lunes, 22 de noviembre de 2010

ORTOGRAFÍA DE LA RAE 2010: UNA VALORACIÓN HISTÓRICA

Melquiades Villarreal Castillo


Nunca he estado seguro en cuanto a que si las personas elegimos nuestros gustos o, si por el contrario, son las aficiones las que nos atrapan.
Desde muy temprano, me percaté de que era yo un enamorado de las palabras, ese mundo –cuasi infinito para la simplicidad de la mente humana– fundamentado en elementos hechiceros forjados para comunicarnos y que, a la postre, desde los días de la Torre de Babel, nos distancian más.
Antes de emprender mi razonamiento, me permito pedir disculpas por la profusión de citas expuestas; sin embargo, como mi proposición discurre en torno a algunas reflexiones sobre la Ortografía Académica 2010, lógico es que me vea impelido en la necesidad de convocar los documentos sobre los que me parece pertinente reflexionar.
Para dar inicio al tema propuesto, voy a dejar claro mi punto de vista sustentado en la perspectiva esbozada por Ángel Rosenblat cuando afirmó:
“… una unidad ortográfica es la mayor fuerza aglutinante, unificadora de una amplia comunidad cultural; por debajo de ella, pueden convivir sin peligro todas las diferencias dialectales… El triunfo de la ortografía académica es el triunfo de la unidad hispánica.”

Bien, en los últimos días, internet, esa herramienta maravillosa que nos permite conocer todo lo que sucede en el mundo en el instante mismo en que ocurre, ha promovido los cambios que las Academias de la Lengua aprobaron en materia de Ortografía en la Feria del Libro en Guadalajara México el 28 de noviembre de 2010, fecha en la que los panameños celebramos nuestra independencia de España.
La lengua española es muy rica y se habla y se escribe de manera distinta en los diversos países, incluso en las diferentes regiones, motivo por el cual, la tesis de Amado Alonso tuvo gran validez cuando habló de varias lenguas nacionales, en lugar de un español internacional. Verbigracia: una soda para un panameño es una bebida gaseosa que contiene ácido carbónico, mientras que para el resto de los centroamericanos es una gaseosa; o, para los ecuatorianos, una cola.
Dentro de nuestro país he visto como varía el uso semántico de los verbos: en la capital del país la gente dice manejar caballos, mientras que en el interior los caballos se montan, expresión inaceptable para los españoles, quienes nos legaron la lengua, la cual es defendida por varias de las Constituciones Hispanoamericanas, entre ellas la nuestra (aunque no la española) las cuales nos obligan a los hispanohablantes a defender la lengua cervantina, inspiradas en los planteamientos seculares de don Andrés Bello.
Para los que somos profesores de español, son frecuentes las consultas que se nos hacen sobre la escritura de tal o cual palabra, pues los docentes de esta disciplina han vendido la idea –por lo menos el resto de los ciudadanos lo acepta– que son conocedores totales de una lengua que crece sin medidas, que impone a diario situaciones imprevistas en todos los manuales existentes sobre el tema.
Igual ocurre en la Real Academia Española, institución interesantísima desde todo punto de vista, a la cual se defiende cuando sus planteamientos nos conceden la razón, pero se cuestiona inmisericordemente cuando sus propuestas difieren de los puntos de vista que defendemos.
La RAE a diario recibe múltiples consultas sobre materia ortográfica procedentes de los cuatro puntos cardinales, a los cuales siempre se les da respuesta.
Retomando el tema de la ortografía, donde una gran cantidad de personas se sienten duchos, tenemos que el primer gran problema en materia de lengua es el yoísmo hiperbólico que nos caracteriza a los seres humanos, quienes concebimos el mundo y la eternidad desde la débil finitud de nuestro punto de vista, factores descartados por la RAE que actúa como cuerpo colegiado; es decir, no se compone de cuarenta y seis individuos que se reúnen en España para inventar palabras en el edificio ubicado en la Calle Felipe IV, N°4 de Madrid, España luego para enviarlas al cuatrocientos millones de hispanohablantes que andamos dispersos por el mundo.
La RAE acepta y discute puntos de vista de todos los hispanohablantes, a través de las voces esgrimidas por las veintiuna academias restantes, pues por tradición y por lógica la Academia Española es la decana del resto.
La Academia, entonces, además de actuar como cuerpo colegido, lo hace desde una perspectiva diacrónica, esto es, estudia los fenómenos en su desarrollo histórico a lo largo del tiempo, a diferencia, de la óptica sincrónica, utilizada por la mayoría, la cual concibe las situaciones en su momento específico.
En este sentido, la academia difiere de los individuos en el hecho de que, mientras éstos conciben el español desde la efímera óptica individual, la RAE los entiende a lo largo de varios siglos de evolución.
Por ello, el actual director de la RAE, Víctor García de la Concha, nos deja claro que:
“El español nunca estuvo solo en manos de los españoles; el español está en manos del pueblo que lo habla. La lengua no la hacen la Academia ni los académicos, sino el pueblo que la habla; por tanto, ha estado en manos del pueblo y en boca del pueblo, mejor dicho, en todos los sitios donde se habla. Si nos referimos al aspecto normativo de la lengua, a ese cuidado que normativiza, pues eso no ha estado en manos de españoles. La Real Academia Española, desde el siglo XVIII, incorporó, siempre, escritores e intelectuales de las provincias ultramarinas y, después, fue la propia Academia Española la que promovió el nacimiento de academias en las repúblicas hispanoamericanas, de manera que hoy, menos que nunca, se puede hablar de que haya voluntad colonial por parte de la Real Academia Española.”

