domingo, 31 de julio de 2011

GUSTAVO BATISTA CEDEÑO: UN POETA CON DESEOS, NUNCA REALIDADES

Melquiades Villarreal Castillo
            Preludio
En un mundo con economía global, pareciera que el incentivo por el hombre y las cosas humanas se sacrificara para favorecer intereses monetarios. Se han desdeñado las concepciones teocéntricas y antropocéntricas que reinaron por siglos para imponer el propósito económico como norte de la existencia… En nuestro siglo, cobra vigencia plena la máxima latina homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre). Sin embargo, los que todavía creemos en el ser humano como ente rector del orbe, no podemos obviar elementos trascendentales como la poesía, pues es uno de los pocos artificios que posee para convertirse en un pequeño dios, un creador, al decir de Vicente Hiudobro.
            Por ello, emprendo esta tarea, en la cual se plasma, en pocas cuartillas, el anhelo del poeta Gustavo Batista Cedeño por dejar, para las generaciones venideras, la belleza que pudo captar en su mundo, ya que su existencia, aunque fugaz, fue plena, pues trató, en cada instante, asir para la perennidad la más mínima expresión que para él siempre fue poética:
“Para el cansado viandante, la charca en la mitad del camino es un obstáculo, sin embargo para el niño que aprisiona entre sus manos un barquichuelo de papel, la misma charca es el océano anhelado donde su barca habrá de navegar.”[1]
            En este pensamiento, es factible advertir, de manera cristalina, una evocación profunda, la cual comienza por preponderar la creatividad pueril, producto de la inocencia, frente a la incapacidad del adulto para apreciar la belleza: ineptitud generada por la copiosa escala de dificultades que confrontan los mayores, quienes, en la mayor parte de las situaciones, deben resignarse con un egocentrismo pernicioso, génesis de una miopía espiritual que les impide ir más allá de sus propias narices.
            Vida
            La vida del bardo Batista fue lacónica.  Nace en Las Tablas el 31 de mayo de 1962 y muere el 3 de julio de 1991 en la ciudad de Panamá.  Sus estudios primarios los realiza en la Escuela de Peña Blanca (corregimiento de Las Tablas), que hoy lleva su nombre.  En el Colegio Manuel María Tejada Roca de la ciudad de Las Tablas obtiene el título de Bachiller en Ciencias.  Luego, en la Universidad de Panamá, obtiene los títulos de Licenciado y Profesor con especialidad en Geografía e Historia. Empero, la vida de Batista no se encaminó por los trillos señalados por su profesión, sino que se dirigió por la senda del mágico itinerario del verso. Formó parte del primer taller de poesía de Pedro Correa Vásquez (1955-1996), a quien siempre llamó su maestro. 
            En poesía, Batista nos legó tres obras: Deseos, nunca realidades (1981),  Áncora y otros poemas (1991) y Si me fuera posible vivir (póstumas las dos últimas). En sus meses postreros, incursionó en el plano de la crítica literaria, con más o  menos una veintena de artículos que aparecieron en la sección Asteriscos del diario La Prensa entre 1990 y 1991.
            La poética de Batista
            Sin lugar a dudas, la poesía es el medio que le permite a nuestro poeta alcanzar un sitial dentro de la literatura panameña.  Veamos, por separado cada uno de sus poemarios, con el fin de formarnos una idea precisa de su calidad literaria:

            Deseos, nunca realidades
            Este es el título de un poemario que le permitió al autor obtener el Premio Universidad de Panamá en 1981.  Es una obra hermética para quien desconoce el cerco de la realidad del poeta, en el cual se refleja la cosmovisión adolescente del lírico, quien no atina a otorgar a la palabra el campo semántico que el lector común desea.  Este libro también se convierte en el armazón que sostiene la producción posterior del vate. Esto es fácil de corroborar en el poema número 7 que emplearemos como paradigma para sustentar nuestra panorámica sobre su poética. Uno de sus versos lega su rúbrica al poemario:
“La tarde es de vagas ondas
cuando lejos se proyecta la mañana.

