jueves, 7 de abril de 2011

BOLÍVAR RODRÍGUEZ MENDIETA: UNA VOZ, UNA GUITARRA


Melquiades Villarreal Castillo.
En no pocas ocasiones, se ha dicho que nadie es profeta en su tierra, que no somos capaces de reconocer los valores de nuestros semejantes hasta que han partido hacia la eternidad; en fin, se ha vuelto una costumbre esgrimir un aparato retórico muchas veces carente de significado. http://www.youtube.com/watch?v=Tlu1nKtRRz8

            Un día cualquiera viajaba hacia Chitré, en compañía de mis hijas, escuchando algunas canciones del Maestro Bolívar Rodríguez: (Palomita Titibú, Canajagua Monte Adentro, Desde Chitré Pueblo Mío, Nostalgia Panameña y Amanecer Campesino).  Ellas quisieron saber quién cantaba esas canciones. A sus interrogantes, respondí con otra pregunta: “¿Quieren cocer al Profe?, ¿A qué Profe?” Me respondieron. “A Bolívar, el que está cantando y compuso esa pieza.” Les dije. “¿Y él está vivo y vive en Chitré?”, me preguntaron.  “Sí”, respondí una vez más. Las tres estuvieron de acuerdo. Lo encontramos en su casa, en su taller de carpintería, donde a sus ochenta y cuatro años, saca formas a la madera, significado a las palabras y trata de descubrir los más intrincados     secretos de las posibilidades  infinitas de las notas de su vieja guitarra que no solo le ha dado alegrías a él, sino que ha producido emociones nobles en todas las personas que han gozado su música. Dejó su trabajo y nos atendió durante dos horas;  cantó, comentó anécdotas, habló de sus logros, de sus esperanzas y, sobre todo, de sus profundos deseos de vivir. Cuando salimos de ahí, mi hija, Ligia Elena, emocionada, con lágrimas en los ojos, dijo: “Es la persona más humilde que he visto en mi vida.” A partir, de esa primera visión adolescente, inicio este homenaje al distinguido maestro, con el anhelo de plasmarlo en la revista Lotería, que ha sido testimonio fehaciente de la realidad nacional en todas sus facetas, medio que llega a un número mayor de personas y que, en lo efímero del papel, es capaz de guardar para la posteridad el recuerdo de nuestro peregrinar por el mundo.
            El Profesor Bolívar Rodríguez Mendieta vio la luz el 24 de mayo de 1926 en la ciudad de Chitré, provincia de Herrera, hijo de Saturnino Rodríguez y Dolores Mendieta de Rodríguez.  Después de graduarse en el Instituto Artes y Oficios, viaja a Argentina, donde desarrolla múltiples actividades, entre las que están sus estudios de Constructor y Maestro Mayor de Obras en el Instituto Ingeniero Huerguo, Decorador de Interiores en la Academia Beato Angélico, Profesor de Teoría, Música, Solfeo y Guitarra en la Academia de Música Gaito y Canto.
            En 1952, compone Nostalgia Panameña, su primera canción la cual le abre las puertas de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores. En1970, después de un fracaso sentimental con la que fuera su esposa, retorna a Panamá, con su guitarra y con su arte, dejando en Argentina a sus grandes amores, sus hijas: Miriam Leonor y Elizabeth Aurora.
En su tierra natal, funda diversos conjuntos folclóricos, entre los que se destacan: El Semillero Folclórico y Ballet Folclórico Bolívar Rodríguez. Como Profesor Universitario llevó al Teatro Nacional su obra: Estampas Costumbristas. En la contraportada de su libro Mi padre, carretas y carreteros, publicado por la Universidad Tecnológica de Panamá (2007), leemos la siguiente información sobre sus datos biográficos:
“El profesor Rodríguez ha dedicado su vida a la enseñanza y a la conservación del folclore y las costumbres interioranas.  Ha sido invitado a participar en eventos artísticos en la Plaza de las Tres Culturas de México, en Costa Rica, El Salvador, Cuba, Jamaica, Venezuela, Perú y Chile. Es autor de artículos periodísticos y de más de 50 obras musicales, que incluyen temas infantiles, religiosos, villancicos y canciones costumbristas, décimas tradicionales, décimas aplicadas a la realización de estampas teatrales, obras de teatro vernaculares y poesía.
 Por su trayectoria, el Profesor Bolívar Rodríguez ha recibido diversos reconocimientos, incluyendo la Orden Manuel José Hurtado en diciembre de 2006.
Hoy por hoy, dirige y canta con el coro de la Catedral San Juan Bautista de Chitré. En 1989, fue gestor de la Sociedad Matías Rodríguez y su actual proyecto es la construcción ya iniciada de la Casa del Folclor en Chitré la cual será un santuario de rescate y docencia de todas las artes relacionadas con el folclor.”

