viernes, 22 de octubre de 2010

EN NOMBRE DE ELLOS: RADIOGRAFÍA DE LA SOCIEDAD PANAMEÑA

Melquiades Villarreal Castillo

José Chen Barría en su novela En nombre de ellos nos presenta una interesante radiografía de la sociedad panameña de nuestro tiempo, una clara imagen de nuestro Panamá en el cual mientras unos mueren de hambre otros mueren de indigestión.
Es una vergüenza la imagen que se tiene de nosotros en el exterior, en el plano interno las mentiras vertidas por gobernantes inescrupulosos una y tantas veces han terminado siendo verdades: En Panamá no hay problemas, vivimos en un paraíso. Cuando nos hablan de los pobres miramos al vecino, tristemente Cristo tiene la razón una vez más: vemos la basurita en el ojo ajeno, pero somos incapaces de percibir la viga que nos niega la oportunidad de percibir nuestra propia realidad.
La novela tiene una estructura circular. Su duración es brevísima. Todo empieza cuando María, la protagonista, cansada duerme y sueña con su hermano Pedro que la saludaba entre las nubes, rodeado de ángeles. En ese mismo momento Pedro, un conductor de taxi había sido asesinado mientras hacía una carrera al aeropuerto. Su nombre fue mencionado como el de un delincuente de la peor calaña, pero se calló el nombre del pasajero, un influyente hombre de nuestra sociedad, que iba cargado de drogas, cuando fue víctima de un tumbe.


Luego, la novela toma otro rumbo: cuenta todo lo que María vivió desde su infancia, hasta llegar a la capital en la búsqueda de una mejor oportunidad de vida, hasta el momento final en que se encuentra, frente a frente, con la triste muerte de su hermano Pedro.