Silbaron los pensamientos
y tierras y aguas desquiciaron
la envoltura del tiempo caprichoso.

Subí en la luz de blancas imaginaciones
y el universo secreto
fue sombra:
deseos, nunca realidades.

Ya no son los torbellinos de los mares;
suelen ser las almas enjugadas
las siluetas de la tarde
y, a veces, solo a veces,
las huellas que circundan
he aquí las remembranzas.”[2]

            El texto, dentro de la relación espacio-temporal en que fue escrito, resulta enmarañado.  Solo es posible decodificarlo ahora que ha transcurrido el tiempo y que podemos advertir su tono autobiográfico que se reviste de una trascendencia esencial, cuando el poeta se vuelve vate, porque vaticina su existencia.  Su vida fue caótica, como los dos primeros versos del poema; el último verso del segundo segmento textual resume su realidad: Tuvo deseos, nunca pudo concretar realidades: deseó ejercer su profesión, no pudo; anheló una existencia longeva, vivió una vida efímera; deseó un mundo mejor, respiró el aire viciado por la inseguridad de una dictadura en sus años de plenitud.
            La anarquía y la desesperación son los soportes de este poemario. El embrollo impera.  En el primer haz de versos, la desesperación no puede ser más evidente: El hablante balbucea exiguamente una realidad áspera e inquebrantable, revelando una incapacidad desoladora para lograr la felicidad.  Por ello: “La tarde es de vagas ondas/ cuando lejos se proyecta la mañana.” La oscuridad, como símbolo, se manifiesta en toda su magnitud, pues entre la tarde y la mañana, solo existe la noche que se vislumbra eterna desde esta perspectiva.  Al analizar la estructura posicional y la equivalencia semántica de la segunda gavilla de versos, advertimos una realidad abrumadora:
Sujeto
Verbo
Objeto directo
Complementos circunstanciales
Los pensamientos
silbaron


Tierra y aguas
desquiciaron
la envoltura del tiempo caprichoso

(yo)
subí

en la luz de blancas imaginaciones
El universo
fue
la sombra: deseos, nunca realidades

            Es fácil observar una escala valorativa de los sujetos: los pensamientos aluden, de forma límpida, a la filosofía cartesiana: se piensa, luego se existe.  La tierra y las aguas son una insinuación directa al Génesis, cuando solo habían sido creados estos dos elementos fundamentales.  No obstante, de este sujeto se dice que desquiciaron la envoltura del tiempo caprichoso. Enloquecer, dentro de este contexto, tiene una significación muy singular, puesto que lo trastornado es la envoltura del tiempo caprichoso y no la médula temporal que, además, está aderezada con el adjetivo caprichoso para connotar la extravagancia de la eternidad.  La gradación de los sujetos, después de la insinuación al Génesis evoluciona hasta llegar al yo.            Por esta circunstancia y, ante el caos prístino, el yo sube en la luz de blancas imaginaciones  engendrando una imagen seductora, porque el yo, es decir el hombre, como individuo no piensa en el cosmos de manera universal, sino que percibe el mundo desde una cosmovisión disminuida por la egolatría.  Es forzoso advertir el contraste existente entre el segundo segmento textual por la presencia de la luz, la cual no aparece en el primero. La luz de blancas imaginaciones es una figuración de la cual se vale el hablante para encarnar la candidez, puesto que, de acuerdo con nuestro código cultural de interpretación cromática, el blanco  representa la pureza.
            Retomando el contraste, podemos argumentar que el antagonismo entre caos y esperanza se da en la función de la bifurcación conceptual del mundo: la realidad es caótica; la imaginación, esperanzadora.    Así, pues, al despertar el yo lírico de su ensueño, se encuentra con una realidad más cruel, pues al conmutar el sujeto yo por el universo, se retorna a la visión totalitaria de su mundo y, valiéndose de los dos puntos, nos sugiere la definición cósmica de esta suerte: es sombra: es deseo y nunca realidades.
            Esta perspectiva implica una percepción metafísica de la existencia: el hombre puede alcanzar la felicidad, la libertad siempre anhelada, la cual es producto de la aceptación de la condición de soledad en que cada uno de nosotros vive inmerso.  Dicho de otra manera, no importa cuál sea la realidad en la que se viva, siempre y cuando seamos capaces de aceptar el mundo y su esencia, con sus virtudes y con sus defectos.
            Áncora y otros poemas
            Así se titula la segunda obra de Gustavo Batista.  De la misma, Pedro Correa Vásquez se refiere en la forma siguiente:
  Áncora es un poemario que es una despedida.  Sin exagerar, creo que estamos en presencia de uno de los libros más desgarradores y hermosamente tristes de nuestra literatura.  Es “el gran libro” de Gustavo Batista Cedeño.  Su universalidad roza los destinos de todos nosotros y nos hace meditar sobre la estoica facultad del autor, quien tenía la suficiente valentía como para hablar de lo más grave de la manera más bella.”[3]
            Este dictamen de Correa es muy sugestivo. Sin embargo, cuando uno lee el poemario, se encuentra con una amplia variedad de matices que contagian al lector un mundo rico en imágenes, en una especie de idilio quimérico con las palabras, a las cuales, en la intimidad del mundo del hablante, se les extrae lo más íntimo de su significación para reproducir y recrear la belleza de un universo inmaculado, concebido desde una posibilidad espiritual que marcha al compás de un ritmo solemne.
            El poema 1 del libro es una introducción que, en tres versos, demuestra que el poeta es consciente de la presencia de la muerte:

