miércoles, 29 de agosto de 2012

SERGIO RAMÍREZ: 7O AÑOS DE VIDA Y UN BANQUETE DE 50 AÑOS DE FICCIÓN

            La vida del ser humano, generalmente, resulta curiosa; sobre todo, si se trata de un escritor. La situación se torna singular en el caso de Sergio Ramírez quien cumplió, hace unos días, setenta años de edad; pero al mismo tiempo, celebra cincuenta años dedicados a la literatura.
Sergio Ramírez
            El primer libro que leí de él fue Mentiras verdaderas, obra  que a los hispanoamericanos nos permite percibirnos a través de la verdad de nuestras ficciones o advertir nuestras ficciones a través de la realidad,  per se ambas son extrañas, singulares, inextricables si se quiere; aunque a fin de cuentas constituyen  la amalgamada simbiosis de nuestras cotidianidad histórica.
            El libro en mención recoge mil y un punto de vistas interesantes para todos los que amamos las letras y que, de algún modo, padecemos la necesidad permanente de comunicar algo.  En este sentido, veo con profunda preocupación que muchos de los más laureados escritores ocultan en extremo lo que Sergio Ramírez anuncia y denomina “sus secretos de cocina”, es decir, los medios y métodos empleados para crear sus ficciones que, en alguna medida, no son más que mímesis de la realidad propia u observada.
            Don Sergio ha ganado el honor de ser apelado por muchos escritores como “Maestro” y, en efecto, es un maestro, porque no tiene reparo alguno en revelar los secretos de su escritura; aunque somos plenamente conscientes que una vez que él los cuenta nos los priva, pues son parte de la originalidad de su estilo. Así, a manera de ejemplo,  rescata a Margarita Debayle, varias décadas después de haberse paseado “por los parques del Señor… bajo la lluvia y más allá… envuelta en dulce resplandor…”, después de haberse eternizado en el momento en que Jesús le regaló una estrella: “porque son mis flores de las niñas que al soñar piensan en mí”, luego de estar inmortalizada en una edad de ensueño, para convertirla más que en una mujer, en una persona madura identificada con la realidad propia de todos los seres que a diario hacemos el periplo en el inmutable valle de lágrimas.
            Lo que ocurre es que Sergio Ramírez ha dedicado gran parte de su vida (cincuenta años) a la literatura,  y con la imparcialidad que me da el hecho de ser panameño, me atrevo a afirmar que esta actividad ha esculpido su nombre en el mármol de la inmortalidad, eclipsando su lucha contra la dictadura de Somoza, su desempeño como vicepresidente de su país y sus esfuerzos por lograr la justicia y la democracia que se complica en un segundo período presidencial de Daniel Ortega.
            Ramírez, desde su blog El boomeran conquista lectores más allá de las fronteras nicaragüenses, para que, de algún modo pueda emular a Bolívar y decir que para sus ideas, su patria es el universo.
            Para todos es sabido que Sergio Ramírez es una de las plumas más reconocidas en América Latina, que sus personajes como Catalina o como el lexicógrafo que quiso inventar la palabra perfecta o  como la voz de tres mujeres que rescatan del olvido a la poetisa Yolanda Oreamuno, en el personaje incorpóreo que solo logra vida en la lectura de la novela La fugitiva.
            En fin, las ficciones y las realidades de Sergio Ramírez, sin lugar a dudas, se consolidan como un verdadero banquete, las cuales, a pesar de que sus recetas de cocina son develadas, se enarbola como un “como un canto de vida y esperanza”, para “esta América ingenua que reza a Jesucristo y habla en español”, como alguna vez cantara Rubén Darío.

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