            Son diversas las afirmaciones de alabanza esgrimidas a favor de Bolívar Rodríguez.  Ángel Santos Barrios, a manera de ejemplo, nos dice:
         Hablar del profesor Bolívar Rodríguez, es hablar del folclor, costumbres y del Chitré de ayer… Es compositor de hermosas piezas musicales que le han dado la vuelta al mundo como: “Canajagua Monte adentro y Palomita Titibú… Bolívar Rodríguez, además fue constructor de la típica carreta Chitreana… También se dedicó a la construcción de la guitarra “mejoranera”, la guitarra panameña. Instruye conjuntos típicos de diferentes edades… Es una biblioteca para responder a las investigaciones sobre folclor de estudiantes de todos los niveles académicos, no solo de Chitré, sino de todo el país. Fue el gestor de la construcción de la Casa del Folclor en su pueblo natal en Chitré… Músicos y guitarristas, compositores de diferentes épocas y de la actualidad, visitan al profesor Bolívar Rodríguez para consultarle o, simplemente, para aprender de él.”[1]

            Su décima A Chitré, Pueblo Mío, es un verdadero testimonio de amor y conocimiento del terruño, la auténtica patria del corazón.  Así, Bolívar Rodríguez, empieza por decirnos:
“Desde Chitré pueblo mío
donde yo aprendí a soñar
canté a la brisa del mar
y al frescor del monte umbrío.”

            Los dos primeros versos son muy decidores, ya que definen Chitré como su pueblo, como su cuna, el sitio primigenio en el que se modela su forma de pensar, el basamento de sus anhelos, en los que el poeta es capaz de identificarse con el viento y con la frescura del monte.  Es el lugar en el que el héroe poético nos dice, además, que Chitré, es el sitio en el que:
“Cultivé de un amor santo
mi sentir de panameño
para cantar el ensueño
del pueblo que yo amo tanto.”

            En otro pie, Bolívar Rodríguez continúa sabiamente identificándose con su pueblo natal; sin embargo, lo hace al modo en que García Márquez se identifica con su pueblo a través del olor de la guayaba; es decir, a través de la naturaleza, a diferencia de Ricardo Miró que evocó a Panamá mediante sus “torres vetustas y lejanas”; por ello nos encontramos con expresiones como la siguiente:
“Canté al sol que esclareció
el cañal y la molienda,
la campesina vivienda
que temprano despertó.
Mi canto se remontó
de añoranza a la que un día
en arrullos me dormía
en mi niñez de esplendor,
para sentir el rumor
del viento al nacer el día.”

            Observe el lector de qué manera el  hablante se identifica con el trabajo y con el campo, a través del cañal y de la molienda, cómo se hermana con la vivienda campesina, que a través de una magistral prosopopeya despierta junto a él; y, sobre todo, cómo su esencia se reconoce en el recuerdo de la figura materna y en los días de niñez.
            Continúa la décima señalando cada uno de los elementos que identifican al hablante con su tierra natal:
“También canté al garañón
potro alazán altanero
que relinchó en el sendero
a la oscura cerrazón.
Su relincho cimarrón
estremeció la distancia
desafiando en arrogancia
del torrencial aguacero
que empapó desde el alero
los anhelos de mi infancia.”