“Te hablo de cosas desconocidas
y de voces que preparan
un relato ya aprendido.”[4]
            El hablante se refiere al interlocutor de una manera coloquial, con una sabiduría que –hermosamente– se refleja con una increíble parsimonia léxica.  Habla de cosas desconocidas que a  la vez son un relato ya aprendido.  Todos los seres humanos confrontamos la verdad proclamada en estos versos. Es suficiente recordar la lección de la clase de ciencias de la escuela primaria en la cual se define a los seres vivos como: “los que nacen, crecen, se reproducen y mueren.” He allí el relato aprendido que, aunque la mayoría lo conocemos, cuando el mismo describe nuestra propia realidad, lo percibimos como cosa desconocida.  Si el poema 1 es la introducción del relato ya aprendido, el poema 8 es la conclusión, lo cual nos motiva a elegirlo como paradigma para nuestro análisis:
“Quiero escribir un poema
allí en el aire
donde no son ajenas las palabras
y donde el silencio es para todos
un verso que calcina lo imposible.

Quiero herir las circunstancias
que hicieron de mi barro
otro hombre sin aliento

para recordarme
que siempre estuve en los escritos
que hablaron de un sol
sumergido en las barcazas.
¡Soy el mismo!
junto al comienzo y junto al término
de todo lo posible,

Voy descubriendo que soy uno en todos
y que estoy aquí
porque es el momento de ahorrar
las palabras:

