sábado, 26 de julio de 2014

DESCUBRIENDO LO OCULTO EN NADA QUE OCULTAR

Melquiades Villarreal Castillo

   Gloria Young es, sin duda alguna, una mujer muy interesante con ejecutorias trascendentes; sin embargo, en esta ocasión aunque me referiré a ella, no hablaré de ella como persona, sino que me enfocaré a desentrañar algunos de los arcanos presentes en su más reciente obra Nada que ocultar.
     La obra está finamente presentada e ilustrada, pero me referiré solamente a los versos que campean – aparentemente libres, pero no por ello menos misteriosos – por sus páginas.
     La obra se escinde en cuatro partes, en cada una de las cuales vamos a percibir la multiplicidad de mundos de la poetisa Gloria Young: Cristal que no se rompe, puerto de amor, días sin ti y llama de los abrojos titulan cada uno de los apartados del libro.
     En Vendaval nos encontramos con una especie de Apocalipsis: Sin anuncio previo/ soltó el viento/ una furia de hojarascas/ troncos/ árboles doblados/ como pidiendo perdón,/ arrancados desde las raíces.” El perdón solicitado, sin duda de ninguna clase, nos motiva a pensar que la causa espeluznante de nuestra destrucción somos nosotros mismos debido a nuestros pecados y a nuestra falta de humildad; por ello, cuando los árboles se doblan nos invitan a abandonar la soberbia que nos aniquila.  Otro detalle importante es que, en medio del fin, encontramos el principio, el pecado edénico con el cual Adán condenó a la especie: “Vi un árbol desnudo/ de ramas/ y hojas/ avergonzado.”  Por ello, el héroe lírico, cual semidiós percibe el final con el estupor de la impotencia: “Mi garganta quedó atrapada de palabras/ solo el sonido del viento,/ en mi memoria/ sigilosa/ fulgurante/ como el rayo/ me desgarró la imagen/ del huerto/ atrapado de vientos/ implacables/ destrozando sus frutos y sus flores.”
    Este mundo destrozado y cantado en el poema encierra a nuestra América mísera y bananera: “La mirada se posó en los tallos de plátano/ postrados en la tierra/ solo faltaban dos semanas para el corte.”
    La segunda parte del poemario, nominada Puerto de Amor nos permite ver, sin nada que ocultar, al espíritu femenino, libre y liberador en la mayor pureza de su sustancia: “De noche la tierra fría/ el reflejo de la luna en los cristales/ el mar vaciado en la arena.” Recoge también, con pericia inspirada, el alma popular de las personas que a diario pululan por las calles: “En el corazón del pueblo, los chanceros hacen el día/ y conversan las señoras de los últimos muertos que entierran/ para conservar las emociones que el más allá inspira.” Pero, sobre todo, el poemario procura esbozar el corazón de la mujer que ama: “Todos mis deseos se derraman en estos infinitos mares/ al ritmo de la sangre; de mi sangre vital/ no quiero morir en otros mares/ sino aquí, entre tus brazos/ bajo tu cuello,/ sobre tu boca.”
    Días sin ti es el nombre de la tercera parte del libro.  Notamos en estos versos un aire de estoicismo, de aceptación de la realidad, pues las cosas están llamadas  a ser y no existe forma de evitarlas: “No dejo rastro de lágrimas/ ¿para qué?/ de todas formas las pipas se harán coco en las palmeras/ y las flores de la reina se abrirán lastimando la mirada/ con su destello amarillo/ incandescente.” Si se hace un intento de decodificación cromática de los versos y nos centramos en el destello amarillo que lastima la mirada y nos remitimos a la definición que don Sebastián de Covarrubias da a este color, no es necesario brindar mayores explicaciones: “El amarillo es la color del amor.”  Este sentimiento, no obstante se presenta en algunas ocasiones doloroso y generador de sufrimientos: “Yo no quiero  una rosa/ encendida/ con espinas que no se clavan/ a la vida/ para siempre/ no quiero sentir la suavidad de sus pétalos/ sedosos del color/ de la divina sangre.”
    La última parte del libro Llama de abrojos es prosa poética bien elaborada, libre de todo atavismo gramatical, sustentada en el amor sin reglas, entendido desde la óptica de los versos de Mario Benedetti: “Si te quiero es porque eres mi amor mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos…”
     Finaliza el libro, con una cosmovisión liberadora a través de la poesía, suma destructora de toda atadura, lo cual percibimos cuando el héroe lírico prácticamente grita: “la poesía no duerme… es un silbido que desata mis manos para no necesitar que me sostengas”

    El lector se encontrará en Nada que ocultar con una infinidad de mundos por descubrir, mundos que nos describen a todos y nos permiten comprender a los demás, por lo que su lectura es recomendable a todo aquel que no le teme a sus propios secretos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Powered By Blogger