Las palabras de García de la Concha, a mi juicio despejan muchas dudas. Lo cierto es que la Real Academia, surge el 3 de octubre de 1713 y su finalidad primaria consistió en crear un diccionario que recogiera las voces de la lengua española de ese momento, con el objetivo de fijar un manual que facilitara el entendimiento entre los hablantes de esta lengua.
Así, en 1726, aparece el Diccionario de Autoridades, en cuya portada, los primeros académicos, evidentemente satisfechos de su labor, imprimieron para la posteridad la siguiente información:
“Diccionario de la Lengua Caɾtellana, en que ɾe explica el verdadero ɾentido de laɾ voceɾ, ɾu naturaleza y calidad, con laɾ prhaɾeɾ o modoɾ de hablar, loɾ proverbioɾ o refraneɾ, y otraɾ coɾaɾ convenienteɾ al uɾo de la lengua. Dedicado al Rey Nueɾtro Señor Don Phelipe V, (que Dioɾ guarde) a cuyaɾ realeɾ expenɾaɾ ɾe hace eɾta obra. Compueɾto por la Real Academia Eɾpañola, tomo primero. Que contiene laɾ letraɾ A.B. Con privilegio.
En Madrid. En la imprenta de Franciɾco del Hierro. Impreɾor de la Real Academia Eɾpañola. Año de 1726.”

Observamos dos situaciones fundamentales en la ortografía del primer Diccionario Académico: la f (labiodental) todavía se pronunciaba como ϕ (phi) en casos como prhaɾeɾ (frases) y Phelipe (Felipe) del griego (ph) y la s tenía una grafía totalmente diferente a como se escribe en la actualidad (ɾ) en lugar de s.
Sin embargo, apenas el diccionario ve la luz, tanto el pueblo como los académicos, se percatan de que tiene fallas. Desde entonces, el diccionario se publica periódicamente, con la finalidad de enmendar los errores encontrados, de eliminar las voces que caen en desuso e incluir las que se imponen con el uso.
En este sentido, con afanes aclaratorios, tenemos que hace diez años cuando apareció el hantavirus el vocablo resultaba tan desconocido que, inclusive, costaba pronunciarlo.
Las personas empezaron a emplear el término con tanta frecuencia, que nadie entendía cómo era posible que no apareciera en el diccionario; no obstante, hoy el término forma parte del vocabulario pasivo: todo el mundo sabe lo que es el hantavirus, pero rara vez se habla de él.
En España, ocurrió un caso parecido con el del fletán (pez marino del orden de los Pleuronectiformes, semejante al gallo y a la platija, que puede alcanzar 3 m de longitud y 250 kg de peso. Es de color oscuro, vive en aguas profundas del Atlántico norte, Groenlandia y Terranova. Es apreciado por su carne y el aceite de su hígado), la gente se enojó porque la palabra no aparecía en el Diccionario de la Real Academia; la institución intentó complacer al pueblo español y la incluyó en su próxima edición, en un momento en que ya la palabra había caído en desuso, pues al mencionado pez se le llamó lenguado, olvidando el vocablo fletán.
En cuanto a ortografía, si analizamos cualquier página de este diccionario observamos diferentes formas de escribir las palabras, porque, simplemente, no existía uniformidad ortográfica. Con esa finalidad, aparece en el año de 1742 la primera ortografía de la lengua española.
En la cuarta edición del Diccionario de la Real Academia Española (1803), se establecieron enmiendas significativas, entre las que se destacan:
“Como la ch che y la ll elle son letras distintas a las demás de nuestro alfabeto, aunque dobles en su composición y figura, ha creído la Academia mas sencillo darles lugar y órden que les corresponde con separación. Por esta causa todas las palabras que empiezan con las combinaciones cha, che, chi, cho, chu, se han entresacado de en medio de la letra c, donde se colocáron en las ediciones anteriores, y se han puesto ahora despues de concluida esta: y lo mismo se ha executado respectivamente con las voces pertenecientes á iguales combinaciones de la ll elle.”

