
– ¿Te encuentras bien? Sonrió.
– Sí gracias. Respondí y
apresuradamente me levanté del suelo. Miguel, amablemente me ofreció un
refrescante vaso de limonada, dulce y a la vez ácido, aunque me pareció lo más
delicioso que hubiese probado jamás.
– Soy Miguel, me dijo.
– Ya lo sé. Le contesté. No hay persona
en este pueblo que no te conozca.
Él simplemente sonrió al oír esto y se
despidió diciendo que debía regresar a su puesto de trabajo.

Pasaron los días y fue algo extremadamente imposible olvidarme de aquel
chico y solo pude desear volver a verlo una vez más. Necesitaba cualquier
excusa para ver a mi querido limonero, quien con tan solo con una mirada, con
una dulce sonrisa y un poco de su amabilidad, había logrado causar en mí, una
sensación que jamás había tenido.
Días después mi madre me invitó a salir y vi la oportunidad perfecta
para hablar con él. Mi madre entró a un almacén, y le dije que iría por un poco
de limonada, porque tenía mucha sed. Al salir de la tienda, me dirigí hacia
donde estaba Miguel y lo saludé. Estaba muy nerviosa, pero me animé y le dije:
– Vengo a pagarte el
vaso de limonada que me diste el otro día.
– No te preocupes,
solo quise ayudarte. Respondió cortésmente.

Pasadas las nueve de la noche, tomé mi celular y le envié un mensaje de
texto. Esperé por más de dos horas la respuesta de Miguel. Triste y
decepcionada cerré mis ojos y dormí profundamente. A la mañana siguiente,
cuando desperté, me fijé en la hora y por lo visto se me hacía tarde para
llegar a la escuela. Rápidamente me alisté, y salí de casa hacia el colegio.
Esa tarde, al regresar a casa, recibí un mensaje y la alegría se apoderó
de mí. Miguel me respondió al fin y pasamos toda la tarde hablando de nuestras
vidas. Le conté todo sobre mí, lo que me gustaba, lo que no me gustaba, lo que
planeaba ser en el futuro y lo que pensaba de la vida.

Una tarde en la que habíamos quedado en encontrarnos, hablaba yo sin parar y, de pronto, Miguel me miró y me interrumpió:
—Tú, me gustas Luciana.

—Miguel, desde que te vi aquella vez tan cerca en la plaza, no he dejado
de pensar en ti y quiero decirte que también tú me gustas.
Al escuchar mi respuesta positiva, me dio un dulce beso en los labios
que me llevó a un mundo de fantasías en el que solo existíamos él y yo. Quedamos
en vernos todas las noches en la plaza y así fue. Cada día me enamoraba más de
él, cada beso, cada palabra, cada caricia que me daba hacían que lo amara
profundamente. Éramos muy felices, nos respetábamos mutuamente y nos contábamos
todo, era mi mejor amigo.
Un día mi madre dijo que necesitaba hablar conmigo y más seria de lo
normal me exclamó:

—¡No puedes controlar mi vida! Yo amo a Miguel y no me alejaré de él. Me
fui llorando a mi cuarto y no salí en toda la tarde. Hablé con Miguel y le dije
que debíamos dejar de vernos tan seguido, pero que seguiríamos haciéndolo.
“Eres el amor de mi vida y me niego a estar lejos de ti. Siempre te amaré.” Le
dije. “Haré lo que sea para estar contigo”, respondió Miguel.
Pasaron los meses y él y yo nos veíamos de
vez en cuando, pero seguíamos muy enamorados. Una tarde, estando juntos, mi
amado limonero me dio un dulce beso el cual fue separado por mi madre, quien
junto a mi padre, aparecieron de la nada. “Te dije que no te quería ver cerca
de este muchacho y me desobedeciste." Dijo mi madre con sangre en los
ojos. Pero yo misma me encargaré de que no se vuelvan a verse más. Mi padre me
tomó del brazo y me metió en la camioneta y, desde la ventana, me despedí de
Miguel. Le grité que lo amaba y que pronto estaríamos juntos otra vez.


Asustada corrí hacia la casa de
Miguel y toqué la puerta algo apresurada y al fin abrió la puerta una señora
que, al parecer, era una sirvienta y dijo:
— Hola. ¿Qué se te ofrece?
— Eh… Sí, vengo a buscar a Miguel el limonero.
-- Lo siento contestó, pero no sé de quién me habla, contestó.
De pronto, apareció la dueña de la casa y me atendió. La señora amablemente
me preguntó qué deseaba y le conté lo que ocurría. Ella me dijo:

Al oír las palabras de la anciana, salieron de mis ojos, lágrimas de
dolor y sentí cómo se rompía mi corazón lentamente. Según la nueva dueña de la
casa, encontró una carta la cual me enseñó y vi que tenía mi nombre escrito. La
misma decía:

Miguel Gutiérrez.
1 de agosto de 2004

Ha pasado mucho tiempo y recuerdo a Miguel claramente… el amor que sentí
por aquel dulce muchacho está aún latente en lo más profundo de mi corazón.
felicidades, excelente este cuento.
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