            Es evidente, en la última estrofa, que el hablante se siente plenamente identificado con su pueblo hasta en los detalles más nimios, incluso en la características de sus noches que, por la posición de Panamá, tienen casi la misma duración que los días, a diferencia de otras zonas, en las cuales se dan las cuatro  estaciones del año y, por ende, durante el verano los días son más largos que las noches y durante el invierno ocurre lo contrario:
Una noche equinoccial
bajo las ondas montunas
canté al fulgor de la luna
desde mi humilde portal
Mi canto, cual manantial,
se nutrió en la serranía,
en la agreste lejanía
de mis folclóricos lares
que inspiraron los cantares
propios de la tierra mía.”

            Para los expertos en música, la mejor canción del Profesor Rodríguez es Canajagua Monte Adentro, significativo homenaje a la campiña panameña.  Nos cuenta su autor el referente: Recién que llegó de Argentina, su padre, don Saturnino Rodríguez lo invitó a una junta de “corta de arroz”[2], cuando, a la orilla de una quebrada ve a una hermosa joven lavando ropa. Ella captó su atención y él se le acerca a galantearla, pero una tía de la muchacha le dijo: “no la molestes, ella es casada.” Él sonrió y empezó a silbar por azar lo que sería la música de “Canajagua Monte Adentro”, cuya letra descarta su motivo real para captar en dos estrofas la esencia misma del campesino santeño:
“Donde anida la torcaz
y se oye el canto del turpial…
allá tengo mi hábitat
Canajagua monte adentro.”

            Es fácil observar la condición de soledad en la que vivía este campesino panameño que cobra vida en la canción, el cual, sin embargo, tenía plena comunión con la naturaleza, pues el uso del concepto “hábitat”, más que intentar una asonancia con turpial, persigue identificar al hombre con su entorno, obsérvese que hábitat se refiere al ambiente, al medio y no a la especificidad de una vivienda.
            Prosigue la canción describiendo el espíritu laborioso del campesino santeño, quien más que trabajar para obtener riquezas, realiza su faena como su función dentro de la estructura de su ecosistema:
“Trapiche y cañaveral
y en la hondonada un manantial
donde espiga el arrozal
Canajagua monte adentro.”

            La molienda es una faena dura, desde la siembra y cultivo de la caña, hasta moler la caña, para extraer el guarapo (jugo) y cocerla para lograr la miel. No obstante, estas dos estrofas, capaces de ser vasos depositarios de una idiosincrasia, están elaboradas de forma tal que el autor mucho más que describir desde afuera una imagen, forma parte de la misma, en la hondonada, en el manantial, el sitio donde se realizan todos sus sueños, pues es el lugar en el que espiga su arrozal, es el corazón de la campiña Es “Canajagua Monte Adentro.”
            Para un artista de la música, no hay mayor recompensa que sus melodías sean escuchadas. Para una persona que está en un país lejano, no existe alegría mayor que encontrarse con algo de la tierra natal. Alguna vez me encontraba yo en París, en una estación del metro, cuando escucho una música que me trasladó inmediatamente a Panamá: alguien con un conjunto de copas, con diferentes niveles de agua, hacía sonar “La Palomita Titibú.” Las personas que me acompañaban, notaron un dejo de tristeza en mi persona y me preguntaron: “¿Qué te pasa?” Esa canción es panameña, les respondí. Apenas, regresé a Panamá, volví al viejo taller de don Bolívar para contarle: “Su música se escucha en Francia.”
            Me contó nuestro Maestro que cuando estudiaba en Argentina, le preguntaron cuál era el ave canora panameña.  Representantes de diferentes países, hablaban de sus aves canoras y él no tenía nada que decir; hasta que a su mente se vino la onomatopeya “titibú”, el canto de la paloma que en no pocas ocasiones, fue el único canto que acompañó al hombre del campo en sus faenas. “El ave canora panameña es la palomita titibú,”, dijo en aquella ocasión el profesor Rodríguez.  Y compuso la letra y la música de esta conocida canción típica panameña. En su primera estrofa, igual que en Canajagua Monte Adentro,  identifica al campesino con su entorno natural:
“Allá en la hondonada
donde cantó el río
tengo el rancho mío
titibú pa´ mi adorada.”