Obsérvese que las palabras órden y colocáron, se escribían con tilde, razón fácilmente comprensible, pues en ese momento todavía no existía la regla ortográfica que señala que las palabras graves terminadas en vocal o en consonantes n o s no se tildan.
La á también aparece tildada, porque sería mucho tiempo después, cuando la tilde desaparece de los monosílabos cuya escritura no se presta a confusión semántica.
Otro elemento que me parece curioso mencionar es que, todavía en 1803 no había conciencia sobre los conceptos grafema y fonema, como en nuestro tiempo, por lo que se habla de las letras ch y ll, indistintamente si se refiere a fonema o a grafema.
Asimismo, executado se escribió con (x) en lugar de la j y a la palabra despues no se le colocó la tilde. Por ello, me parece pertinente empezar a aclarar que no hay que tenerle miedo a los cambios ortográficos, pues los mismos simplemente se van dando de acuerdo con las necesidades evolutivas del idioma.
Ahora, en 2010, los académicos después de múltiples estudios, han decidido volver al orden latino. Esto se había intentado con anterioridad a la vigésima segunda edición del Diccionario de la Real Academia Española de 2001.
Sin embargo, la Academia Panameña de la Lengua se opuso a la propuesta hecha por la UNESCO de volver al orden latino. En ese momento, las Academias de la Lengua tomaban decisiones por mayoría universal, por lo que, al faltar el voto panameño, se tuvo que mantener el statu quo, pese al sustancioso razonamiento del académico español y Vicedirector de la RAE, Gregorio Salvador Caja, quien:
“… enumera una serie de argumentos que avalan ampliamente la propuesta académica desde el Congreso de San José de Costa Rica y que constan en las actas correspondientes.”

Así, Gregorio Salvador parte de hechos fundamentales, pues el cambio del ordenamiento español por el latino, poco a poco, se ha ido imponiendo en el mundo hispanohablante, por lo que, la RAE, al adoptarlo, lo único que en esencia hace es ponerse a tono con los avances del español entre sus hablantes. Por ello, el Vicedirector de la Academia sustenta:
“… que la aclaración leída por daña Martha Ildebrant, ya la había hecho la Real Academia Española; que el ordenamiento alfabético se conoce en el mundo como “ordenamiento español” y difiere del latino, común en muchos diccionarios de otras lenguas europeas, y en los españoles de María Moliner, de Manuel Seco, el Vox, el de Santillana, etc., ninguno de los cuales ofrece dudas para su consulta. Insiste en que no se trata, en este caso, de una reforma ortográfica; que no cambia nada, excepto volver al camino que siguen todas las lenguas que tienen alfabeto latino.”

Para culminar, el autor consciente de la oposición que pueda darse si la propuesta es aprobada, argumenta que lo mismo ocurrió en 1803, cuando se propuso la inclusión de estas dos letras como elementos diferentes en el Diccionario:
“Asimismo, se pregunta si vamos a seguir como disidentes y recuerda que, cuando en 1803, se eliminaron los galicismos con ch, algunos académicos se opusieron rotundamente y continuaron escribiendo como hasta entonces, defendiendo hábitos que no principios. Considera que este tema ha sufrido una dramatización excesiva.”