Es tiempo de tomar las horas
como se toman los frutos caídos.”[5]
            Esta composición poética aprisiona un mundo: el mundo de la limitación del hombre frente a la realidad adversa, en la cual solo la poesía y el sueño le producen la ventura ansiada.  El primer manojo  de versos, introducido por la  forma verbal quiero  insinúa la imposibilidad para escribir un poema en el aire.  El hablante no oculta esta realidad cuando manifiesta que su deseo se debe al interés de emplear el silencio que calcina  lo imposible.
            El fragmento que sigue hace referencia a la sustancia bíblica del hombre: “polvo eres y al polvo volverás.” Sin embargo, desde una óptica material el hombre no muere, porque “la materia ni se crea ni destruye, se transforma.”  Esta realidad se patentiza, pues el hablante sabe que su cuerpo (su barro), con el paso del tiempo  formará parte de otros cuerpos; pero también conoce que, a través de sus versos esperanzadores (quizás su alma) será recordado como un ser individual.
            Es ante la presencia de la muerte que el hombre logra romper todas las limitantes que lo reducen a la nada.  El poema sintetiza la concepción de la poesía de Batista, la cual propugna por desmaterializar todo, de manera que el hombre viva en su más íntima esencia, libre de toda atadura corporal. Es en este punto en el que el hablante desdobla lo más intrínseco de su elucubración para alcanzar la soñada universalidad que logra a través del alma y no del cuerpo; por ello, en la creación del mundo ideal al que Batista ha cantado en toda su producción poética, está libre de las palabras que, en esencia, solo sirven para representar cosas materiales.  Los conceptos están allí, en ese cosmos ideal, y solo hay que desprenderse de la materia para asirlos en toda su extensión sin la necesidad de emplear las palabras para ello.
            Los dos versos finales del poema son, en apariencia, impenetrables: “es tiempo de tomar las horas/ como se toman los frutos caídos”; sin embargo, simbolizan el logro de la eternidad, que tan solo se alcanza con la muerte, paso obligado hacia lo infinito.  El símil, en esencia, es profundamente embelesador: las horas que se tornan como frutos caídos, representan la relación de equidad ente lo restringido del tiempo en función de la perennidad  de un alma que es inmortal, por lo tanto eterna.
            Los niveles de lengua juegan un papel muy importante en este texto.  En el plano léxico semántico, se advierte la colosal frugalidad de las palabras que contrastan, de manera casi hiperbólica, con la amplitud de su campo semántico. La morfosintaxis actúa como ente catalizador, entre los significantes y los significados, convirtiendo el texto en una arenga a través de la cual, el hablante, sin dejar lugar para ninguna pesquisa, dice lo que quiere y plantea la realidad a su modo, de manera que al interlocutor no lo queda más remedio que aceptarla o tal vez rechazarla, tal y como se admite o refuta una proposición de tenor divino.
            Si me fuera posible vivir
            Este poemario se compone de cuarenta poemas ordenados en secuencia cronológica, respetando la disposición de los versos tal y cual fueron fechados por el autor.    En la obra se observan dos claros hilos temáticos.  Por un lado está el temor a la Muerte que el poeta sabía cercana cuando él tanto ansiaba vivir:
“Si me fuera posible vivir
esa vida no vivida
que son todos los sueños
que me faltan.” [6]

            Es evidente el anhelo frustrado; todavía en ese momento, sin embargo, en la agonía transparente del final contiguo, el héroe lírico busca una conformidad que no logra cristalizar:
“Estoy triste
pero sé que solo así
se está muy cerca de la vida.”[7]