            Es observable, pues, que el canto del río, y el canto de una “titibú”, en una hondonada, se convierten en el lugar ideal para convertirse en medio natural del campesino, una condición en la cual se da la perfecta comunión hombre-naturaleza. Por este motivo, el poeta le dedica estos versos, pues al ser la palomita titibú, la dueña de su saloma, además de justificarla como ave canora, la convierte en su similar dentro del entorno natural: el campesino saloma para identificarse con la  naturaleza, la voz titibú es la forma como la paloma lo emula. Aparte que se empieza a insinuar que la Palomita Titibú es también la forma como el campesino llama a su amada:
“Silvestre paloma
de la selva istmeña
eres tú la dueña
titibú de mi saloma.”

            La última suposición interpretativa cobra vida en la siguiente gavilla de versos, puesto que el héroe poético, se dirige de manera directa al ave (que bien puede ser una mujer) para cantarle:
“Quiero tus alitas
y tu voz galante
quiero ser tu amante
titibú mi palomita.”

            En la última estrofa no queda duda alguna de que el poeta, aunque canta a la Palomita Titibú, ya se refiere a la mujer amada:
“Tierna palomita
de bello plumaje
baja del ramaje
titibú si estás solita.”

            En esencia, la canción una vez más sabe captar la esencia y la idiosincrasia del hombre del campo que, acompañada por una música elaborada de manera profesional, eleva la poesía y la vida de la campiña a niveles no acostumbrados en el quehacer artístico de nuestro país.
            La otra canción del profesor Rodríguez que a me resulto muy sugestiva, sin lugar a dudas es Nonstalgia panameña, que como se ha dicho es su primera canción.  Es una composición pintoresca, llena de sabor local, desde una perspectiva universalista:
“Se despierta la alborada
por encima de los cerros
y el matutino lucero
su cálida luz aclama
tiñendo de luz dorada
los parajes del camino.”
                          


          La imagen creada por don Bolívar no puede lucir más transparente, pues nos transporta a los años en que el campesino panameño vivía de manera cándida, cuando madrugaba cada día para iniciar su faena, para buscar el alimento, acompañado siempre por una naturaleza pródiga capaz de obsequiarle con elementos sublimes, como la alborada, el lucero matutino que ilumina los parajes del camino; en fin, estamos frente a un mundo bucólico al modo que Virgilio cantó hace dos mil años en Roma.
            El hablante, en medio de la soledad, resulta capaz de gozar su felicidad de sus semejantes; por ello se deleita cuando ve un bohío a lo lejos, en el cual una moza inicia su faena del hogar al prender el fogón, mientras que arrulla, junto con el frío, al hijo de un labrador:
 “De un rancho allá en el baquío
la moza prende el fogón
y dormido en el jorón
arrullado por el frío
en el humilde bohío
el hijo del labrador.”

       Muy pronto, sin embargo, la atención del poeta vuelve a enfocarse en la naturaleza, en el canto del chuío, en el recuerdo de la moza, en los trillos del cotidiano afán; y, sobre todo, se asombra con la acostumbrada salida del sol, que cada mañana, al despuntar el día, orienta con su luz la labor campesina:
“Canta el chuío en la enramada
y la moza campesina
a pie descalzo camina
el trillo de la quebrada
cual inmensa llamarada
se despierta la llanura.”

           

      Hasta en los últimos versos de la canción, predomina el color local, el pintorequismo propio del campesino panameño:
“Levanta la garza el vuelo
con su límpido aletear
y una carreta al pasar
por el angosto sendero
me saluda el carretero
modulando su bregar.”

          En medio del paisaje natural y de los elementos propios de la vida campesina, el hablante continúa su viaje; observa cada detalle; inclusive el vuelo de una garza y el pasar de un carretero que modula su voz para esgrimir la saloma, canto propio del campesino.





[1] BARRIOS, Ángel Santos. Bolívar Rodríguez: A sus ochenta años promotor del folclor en Herrera. Panamá: Diario Crítica Libre. Domingo 28 de mayo de 2006. Pág. 9.

[2]  Corta de arroz: forma de ayuda mutua, propia del campesino, para cosechar su grano.

2 comentarios:

  1. Excelente. Orgulloso de ser panameño y más aún de ser del interior.

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  2. Excelente. Un orgullo ser panameño y más aún ser del interior.

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