En Panamá se desarrolla una cumbre tendiente a presentar las conclusiones de las Estrategias para combatir la pobreza. La cumbre se desarrolla en un hotel cinco estrellas, alejado de toda posibilidad de carencia; a la cumbre existen personas finamente vestidas, el Presidente de la República llega rodeado de una cantidad sorprendente de guardaespaldas en un auto blindado de fabricación europea. ¿Para qué describir su vestido? La pobreza es hambre. Y en la recepción de los defensores de las estrategias para combatir la pobreza podemos mencionar humildes platillos, tan distantes a nuestro arroz con frijoles, macarrones santos, caldo de yuca, arroz con huevo, etc. No. Quienes luchan contra la pobreza deben estar bien alimentados. Es irónico que quienes hablan de pobreza, esto es fiel imagen de la realidad, tuvieran entre sus humildes viandas: De entrada, crema de mariscos, cóctel de langostinos con salsa inglesa, salmón ahumado con aderezos y queso crema con caviar, vinos finísimos servidos en copas de acuerdo con las normas de protocolo; mientras que muchos de nuestros campesinos, entre ellos yo, bebemos agua en vasos oscuros para olvidar que en las clases de ciencia nos enseñaron que el agua debe ser incolora, sin sabor, sin olor, mientras que nuestra agua tiene apariencia de chicha de tamarindo y sabor y olor a hojas podridas. Pero no importa. Es un caso particular. Mientras que en la ceremonia a la que nos referimos se bebió agua mineral importada de Francia. Sin embargo, el humilde banquete no se queda ahí: había la primera opción de tomar algunos tipos de carnes importadas; la segunda, platos de la alta cocina española; la tercera, las exquisiteces de la cocina italiana. Así, pavos al estilo country club, pato en salsa de fresas, pernil a la cubana y filete de res a la pimienta importado, eran tan solo ligeras entradas para alimentar a los enemigos de la pobreza, quienes posteriormente tendrían la oportunidad de elegir entre ravioles en salsa de cangrejo y langosta, spaguettini a la carbonara y los frugales postres entre los que se destacan flan crocante con astillas de caramelo, canastas de almendras rellenas de fresas, cheese cake de frambuesas y, por cierto, para los menos golosos hubo platillos de frutas tropicales o sorbete de guanábana; también había algunas cosillas de tomar, como licores de menta, anís, cognac, café americano, capuchino o té de especias orientales.
Es fácil concluir que quienes estaban frente a semejante banquete no tenían la más mínima idea de sentir el felino que descuartiza infantiles estómagos con las garras del hambre.
La obra, entonces toca tierra. Va al pueblo donde vive María, quien escucha a sus padres teniendo relaciones sexuales, con la más inimaginable ignorancia: su padre, un macho propio del siglo XVI se acerca a su madre sin caricias, sin palabras motivadores y la posee de manera bestial, lo más triste es que interpreta los quejidos de ella como la muestra intrínseca del placer.
María termina la escuela primaria y ayudada por la maestra Tita, después de mucho luchar con el padre que quería mantenerla en el campo (para que siguiera multiplicando la pobreza). Luego, María llegó a la capital a trabajar con doña Kukita, quien la fue a recoger a la Terminal en una humilde camioneta exonerada de impuestos con algunas cualidades de frugal comodidad: asientos reclinables de cuero, cd player, llantas gruesas, seguridad digital antirrobo, ecualizador de sonido, en fin… lo que todos sabemos. Un carro cuyo valor es de B/.85.000. Aquí Chen Barría llama nuestra atención. Saben por qué. María iba a trabajar con un salario de B/.100.00 al mes. Por lo tanto, si hacemos la cruel relación matemática nos percatamos de la canalla distribución de la riqueza en Panamá. B/.85.000, el valor de la camioneta, dividido entre los B/.100.00 que ganaba María, es igual a 850 meses de salario, lo que traducido a buen cristiano nos indica que si María quería tener una camioneta como esa debía ahorrar el ciento por ciento de su salario durante 70 años.
En la ciudad, sin embargo, María se las arregla para estudiar, inclusive hace la carrera de finanzas y banca, para enterarse de realidades más crudas, tales como que muchos de los elegantes empleados de los bancos, cuya corbata les da un fino aire ejecutivo, gastan la mayor parte de sus ingresos en su vestuario, por lo que se ven obligados a almorzar sopas de fideos. Como dirían los mexicanos, son fiel reflejo de don Catrín de la Fachenda, pura fachada y nada de fondo.
En la Universidad, María se encuentra con una amiga muy guapa que es electa reina de la facultad. Recordemos que ya Rosa María Britton nos enseñó que todas las muchachas quieren ser reinas. Y ésta lo logro. Sin embargo, el único producto de su reinado fue convertirse en la mujer más codiciada por los hombres. Finalmente fue seducida y quedó embarazada teniendo que enfrentarse a una cruda realidad a la que se ven abocadas tantas muchachas en este país que viven en un ambiente de pindín permanente: embarazadas y abandonadas.
Lo más cruel que María vive es cuando va a tratar de conseguir un ascenso. Fue la mejor estudiante de su generación, fue la más eficiente y capaz de todos los aspirantes, pero el puesto no le fue asignado porque el mismo era para el hijo de un rico egresado de una universidad norteamericana. La clase alta de nuestro país le permite al pobre aspirar a ser clase media, pero jamás le permitirá cruzar los linderos de su estirpe.