En la Ortografía de la Lengua Española que se aprueba en México, hoy, este es uno de los casos ortográficos fundamentales, por lo que compartimos con Gregorio Salvador algunos de sus puntos de vista, en cuanto a que el cambio obedecía solamente a un reordenamiento recomendado por la UNESCO para volver al orden latino que siguen el resto de las lenguas romances, aunque, por el otro lado, es evidente que, en efecto, el cambio es ortográfico.
Otro de los cambios considerados fundamentales en esta nueva ortografía es que las palabras que comienzan con q, que se lee como c, se escribirán con c. Así, quórum, dejará de ser quórum, para convertirse en cuórum y quáter se escribirá cuáter. Situación parecida se experimentó en 1803, cuando:

“Siguiendo la Academia estos principios para simplificar mas y mas la escritura, ha suprimido el signo llamado capucha en las palabras en que la ch no tenía el mismo valor y sonido que en chapin y otras semejantes, y ha trasladado aquellas á las letras equivalentes, con las quales deben escribirse en los sucesivo. Así las voces chîmera, chîmérico, chîmérino, chîmerizar, chîmia chîmica que en medio del signo expuesto se pronunciaban con un sonido diferente del de la ch, se han colocando en las combinaciones de la q, al modo que ha hecho yá con las palabras que podían reducirse y se han reducido en efecto á la combinación ca.”

Obsérvese que estos cambios, en el momento debieron tener características muy discutibles, puesto que por un lado se elimina la capucha como signo ortográfico (equivaldría a eliminar la diéresis o la tilde de nuestro tiempo), la cual cumplía la función fonética de que el grupo ch se pronunciara como q; por el otro lado, el mismo cambio de ch por q debió encontrar su rechazo, lo cual fue confirmado por Gregorio Salvador, cuando dijo que, inclusive, algunos académicos siguieron escribiendo como de costumbre, aun a sabiendas de que carecían de razón y sustento, por el hecho de no variar sus hábitos de escritura.
Ahora bien, hubo un cambio más que ponía en entredicho todo lo aprendido por los hispanohablantes de principios del siglo XIX, la ph (efe) también varió y las palabras que la empleaban tuvieron que ser reordenadas:
“Por igual razón de conservar á la ch el sonido de cha, se ha suprimido la h en todas las voces en que no tiene este mismo valor, como en Cristo y sus derivados; pues no hay diferencia alguna entre ellas y las demas que segun los principios establecidos, se han trasladado á otros caracteres equivalentes, para excusar equivocaciones y hacer más fácil y corriente la escritura. A esta clase pertenece también la ph, cuyo sonido se expresa igualmente con la f, por cuyo motivo se han colocado en esta última letra las palabras phalange, phalangío, pharmacéutico, pharmacia, phármaco, pharmacopea, pharmacópola, pharmacopólico, phase, y philaucia.”

Y, como si fuera poco, para profundizar el carácter drástico de los cambios de aquella época, se eliminó la k de las voces castizas:
“Últimamente se ha excluído la k de todas nuestras voces, poniendo las que ántes se escribían con ella en las combinaciones ca, cu y que, qui, que son de una pronunciación equivalente. Pero se ha conservado su figura y noticia en el Diccionario, para saber su valor en los nombres extranjeros, en que se usa de ella, los quales si no, podrían desconocerse fácilmente.”

El cambió de la q por c, en palabras como quórum no es una novedad innecesaria como algunos pretenden hacer ver, sino que en la palabra quales, presente en la cita se le hizo la modificación de quales > cuales.
Lo que sí resulta interesante analizar es que la Real Academia Española, tanto su Ortografía como en su Diccionario, ha defendido la evolución natural de nuestro idioma, el cual, como dice García Márquez: “ya no cabe dentro de su pellejo” y, como recientemente afirmara el Secretario de las Academias de la Lengua Española. Dr. Humberto López Morales, en un diario costarricense que ahora no encuentro: “el español en unos cuarenta años será el idioma más hablado en los Estados Unidos.”
Sin embargo, atendiendo a estas dos características, resulta indispensable que la lengua española sea normada de acuerdo con su realidad y no con puntos de vista particulares y extemporáneos a la misma:
“La evolución de la ortografía académica ha estado regulada por la utilización combinada y jerarquizada de tres criterios universales: la pronunciación, la etimología y el uso que, como decía Horacio, es en cuestiones de lenguaje el árbitro definitivo.”