            Los versos resultan conmovedores, pues al conocer su situación, cuando todo finiquita, es cuando el hombre aprende a valorar su vida, cuando pretende soñar los sueños no soñados. A la par de estos versos melancólicos, no obstante, la voz del yo poético se abre paso, fuerte y vencedora, para no lamentar más su suerte, sino, por el contrario, demostrar la esperanza en el nuevo amanecer que sabemos que anidaba en el espíritu cristiano de Gustavo:
“Volveremos a vivir
para morar dentro de aquellos que hoy sueñan
con la mínima esperanza.”[8]
            La esperanza de una nueva vida, aludida anteriormente, contempla situaciones insospechadas, por lo que el héroe poético se vale de un intrincado juego de palabras para demostrarnos situaciones inasibles:
cruje la memoria y la noche pone estrellas en los ojos
estamos cercados y todo sueño es melodía
y estamos aquí y también en lo lejano
porque vivimos para sostenernos.”
            El último poema de Si me fuera posible vivir, tal vez el último texto del autor, a mi juicio resulta inquietante:
Deja que el ruiseñor
cante entre las ramas
de cualquier árbol
deja que cante
aunque las ramas hayan
perdido su follaje.
¡En un entorno
de despojos
la verdadera canción entonará.”[9]
            Resulta diáfano que este poema fue concebido en un momento de paroxismo, cuando ya la mente humana pierde la noción de la existencia, cuando da igual vivir que morir. No obstante, resulta misterioso el símbolo utilizado: ¿por qué el ruiseñor? ¿por el color oscuro y apagado de su plumaje que puede significar la muerte, o por el canto melodioso y variado, que aún –en los últimos versos– evidencia al poeta. Los versos finales confirman nuestra apreciación: “En un entorno/ de despojos/ la verdadera canción entonará”, con lo cual, posiblemente el yo poético demuestra su conocimiento cabal acerca de lo que es la muerte: el principio de una nueva vida.
            Crítica literaria
            Además de su obra poética, Batista incursionó en el plano de la crítica literaria, donde su temática va a oscilar en torno a tópicos diferentes.  Por ejemplo, corrobora a través del análisis de un texto de la poetisa argentina Alejandra Pizarnick, la inutilidad de las palabras que, en esencia, son solo palabras y nada más:
“las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua
¿beberé?
si digo pan
¿comeré? (…)
¿de dónde viene esa conspiración de invisibilidades?
ninguna palabra es visible?[10]
            El interés por los estudios semióticos, se manifiesta en Gustavo Batista, en su ensayo El símbolo: privilegio al crear en el cual el poeta tiene una visión diferente del mundo en relación con la perspectiva que tenemos el común de las personas.  Es decir, busca en cada detalle una elucidación que está más allá de lo que el hombre común advierte, pues sabe que basándose en estos hechos puede desplegar con mayor destreza su condición de poeta:
“En un árbol deshojado vemos el reflejo de nuestras vidas cuando rayan en la decrepitud y en el cielo lleno de nubarrones entrevemos las épocas lóbregas de los hombres.  El agua es signo de vida y el juego lo es de la pasión.  El laurel nos sugiere paz y una rosa roja, rojísima, nos recuerda el amor.”[11]
            Sin embargo, a juicio nuestro, en este ámbito lo mejor logrado por Batista es su visión acerca del escritor en Panamá que no es más que la imagen que el poeta percibe de sí mismo:
“¿Acaso en Panamá no es más fácil para una yegua o potranca, mostrar sus nombres y cualidades de hipódromo en un librito que se publica todas las semanas y por el cual se pagan escasos reales, a que un joven poeta logre mostrar lo que escribe?¡Quisiera Dios que tuviésemos la oportunidad de tener un folletito como ese en el cual garabatear nuestros versos!”[12]
            La estructura morfosintáctica del texto ensayístico está delimitada por una interrogación y una invocación. La interrogación se dispone mediante una comparación a través de la cual se equipara, la ventajosa realidad de las bestias del hipódromo, en relación con la desfavorable situación de los poetas jóvenes. Las bestias del hipódromo tienen en qué publicar sus facultades equinas, los poetas carecen de un medio para dar a conocer su poesía. La invocación de Batista no puede ser más suplicante: pide a Dios que les dé a los jóvenes poetas la suerte de los caballos, mediante un folletito en el cual puedan escribir sus versos.
            En el nivel léxico-semántico, advertimos que los verbos, cuando se refieren a las bestias, están dotados de una gran fuerza expresiva: mostrar, publicar, pagan; en cambio, cuando se refiere a los poetas, los verbos se emplean en modo subjuntivo para atestiguar la degradación: tuviésemos…      El plano lógico es más drástico, puesto que el ensayo de Batista es una reproducción, un intertexto ampliado si se quiere del viaje de Gulliver al país de los houyhnhnms (caballos), en el cual los caballos viven y se comportan como los seres humanos (yahoos), quienes se comportan y viven como bestias.
            Su exploración en el campo del ensayo histórico
            Gustavo Batista fue un hombre polifacético que también dedicó al cultivo del ensayo histórico, por lo que publica en 1990 una historia regional bajo el título de Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua, obra sobre el cual el reconocido historiador Dr. Alberto Osorio Osorio dijo que es “… una obra que debe enorgullecer a cuantos aprecian las raíces ancestrales de la comarca tableña.” [13] De ese mismo texto, el Arzobispo Emérito de Panamá, Mons. José Dimas Cedeño afirma:
  “Me consta que no ha sido fácil investigar con precisión las realidades de nuestro pasado, que ha sido necesaria una gran dosis de paciencia para interrogar a nuestros abuelos, ya carentes de memoria por el peso de los años… Motivo de mucha tranquilidad para el lector, es el hecho de que se han consultado los archivos parroquiales de Las Tablas, a través de legajos que datan del siglo XVIII (…) Asimismo, muchas otras fuentes hisstóricas, de los hechos que nos interesan. Por el hecho de haber nacido en el corregimiento de Peña Blanca, siento una especial satisfacción al ver que, al fin personas estudiosas y amantes de lo nuestro se han dado a la tarea de recoger información y consignar por escrito lo que todos hemos escuchado de boca de nuestros antepasados.”[14]
            El texto se remonta al año 1713 cuando el presbítero Domingo Sánchez Iradi, por mandato del entonces Obispo de Panamá, don Francisco de los Ríos y Armengol realiza un padrón eclesiástico. En esta época, el poblado de Peña Blanca contaba con 25 casas y 118 habitantes, afirmación documentada por un facsímil traído por Alberto Osorio del Archivo General de Indias.
            El leit motiv de este intento de historia regional data de la acción asumida por Fray Eduardo Vásquez, a la postre Obispo de Panamá, a mediados del siglo pasado, quien, influido por las críticas de los liberales (pues como consecuencia de sus pugnas con los conservadores que se burlaban del culto a las imágenes que defendían los últimos) mandó a botar todas las imágenes contrahechas de los santos, que estaban en los diferentes altares.  En la Iglesia de Santa Librada de Las Tablas, una de las figuras más imperfectas, sin lugar a dudas, fue la de San Antonio de Padua, la cual fue mandada a botar de la parroquia y, posteriormente encontrada por la señora Biviana Domínguez (aproximadamente en el año de 1858) quien inicia una tradición y devoción a San Antonio de Padua que ha llegado hasta nuestros días, a la cual asisten anualmente miles de devotos, por lo que:
“Cabe pensar, pues, que este hallazgo es el acontecimiento que marca un momento significativo en la consolidación de una comunidad cristiana que, en torno a la veneración de una imagen y a través de ella, procura proyectar y realizar un sinnúmero de ideales y fuerzas inherentes en cada uno de sus miembros.”[15]
            Para finalizar, queremos anotar que los ensayos de Batista también se encaminaron por el campo docente, por la preocupación permanente que produjo en él, el hecho de advertir el carácter destructivo del santeño contra su hábitat natural.  Por ello, hace un llamado a la conciencia del hombre santeño para que reflexione sobre el futuro de las generaciones que están por venir:
       “Llegará el momento en que les mostraremos la naturaleza a nuestros hijos, precisamente frente a las vitrinas de los museos.  Compungidos les diremos: ésta es una iguana, aquel un ruiseñor y esto que ves acá embalsamado, como una momia, es un mono.”[16]
            Exposición concluyente
            Una vez que hemos navegado por la producción intelectual de Gustavo Batista Cedeño, se ha llegado a las siguientes inferencias:
-      La vida de Gustavo Batista Cedeño,  pesar de que solo duró veintinueve años, es un ejemplo para los panameños en cuanto a la preocupación del hombre por las cosas humanas y de convivencia con lo más íntimo de la naturaleza.
-      Gustavo Batista tiene una poesía imbuida en un profundo lirismo, pletórica de interesantes imágenes que, muchas veces, nos dan la impresión de una concepción ideoestética cimentada en el misterio de la palabra.
-      Batista prometía mucho como crítico literario, tal como advierte en sus trabajos publicados en el Diario la Prensa; sin embargo, la muerte lo sorprende antes de llegar al cenit de su labor crítica.
-      Como poeta, Gustavo nos dejó su poesía, como modelo de belleza y de creación; como ensayista, nos legó su ideario sobre la vida; y, con su vida, nos regaló un arquetipo de probidad y dedicación que merece ser imitado por una juventud que cada vez pareciera interesarse menos por conocer su propia realidad.
Peña Blanca de Las Tablas, 3 de julio de 2011.









