jueves, 17 de enero de 2013

¿GUNA YALA O KUNA YALA?

  En los últimos tiempos se ha popularizado una tendencia que 
apunta a que ya no debe decirse Kuna Yala, sino Guna Yala.
   Pues, según los propios Kunas, aunque se escribe Guna Yala, la forma correcta de pronunciarlo es Kuna Yala, pues hay una confusión fonética (que no acabo de entender, pero que conduce a que, en lengua Kuna, la letra g, inicial de palabra se pronuncia /k/.
   En síntesis, se escribe Guna Yala.
   Se pronuncia Kuna Yala.

jueves, 10 de enero de 2013

sábado, 5 de enero de 2013

AUTÓGRAFO DE FAMOSOS

Melquiades Villarreal Castillo



Gabriel García Márquez





Barack Obama



Juan Pablo II




Benedicto XVI


Miguel de Cervantes Saavedra




William Shakespeare











viernes, 4 de enero de 2013

PEDRO CORREA VÁSQUEZ: LA CANCIÓN DEL PORDIOSERO

Melquiades Villarreal Castillo

El 4 de enero de 1996 se apagó la llama vital del poeta Pedro Correa Vásquez, nacido en la ciudad de Chitré el 21 de mayo de 1955.
Pedro Correa Vásquez
(21 de mayo de 1955 - 4 de enero de 1996)
Poeta, ensayista y, sobre todo, un gran maestro.  Pedro ganó el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, sección poesía,  en dos ocasiones.  En 1982, lo obtuvo con la obra Plagio y, en 1994, con el poemario La Canción del Pordiosero
La Canción del Pordiosero es un poemario con aspiraciones elevadas, no es un simple juego de creatividad, persigue plasmar a través de los meandros de la estética, mensajes perdurables en el tiempo y en el espacio.
En una ocasión, en 1991, cuadro Pedro Correa se refirió al poemario Áncora y Otros Poemas de Gustavo Batista, hizo comentarios ciento por ciento aplicables a  La Canción del Pordiosero: "... Una obra poética que siempre aspiró a la pureza más difícil, marca toda la tónica que recorrerá  toda la poesía (poemario)...  Su cosmovisión siempre sería oscura, negativa.  Pocas veces nos encontramos con una fiesta de luz. Es más: allí donde la luz es lo imperante, el poeta presente la presencia de las sombras como elemento destructor."  En el texto, no encontramos luz; cuando la hay es como uno de los versos de Pedro: "una inmensa ola, nacida en el infierno."
La Canción del Pordiosero es una trinidad: Vida, Esperanza y Muerte.
Vida
“Vida,
temida en los comienzos,
¿serás Temida hoy?
(…)
(Y la misma figura
 – una estampa que ves todos los años–
le viene al recuerdo:
un Hombre es crucificado por la salvación del mundo
y el mundo
 –piensas–
Aún espera salvación).”
Esperanza
“Esperanza cansa
la flor se viste en la mañana
-sueña el hombre solitario-
guardará para siempre su candor
puede ser que sea ahora lanza,
que sea ahora mansa
paloma
para recordar.
Si la lanza, mata.
Si es mansa, engaña.
Esperanza, mira que él alcanza otro peldaño en medio del dolor.
Mira que los vientos lo derrumban
y sueña con el último calor.
Eres tú la culpable de los males.
si esa flor que pusiste en la alborada
hubiera durado para siempre
no habría en el mundo tanto llanto y tanto horror.”
Muerte
“Hay un río legendario que se seca siempre más
hay una cruz, hay un Calvario.
hay una fe y también un rosario
que cuenta con sus cuentas el dolor.
La vida se acumula en un armario
de aflicción y llanto y destrucción.
Ya nada queda. El viejo horario
se detuvo porque falso es el reloj.
Hay un destino que es por siempre sabio.
legendario es el Calvario y el rosario y el amor.”
Pasados tantos años desde la muerte de Pedro y desde que escribiera sus Voces de un Relato Aprendido sobre la poesía de Gustavo Batista Cedeño, creo que, hoy como nunca, las palabras que él dedicó al poeta Batista, serían su mejor epitafio: “Su alma era un depósito de oscuros recuerdos.”
También recuerdo las palabras inaugurales de su curso de Poesía Hispanoamericana en el que participé: “El cinéreo destino del hombre.”  En ese momento, en él, se había cumplido.

miércoles, 2 de enero de 2013

ERES MI CASA, MADRID, MI EXISTENCIA


MADRID

Miguel Hernández

De entre las piedras, la encina y el haya,
de entre un follaje de hueso ligero
surte un acero que no se desmaya:
surte un acero.

Una ciudad dedicada a la brisa,
ante las malas pasiones despiertas
abre sus puertas como una sonrisa:
cierra sus puertas.

Un ansia verde y un odio dorado
arde en el seno de aquellas paredes.
Contra la sombra, la luz ha cerrado
todas sus redes.

Esta ciudad no se aplaca con fuego,
este laurel con rencor no se tala.
Este rosal sin ventura, este espliego
júbilo exhala.

Puerta cerrada, taberna encendida:
nadie encarcela sus libres licores.
Atravesada del hambre y la vida,
sigue en sus flores.

Niños igual que agujeros resecos,
hacen vibrar un calor de ira pura
junto a mujeres que son filos y ecos
hacia una hondura.

Lóbregos hombres, radiantes barrancos
con la amenaza de ser más profundos.
Entre sus dientes serenos y blancos
luchan dos mundos.

Una sonrisa que va esperanzada
desde el principio del alma a la boca,
pinta de rojo feliz tu fachada,
gran ciudad loca.

Esa sonrisa jamás anochece:
y es matutina con tanto heroísmo,
que en las tinieblas azulmente crece
como un abismo.

No han de saltarle lo triste y lo blando:
de labio a labio imponente y seguro
salta una loca guitarra clamando
por su futuro.

Desfallecer... Pero el toro es bastante.
Su corazón, sufrimiento, no agotas.
Y retrocede la luna menguante
de las derrotas.

Sólo te nutre tu vívida esencia.
Duermes al borde del hoyo y la espada.
Eres mi casa, Madrid: mi existencia,
¡qué atravesada!

LA ROSA BLANCA.



Cultivo una rosa blanca


en junio como enero


para el amigo sincero


que me da su mano franca.






Y para el cruel que me arranca



el corazón con que vivo,



cardo ni ortiga cultivo;



cultivo la rosa blanca.







José Martí. (Cubano).

martes, 1 de enero de 2013

NOCTURNO A ROSARIO



I

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
     
   II
Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
   
     III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.
  
      IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

        V
A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?

       VI
Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...

       VII
¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

       VIII
¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.

        IX
¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!

        X
Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!

Autor: Manuel Acuña. México, 1849-1873.
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