lunes, 17 de enero de 2011

EL ESCAPISTA: UNA FUGA ONÍRICA

Melquiades Villarreal Castillo
  El hombre de nuestro tiempo vive prisionero de sus propias actividades, en una cárcel monótona e infranqueable.  Carlos Wynter Melo, en su obra El escapista (galardonada con el Premio del Concurso de Cuentos José María Sánchez, versión 1998), sabe asir con maestría los elementos más habituales de la cotidianidad, a través de su pluma, por ende, sabe pintar al hombre cautivo de su propia cárcel.
  La obra, como conjunto, se compone de cuatro cuentos: Nicanor da la vuelta, El administrador, Apariciones y El escapista, que lega su nombre a la colección. Encontramos dos elementos recurrentes en los cuatro relatos: el sueño y el escape. Y es que cada una de las narraciones recrea la angustia existencial generada por la inseguridad frente al futuro que confronta la humanidad, sobre todo la juventud. En el cuento Nicanor da la vuelta, se habla de una persona que, constantemente, está al servicio de sus padres y de la lectura; pero el día que su padre falta no sabe qué hacer con su tiempo libre; en El administrador, nos encontramos con la tribulación del jefe de una empresa, que no recibe el cariño de sus subalternos, situación que lo lleva a escaparse del rechazo del que es víctima, en el ambiente nebulosa de las casas de prostitución.
  Apariciones engendra, mediante un interesante ejercicio mimético, la realidad de un hombre que no encuentra el solaz en su esposa, a quien debe servir infinitamente, porque la misma es víctima del lumbago y de un cansancio congénito, lo cual lo lleva a escaparse de su realidad, a través del sueño con una hermosa mujer desnuda, que acalla las inquietudes viriles de un hombre frustrado.
El último cuento de la colección. El escapista recoge en su esencia la cosmovisión hechicera de un actor de la magia que realiza escapes metafóricos, al estilo de Houdini, hasta que un día se escurrió de la vida, a través de una alegoría –un avión de papel– para nunca más aparecer.
  El narrador que deliberadamente actúa en primera persona, emplea como recurso lo ordinario, por lo cual el leedor que sufra de cojera asimilativa tal vez se niegue el regodeo intelectual de decodificar la esencia de El escapista, ignorando que tal vez el relator se inspiró en él mismo, en su intento de escape de la rutina a través del sueño.
  La obra (además de ser un estupendo ejercicio literario y un fino cuadro en el que se esbozan ambientes y personajes por medio de la palabra) está plasmada a través de un código matemático, cuya ecuación siempre se va a presentar –tal vez de manera arcana– por medio del mismo paradigma.
  Recurro a la teoría de la intencionalidad del narrador para poder decodificar las reglas lúdicas que plantea la obra, pues si se emplean las mismas variables (el sueño y el escape), entonces es probable que, a través de un intrincado recreo, el lector pueda ser capaz de componer el rompecabezas y llegar a la respuesta del problema.
  La misma, inclusive, es sugerida con una propensión mefistofélica por el relator, quien, lógicamente, pretende despertar el interés del lector.  En este sentido, Winter Melo, de acuerdo con mi línea de aprehensión, logra reproducir la intención de Cortázar en ambientes propios de Kafka, Onetti o Jurado.
  La disquisición exige el funcionamiento de la mente para encontrar la solución al enigma. A mi juicio, la lógica matemática de Wynter Melo se expresa de manera transparente; Nicanor, Teodoro, el administrador y Vitorio Casagrande no son representaciones simbólicas de arquetipos humanos: el lector, simplemente, tiene que mirarse en un espejo, atisbar fijamente los ojos de la imagen y comprenderá que las variables se ajustan a su vida, que es él quien realmente trata de escapar y sería interesante conocer sus sueños, para poder obtener la clave de la puerta onírica de salida de un cómplice artificioso que a diario huye de su propia esencia.
Publicado en Revista Maga. N°41. Tercera Época.  Panamá: Mayo-Agosto de 2000.  Págs. 58-59

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