miércoles, 12 de enero de 2011

PEÑA BLANCA: 100 AÑOS DE EDUCACIÓN

     Melquiades Villarreal Castillo 
     (Palabras pronunciadas en el Marco de la Celebración del Primer Centenario de Educación en Peña Blanca). 
     En la vida de los pueblos se dan acontecimientos muy especiales; como el que vive Peña Blanca en este momento: sus 100 años de educación escolarizada.
    Vivimos en un pueblo especial, cuyos primeros datos escritos aparecen en el año 1774, de acuerdo con datos suministrados por el historiador Alberto Osorio, quien trajo del Archivo general de Indias en Sevilla, España, información sobre un censo realizado por el Presbítero Domingo Sánchez Iradi, 23 años antes de la aparición de la Parroquia de Santa Librada en 1797 regida por Fray León Faxardo; dato interesante si consideramos que las primeras independencias hispanoamericanas se iniciaron hace exactamente dos siglos.
Peña Blanca, probablemente, fue fundado como corregimiento de la nueva república de Panamá en 1909, aunque no he podido constatar la fecha oficial, que podría oscilar entre agosto y diciembre de ese año; sin embargo, un hecho que ha influido en todos los hijos de este pueblo sucede, probablemente, en 1858, cuando Biviana Domínguez encuentra la imagen de San Antonio de Padua.
       Hermanos peñablanqueños y les llamó así desde dos razones, desde el punto de vista de la fe que nos une y por la bendición de ser hijos naturales de esta tierra  de promisión.   
    Para mí, la educación es un hecho muy importante, porque ha marcado mi vida y estoy seguro que también sus vidas.
     Hoy tenemos una dicha sin igual; tenemos vivos a  Tulita  que a sus 95 años nos testimonia  que forma parte de la primera generación de estudiantes registrados en 1926, tenemos a Nene que a sus 98 años es uno de los primeros estudiantes de nuestro pueblo, de una generación anterior; Tulita  (señora Gertrudis Vargas)  nos recuerda que formó parte de la primera generación testificada de estudiantes peñablanqueños en 1926, alumna de la primera maestra de la que tenemos memoria: María del Carmen Vásquez de Barrios, a quien Tulita recuerda como maestra Carmencita Vásquez, aunque indudablemente, existieron otros docentes en los 16 años anteriores.
    Peña Blanca es un pueblo  bendecido.  Panamá tenía apenas 6 años como República; había menos de tres años de la Fundación del Instituto Nacional, cuando en el convulso año de 1910, cuando hasta julio habían pasado 4 presidentes de la República; durante la administración del cuarto de ellos, Carlos A. Mendoza se suscribe el Decreto N°69 de 14 de julio de 1910, mediante la cual se crea la Escuela de Peña Blanca.
     No he logrado encontrar información escrita sobre los primeros 15 años de educación en nuestro pueblo. Sin embargo, de aquella primera escuela conservamos el nombre del estudiante José del Carmen Domínguez (1898-1969), quien cursó hasta el segundo grado. El señor Carmen Domínguez, como se le conoce a aquel alumno primario, se destacó por su caligrafía de monasterio y por cantar en latín, hasta el año de su muerte, las letanías en las fiestas patronales de la comunidad. 
    Durante muchas décadas en la educación de nuestra comunidad, el maestro compartía como guía de la comunidad, convivía con ella; aunque no hubiera nacido en estas tierras el docente era el faro que guiaba a los pueblos; fue en 1972, con la aparición de los representantes de corregimiento cuando se empieza a eclipsar tan importante figura. Era la época en que no había televisión y las docentes hacían galas de sus labores a través de las famosas veladas, que eran una de las formas en las que la cultura llegaba al pueblo a través del teatro popular.
        Sin duda alguna, el docente que más influencia ha tenido en la comunidad de Peña Blanca es Benigno Vergara, debido a la cantidad de años en la que laboró y por ser nativo y por el hecho de vivir en la comunidad, por lo que era maestro y ejemplo, dentro y fuera del aula de clases.
Cabe destacar que los primeros estudiantes de esta comunidad que gozaron de la dicha de asistir a una escuela secundaria, fueron Benigno Villarreal y José Dimas Cedeño (hoy arzobispo Emérito de Panamá). Benigno y Moseñor Dimas viajaron a caballo.
La escuela, según nos cuenta la señora Tulita tuvo varias sedes en diversas casas: lo que hoy es la casa de Tin Vargas donde impartió clases la maestra Carmen Vásquez; además, las casas de la señora Geñita, las casas de Dámaso y Diomedín, la casa de Avelino, la casa de Eleida, etc.