Así, pues, puedo destacar que los aspectos más trascendentales de esta obra son:
Las múltiples aristas que he encontrado en la novela En nombre de ellos de Chen Barría, las cuales no pienso comentar a plenitud ni en su totalidad, porque violaría tu derecho a percibir a través de la lectura tu propia interpretación; en primer lugar me sorprendió su carácter de novela de tesis, puesto que las ideas no están sueltas ni son suposiciones infundadas; al contrario observamos que cada problema comentado a lo largo de la obra está sustentado (muchas veces estadísticamente) con elementos del diario vivir del panameño; no es una obra que se remonta a un solo fragmento de la sociedad, sino que sus tentáculos –de manera magistral alcanzan los dos sectores fundamentales de Panamá– la ciudad y el campo, la civilización y la barbarie percibida desde sus dos ópticas posibles.
En muchos casos la novela se torna cruda, carente de los aparatos ideoestéticos, los cuales, para muchos de nuestros críticos, son los ingredientes fundamentales de la buena literatura: la concepción de una obra con perspectivas arquitectónicas, cada ladrillo en su lugar, cada línea encajada perfectamente dentro de un espacio específico, lo que me ha llevado a diferir de algunos de ellos, puesto que defienden a ultranza el ingrediente estético, el entramado formal y descartan el carácter axiológico de la obra desde el punto de vista de su finalidad social.
La novela, aunque tiene como protagonista, en apariencia, a una niña campesina, de cualquiera de nuestros campos, en su estructura profunda tiene como personaje principal a todo el pueblo panameño; en alguna medida, nos recuerda Fuenteovejuna de Lope de Vega.
María trata de escapar de la pobreza, trasladándose a la capital a trabajar como doméstica, a la vez que encuentra en el estudio una herramienta que le permite intentar escapar de su condición; no obstante, inclusive con un título universitario, se percata de que mucho más que títulos universitarios se requieren una serie de conexiones y entronques con una sociedad corrompida que no contempla ni valora las cualidades individuales de la persona sino los intereses de los círculos poderosos que se han repartido el país como herencia a través del paso de los años.
La obra, inclusive, recordemos el incidente de Teresa, con una realidad tan cruda que raya en la ironía, nos habla de una bella chica que se hace reina, recordemos que en Panamá, aunque no tenemos tradición reinal, sino de presidentes y generales, mantenemos intactos en nuestros genes el capricho europeo de las monarquías. Sin embargo, lo único que sacó esta niña de su reinado fue un embarazo indeseado que le produjo consecuencias muy negativas, fiel reflejo de la realidad social.
Sin embargo, no todo en la obra es oscuro. Pues Panamá cuenta con recursos inimaginables que no son debidamente explotados. Entre ellos, la facilidad con que se puede lograr una carrera universitaria que le permita a su gente aprender a combatir la pobreza a través del conocimiento. Me decía un amigo que había vivido algunos años en Estados Unidos que la situación de pobreza de nuestro país no tiene como causa la falta de riquezas, sino la falta de voluntad y creo que tiene razón. La Universidad, no se habla de cuál, pero es evidente suponer que se trata de la de Panamá, ofrece licenciaturas con costos simbólicos, los cuales, lamentablemente, no son aprovechadas por nuestros conciudadanos en todas sus posibilidades. La obra también critica la planta de educadores, muchos de los cuales se han preocupado por la adquisición de puntos a través de la consecución de títulos (esto ha alcanzado proporciones hiperbólicamente deleznables), en los cuales se refleja una puntomanía que permite ascensos de categoría y nombramientos, sin que los mismos se constituyan en imagen de conocimiento y de la eficiencia de quienes los poseen.
Los hombres no se han percatado aún de que las mujeres, quienes conservan sus dos armas fundamentales, por lo menos las que el pensamiento social les ha atribuido (lágrimas y sonrisas) ahora están recurriendo a la formación académica, al cultivo del intelecto y a la supremacía personal, en la búsqueda del lugar que les corresponde o por lo menos al que aspiran; lo que resulta más interesante es que además de lograrlo, han empezado a domeñar los intereses masculinos. Hasta los años 60 del siglo XX, era común advertir que a los hombres se les enviaba a la escuela con el fin de que se prepararan para la vida, que lograran un empleo decoroso y así poder mantener un hogar. Las mujeres, por su parte, se quedaban encerradas en el hogar, ayudando a los padres, preparándose para ser futuras madres de familia, pues su misión se circunscribía al cuidado de los hijos y del hogar. Hoy, las féminas nos superan a los hombres, porque, a través de la educación, se preparan para enfrentar los retos de nuestro tiempo, mientras que los hombres aún navegamos plácidamente en las aguas, aparentemente sosegadas, de un machismo decadente.
Publicado en LA REVISTA MAGA N°67. 2010.

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