BIBLIOGRAFÍA.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo y Melquiades Villarreal Castillo.  Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua. Panamá: Taller Senda. 1990. Pág. 47.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 Aleccionadora y Terca Realidad.  Panamá: Diario La Prensa. 3 de marzo de 1990.  Pág. 2B.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 Áncora y otros poemas. Panamá: Impresora de la Nación. 1992. Pág. 16.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 Si me fuera posible vivir. Panamá. Universal Books. 2002.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 Alejandra Pizarnick: un silencio necesario. Panamá: La Prensa. 31 de marzo de 1990. Pág. 2B.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 Cerro Canajagua: último refugio de la vida silvestre en Panamá.  Panamá: La Prensa. 15 de abril de 1990. Pág. 2B.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 Deseos, Nunca Realidades. Panamá: Imprenta Universitaria. 1985.
BATISTA CEDEÑO, Gustavo.                 El símbolo: privilegio al crear.  Panamá: La Prensa. 9 de junio de 1990.  Pág. 2B.
CEDEÑO DELGADO, José Dimas.          Prólogo a la obra: Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua. Panamá: Taller Senda. 1990. Págs. 9-10.
CORREA VÁSQUEZ, Pedro.                   Presencia de Gustavo Batista Cedeño. En Gustavo Batista Cedeño. Áncora y otros poemas. Panamá: Impresora de la Nación. 1992.