El edificio que en la actualidad alberga la escuela fue construido en 1967, por la Alianza del Progreso con la ayuda decidida del entonces Rector de la Universidad de Panamá Bernardo Lombardo, durante la Presidencia de Marcos Robles.
En la actualidad, la escuela ha tenido una decida  y positiva labor a favor de la comunidad, como lo demuestran los profesionales cuyos pininos educativos se dieron en este centro educativo que, aunque pequeño, en la actualidad es una escuela modelo que sirvió como caldo de cultivo al Programa Escuela Nueva, Escuela Activa.
Es atendida en nuestros días, por un grupo diligente de maestros (Migdalia  González que es la directora, además laboran en la escuela las maestras Benita V. de Jaén, Manuela M. de Villarreal, Claudia Vásquez, Félix Vásquez, Diomedes Jaén, Zobeida Vergara, Aura Vega, Germán Zárate, Librada Nieto e Irumis Montenegro) sus aulas cuentan todas con aire acondicionado, poseen un moderno laboratorio de informática que contribuye a hacer más sólida la educación aquí impartida.
      Recordar es vivir y quiero hacer algunas reflexiones.  Hay una lista de nombres que yo nunca podré olvidar:     
 Delgado Agustín,
Domínguez Deny, 
Domínguez Ernesto, 
Domínguez Héctor, 
Villarreal David
Villarreal Melquiades;
Aparicio María,
Domínguez Damarys,
García Fulvia,
Domínguez Nereida,
Domínguez Rosa,
Domínguez Vielka,
Quintero Elia,
Vergara Maribel,
mis compañeros de escuela primaria, que fuimos atendidos por la maestra Doris, por la Maestra Gloria, por el maestro Chino (Víctor Córdoba), por el maestro Antonio Barahona, Tuto, por la Maestra Dalila y los maestros especiales; Diomedes, Ocha, Evelia, Aracelys, Tony.
       Del maestro Chino aprendí el amor por la lectura, de la maestra Doris aprendí el amor por la escuela a la que he dedicado mi existencia y mis caprichos por la escritura.  Recuerdo maestra, que a usted debo mi afición por la escritura, puesto que una vez nos puso un 2 en religión por no ir a misa y después nos habló de Juan XXIII, el papa bueno a quien yo quise escribirle una carta (claro que yo no sabía que ya había 12 años que estaba muerto y que el papa en ese momento era Paulo VI) para que intercediera para que la maestra no le pusiera 2 a los estudiantes que no habían podido ir a misa, porque su papá los tenía trabajando; muchos años después, frente al cadáver de aquel santo varón, con alegría y con tristeza recordé el incidente; la maestra Dalila nos hizo leer la historia de un héroe español llamado Rodrigo Díaz de Vivar que tenía un caballo llamado Babieca, y muchos años después tuve la oportunidad de estar frente a su cráneo en la Real Academia Española, después de más de ochocientos años de muerto; otra vez nos habló de una tal Penélope que durante el día tejía un paño y en la noche lo descosía; recurso que me sirvió para aprobar mis tres últimos años de artes manuales con la maestra Ocha, pues como no tenía dinero para comprar hilo los jueves cosía lo que sería una cebadera y la volvía a descoser para volverla a coser el jueves siguiente; de la maestra Gloria aprendí la comprensión; en mis días de primaria no había luz eléctrica y una vez mi guaricha cayó sobre un trabajo y la manchó, mis compañeros me hicieron llorar al decirme que la maestra no lo recibiría; pero no fue así, eso influyó en mi vida profesional, maestra, todavía trato de comprender la realidad de mis alumnos. 
Son tantas cosas, tantos recuerdos sobre mis días en la escuela primaria, que es un cuento para nunca acabar…
    Tantas cosas hay que decir de este primer centenario. Tantos testimonios existen. Podemos recordar que la maestra Nida q.e.p.d. enseñó el hábito del ahorro; el maestro Benigno que con dureza enseñó caligrafía y conducta; podemos recordar también a destacados productos de la educación de nuestra escuela: un ingeniero como Dámaso, músicos como Norberto Cortés, (Beto) y Justino Cortés, autor de la pieza El rancho de Goyo, un poeta como Emiliano Castillo (Jongo) que en décimas dejó un interesante testimonio de su época vital, un corregidor como Manolo “Panta” Domínguez que supo poner en cintura a los malacostumbrados de la época y que propició la separación de las Yescas, hoy San Miguel, de nuestro corregimiento en 1958 y tantos otros que han contribuido con el engrandecimiento de nuestro terruño.