Hasta la Ortografía de 1999, no existe una conformidad totalitaria con respecto a la escritura de la lengua española La historia registra importantes propuestas a la ortografía, las cuales no tienen su cuna en la Real Academia Española. Recordemos, por ejemplo que:
“En 1843, una autotitulada Academia Literaria y Científica de Profesores de Instrucción Primaria de Madrid se había propuesto una reforma radical, con supresión de h, v y q, entre otras estridencias y había empezado a utilizarla en las escuelas. El asunto era demasiado serio y de ahí la inmediata oficialización de la ortografía académica, que nunca antes se había estimado necesaria.”

Y, hace algunos lustros atrás, el premio Nobel de Literatura colombiano, Gabriel García Márquez, revolvió el mundo académico cuando propuso la jubilación de la ortografía por considerarla inoperante, ya que el español es:
“…una lengua que desde hace tiempo no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativo …. En ese sentido me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los qués endémicos, el dequeísmo parasitario, y devuélvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”

García Márquez no presentó su moción como un capricho de hombre famoso, sino que expuso sólidas razones fundamentadas en la realidad que experimenta el español en nuestros días:
“La lengua española tiene que prepararse para un oficio grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de 19 millones de kilómetros cuadrados y 400 millones de hablantes al terminar este siglo.”

Como es factible observar, los cambios propuestos por García Márquez, aunque están sustentados, parten de hechos no reales, tales como que el español está en manos de los académicos y de los españoles. El español, simplemente, está en manos de todos los hispanohablantes.
Para finalizar, es importante, recordar que la RAE no ha improvisado los cambios y que, sobre todo, tiene conciencia de que los mismos no serán aceptados por todos los hispanohablantes. Por ello, reflexiona:
“Sabemos, que habrá oposición a los cambios ortográficos propuestos por la RAE, pero sabido es por la sabiduría popular que todos los cambios causan escozor. Por ello, la RAE, aplica en su visión el principio de Quintiliano, según el cual se debe escribir como se pronuncia, no olvidó en ningún caso que el propio calagurritano había hecho una salvedad: nisi quod consuetudo obtinuerit y advirtió que en aquello que es como ley consentida por todos es cosa dura hacer novedad.”

Y, el último aspecto que los académicos, a lo largo de casi tres siglos, han reconocido en cada uno de sus obras: diccionarios, gramáticas y ortografías, es que saben que el trabajo presentado no es completo, sino que requiere seguir mejorándose constantemente:
“La Real Academia Española no abdica del espíritu progresivamente reformista que alentó en ella desde sus comienzos y no renuncia a nada que pueda redundar en beneficio de nuestra común lengua española, de acuerdo siempre con el parecer compartido por las Academias hermanas y con el juicio valorativo que cualquier propuesta le merezca al conjunto de ellas en su asociación. Como decía con acierto otro gramático del siglo XIX, Vicente Salvá, refiriéndose precisamente a estas cuestiones ortográficas: el trabajo en tales negocios no está enseñar lo mejor, sino lo que es hacedero.”

De acuerdo con el académico Salvador Ordóñez Gutiérrez, Director de la Ortografía de la RAE: “la Ortografía es un documento de 800 páginas, en las que predomina la reflexión profunda, hay un gran intento de sentar las bases científicas de esta disciplina aplicada, hay un esfuerzo de exhaustividad (se contemplan casos y problemas que antes no se contemplaban) hay un intento de coherencia y de simplicidad. Es precisamente, de ese intento de construir unas normas ortográficas coherentes del que emanan algunos de los acuerdos propuestos. Dichas modificaciones tienen tanta "lógica" que fueron aprobadas por unanimidad entre todos los miembros de la Comisión Inter académica.”
Santiago de Veraguas, 28 de noviembre de 2010.

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