sábado, 20 de julio de 2013

COMENTARIO AL CUENTO INQUISICIÓN

Desde el título, el cuento Inquisición nos da una sacudida. Rememora el lector las atrocidades de este órgano eclesial, luego la intemporalidad entre la última obra de Sergio Ramírez y la época oscura de la Iglesia aviva la angustia, pues nos confirma que aún se persigue a la gente y que muchas veces los perseguidores eran las víctimas antaño.

El cuento invierte la realidad y la historia, sin justificarlo mediante el recurso onírico; sino por medio de una fractura temporal que crea una ironía: las brujas acosan con la brea y el fuego a los otros, al otro. Esta situación se convierte en denuncia de los sentimientos perversos de los seres humanos y de los fantásticos, pues tan pronto ostentan el poder son realmente crueles y avasalladores. El poder entonces es el vehículo para sacrificar y no importa a quién, el asunto es demostrar que se puede destruir a alguien o algo por convicción, capricho, rito o fe.
En medio de la tragedia del personaje principal, observamos a un ser ingenuo que cree que con sólidos argumentos se pueden vencer las posturas extremistas. Situación típica de nuestra moderna sociedad, donde la fuerza y no la razón es la ley. Por otro lado, se presenta el rol de la cultura en un mundo bárbaro y deshumanizado, como un pecado insoslayable que merece la pena capital.
El final suaviza, medianamente, todo el horror de las horas del personaje y del destino de la cultura, pues abre un espacio de luz al declarar que tendrá una reencarnación; no obstante, cierra esa ventana al confirmar que desterrará en su próxima vida la palabra cuento de su vocabulario, lo que equivale a decir: mejor inculto que quemado. Ni el fuego aterrador ni nada deben ser capaces de separarnos de los libros; no obstante, entiendo que es un cierre con carácter jocoso que mitiga la alta dosis de espanto que encierra la trama.

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