[1] BATISTA CEDEÑO, Gustavo.  Aleccionadora y Terca Realidad.  Panamá: Diario La Prensa. 3 de marzo de 1990.  Pág. 2B.
[2][2] BATISTA CEDEÑO, Gustavo. Deseos, Nunca Realidades. Panamá: Imprenta Universitaria. 1985. Pág. 13.
[3] CORREA VÁSQUEZ, Pedro. Presencia de Gustavo Batista Cedeño. En Gustavo Batista Cedeño. Áncora y otros poemas. Panamá: Impresora de la Nación. 1992. Pág. 16.
[4] BATISTA CEDEÑO, Gustavo.  Áncora y otros poemas. Panamá: Impresora de la Nación. 1992. Pág. 29.

[5] Ibid. Pág. 58.
[6] BATISTA CEDEÑO, Gustavo. Si me fuera posible vivir. Panamá. Universal Books. 2002. Pág. 17
[7] Idem.
[8] Ibid., pág. 45
[9][9] Ibid. Pág. 56.
[10]  BATISTA CEDEÑO, Gustavo. Alejandra Pizarnick: un silencio necesario. Panamá: La Prensa. 31 de marzo de 1990. Pág. 2B.
[11] BATISTA CEDEÑO, Gustavo. El símbolo: privilegio al crear.  Panamá: La Prensa. 9 de junio de 1990.  Pág. 2B.
[12] BATISTA CEDEÑO, Gustavo. Joven poesía panameña: entre el clavel y la espada.  Panamá: La Prensa, 30 de junio de 1990.
[13] OSORIO OSORIO, Alberto.  Gustavo Batista en el recuerdo. En Áncora y otros poemas… Pág. 7.
[14]  Mons.  José Dimas Cedeño D. Prólogo a la obra: Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua. Panamá: Taller Senda. 1990. Págs. 9-10.
[15] BATISTA CEDEÑO, Gustavo y Melquiades Villarreal Castillo.  Peña Blanca: su historia, su gente y la festividad de San Antonio de Padua. Panamá: Taller Senda. 1990. Pág. 47.
[16] BATISTA CEDEÑO, Gustavo. Cerro Canajagua: último refugio de la vida silvestre en Panamá.  Panamá: La Prensa. 15 de abril de 1990. Pág. 2B.
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