    Hay otra educación que no tiene que ver con la escuela, sino con el testimonio de vida de las personas; es el caso de la fe de José de la Cruz Delgado “Lu”, que nunca pide y siempre da; una persona que siempre está contenta y que en mis casi cuarenta y cinco años me visita con frecuencia y siempre tiene una esperanza para regalar; es el caso de Anacleto Villarreal, mi padre, a quien muchos han criticado y, aunque nunca fue a la escuela, supo identificarse con una familia numerosa y con un ejemplo sin igual,  pues en una ocasión se juzga a sí mismo y se condena a 33 años de cárcel. ¿Cuántos tendremos el valor de hacernos un examen de conciencia igual? Es el caso de Benigno Villarreal, cooperador callado de todas las actividades de la comunidad; el caso de personas que no conocí, como Domingo Vergara “Minguito” que es recordado por la defensa de sus opiniones; Luis Domínguez trabajador incansable, Bienvenido Domínguez “Bienve”, que desperdició una voz maravillosa para ser fiel a sus creencias que todavía recordamos…; tantas cosas buenas ha dado la educación a este pueblo… No pretendo abusar de su paciencia. El tema no se ha agotado.  Recordemos que nuestra educación ha dado productos de gran valía, entre ellos, tenemos que anotar que los tres últimos directores regionales de educación son hijos de la educación  peñablanqueña, Nidia Pérez de Domínguez, Catalino Domínguez y Ernesto Domínguez son fuentes de orgullo para nuestro pueblo; Benita Villarreal de Jaén simboliza a todos los docentes que ha dado esta tierra, Monseñor Dimas, sin duda alguna, con la verdad más terrenal, tal vez ajena a su humildad, que pueda esgrimir es el peñablanqueño más ilustre.
Hay una persona que fue mi maestro de primaria y que todavía labora en la escuela, es el docente que más tiempo ha dedicado a la educación de nuestro pueblo; para él, pido un caluroso aplauso. Me refiero al maestro Diomedes Jaén. Enhorabuena maestro.        
A partir de 1996, la Escuela de Peña Blanca heredó el nombre de uno de sus alumnos más destacados, el poeta Gustavo Batista Cedeño, que de paso, legó a Peña Blanca su primera historia titulada: Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua, que además de ser un vivo testimonio de todos los acontecimientos acaecidos a partir de 1774 (primera fecha en que Peña Blanca se encuentra documentada) hasta nuestros días en que, felizmente, celebramos el primer Centenario de Educación en nuestro pueblo.
       Quiero hacer un tributo al historiador de nuestro pueblo, Gustavo Batista Cedeño, quien el 19 de abril de 1990, en la presentación de la Historia de Peña Blanca, esgrimió unas sabias palabras que he guardado con mucho celo durante 20  Gustavo dijo así:
“¿Quién que haya intentado escudriñar nuestro pasado puede ignorar que estos caseríos tableños crecieron a la sombra de una institución: la iglesia que, bien o mal  dirigida, transmitió parte de lo que hoy somos?
¿A qué referirnos, entonces, en este pequeño libro, sino a lo que nuestra gente vivió y no se puede negar?
No es esto una defensa de lo que hemos hecho, pero es necesario hacer estas aclaraciones en un medio como éste donde la incredulidad y el escepticismo a veces parecieran ser el norte.
Justo hoy, cuando sentimos que a nuestro alrededor todo está en desgreño (pero menos que antes) porque lo que estaba arriba, ahora está abajo y lo que estaba abajo ahora está arriba, y ante la incertidumbre provocada por los momentos históricos como los que nos ha tocado vivir, es preciso que nosotros, los peñablanqueños nos despojemos del mayor mal que puede sufrir un ciudadano: carecer de conciencia histórica.
Para recuperar el amor que vamos perdiendo por nuestras cosas, la conciencia debe despertar, sobre todo, en nosotros los que vivimos en pueblos de provincias, donde la influencia malsana de lo extraño no nos alcanza con tanta fiereza como a los de la capital y, sobre todo, el remedio está en hacer, hacer y poco decir, porque las palabras son buenas, pero los hechos y las obras que se pueden palpar son todavía mejores.”
       Los frutos de la educación en nuestro pueblo no terminan. Apenas empiezan. Es compromiso de todos hacer una reflexión y dejar a las generaciones venideras un testimonio de nuestro devenir en este valle de lágrimas.
Peña Blanca, 14 de julio de 2010.

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