peso/ de esta imprecación: / Lo que nos quitas te lo quitas. Serás/ fuego maldito y arderás en la sed.”  El poemario es un testimonio vital de quien vive y ve vivir a los demás: “Pasaba yo por los días/ y decidió mi sueño./ A esta hora debo estar en las distancias./ Nazco, solo, como el primer hombre,/ arrullado por las fieras.”
Por último, en esta oportunidad me referiré al poemario 50 instantáneas y un crimen, un libro que dentro de la literatura panameña evidencia diversas interpretaciones, pues el conjunto crea imágenes novedosas, breves; pero decidoras que esbozan verdades vastas y, por qué no, exigentes de sensibilidad poética y capacidad interpretativa.  Veamos:
Miguel Ángel a su David en el mármol bruto
“—Cincel de exploraciones,
mi mirada te busca.
¿Será posible encontrarte?”
A mi juicio, esta instantánea según Salvador, esta imagen es una clave que nos permite ingresar a su intención poética; pues aunque el David es una estatua completa con sus características muy sui generis (cabeza grande, acromegalia y un pene diminuto que permite al observador entenderlo a plenitud desde posiciones específicas, nos sirve para entender gran parte de la escultura de Miguel Ángel, estatuas inconclusas que pugnan por escapar de los bloques de mármol del mismo modo que los poemas luchan por ir más allá de las palabras y sus significados en los versos de Salvador Medina.
Este libro es impersonalmente personal, pues como el mismo autor nos señala:  “Traté de sostener en lo posible su halo de despersonalización, al punto de que la otredad habita muchas de estas páginas. Aquí va poesía que es ficción, de personajes, de distanciamientos del yo más íntimo, porque, nadie lo olvide, la poesía es también ficción; aunque entre otredad y ficción no deje de aflorar el ser concreto o abstracto que uno es. Así, pues, los envié a concursos para que perdieran (consejo que siempre doy a mis estudiantes de poesía). Eso me dio distancia. Y cada vez que volvía a ellos sentía que tenían algo que decir. Hice muchos amagos de buscarles editor. Pero no fue sino hasta ahora, diez años después, que decidí publicarlos. Mi padre murió en 2005. Este libro me ayudó a salir de mi tristeza. Mi hijo nació a principios de 2016. Este libro me ayudará a celebrarlo. Por eso vale la pena escribir.”
            En conclusión, después de este breve recorrido por la poesía de Salvador Medina Barahona, me permito afirmar que:
-       Para el autor, la poesía es una forma de vida más que una manifestación artística.
-       El autor, al igual que Miguel Ángel, busca permanentemente nuevas manifestaciones poéticas a través de ejercicios escriturales que exigen al vate cada vez más, en un trabajo sin fin que, sin embargo, da sentido a la vida.

Este recorrido por la poesía de Salvador Medina Barahona es solo una invitación, para que realicemos un periplo por la poesía de este gran poeta y de otros poetas nacionales, pues la literatura panameña existente es de gran valía y somos los lectores los encargados de descubrirla.

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